Por: Kepa Arbizu
Al igual que en todos los demás ámbitos de la vida, en la música también asistimos a la constatación de la brecha existente entre una, cada vez más reducida, élite -definida exclusivamente por valores relacionados con la popularidad- y una inversamente proporcional abarrotada “clase popular”, que antagónicamente a su invisibilidad en los canales de difusión su talento sigue despuntando ajeno a tales focos. En la cabeza de dicho pelotón destaca un grupo como Los Tupper, quienes han cumplido recientemente un veinte aniversario definido por esa apropiación de registros clásicos dirigidos bajo un trote claramente rockandrollero. Una carrera a la que recientemente se ha sumado su nueva, y perfectamente definible como sorprendente en relación a su apuesta sonora, grabación.
Contextualizados por sus dos excelentes grabaciones previas ("Yesterday’s Pizza" y "Sardinista"), trufadas durante su intervalo con suculentas colaboraciones, con las que evidenciaban una tajante y exquisita consolidación respecto a su propio concepto, "Hotel Debris" emerge para romper esa dinámica, aunque solo en cuanto a cuestiones estilísticas, porque hablando de calidad, cuanto menos, sigue inmutable. Lo que esconde este álbum de novedoso es, principalmente, la adaptación de un ambiente brumoso, alejándose del tono eléctrico, por ende guitarrero, y dejando paso a una instrumentación más variada que condiciona un cambio de rumbo desde ese espíritu instantáneo hacia uno más sugerente.
Siempre avalados por su propio sello Sunthunder, las nuevas composiciones ya enseñan sus credenciales desde una vaporosa entrada con "Nadine", bien condimentada con un teclado que le termina de aportar ese registro, en la que extraen toda la elegancia y sutilidad de un JJ Cale para desarrollar un embriagador y pegadizo tema. Desde ese mismo instante ya se van a percibir indicios de la trascendencia que irá alcanzando lo que de momento son atisbos de un aroma a Nueva Orleans. Una característica -siempre dirigida bajo manifestaciones sin estridencias y basadas en la insinuación más que en la ostentación- que adquirirá mayor protagonismo paulatinamente en canciones como en la todavía insinuante "Fool on the Ground" o cediendo abiertamente el paso a un rhythm and blues con tintes épicos, que bien podría escudriñar su origen en aspectos de Ry Cooder, en "Loneliness Flu".
Otra influencia básica en el acabado final de este trabajo es sin duda la de los Kinks, visibilizada a través de algunas de las diversas facetas que acumulan los británicos. Por encima de todas ellas, la que más prestancia y relevancia va a alcanzar a la hora de inspirar el tono del álbum es esa expresión entre cabaretera y juerguista que manejaban. En una banda sonora ideal para alargar la noche en cualquier pub se convertirán piezas como "Glory Days & Glory Nights", "Love Is Blind", "Far Better Days" e incluso "Sad Afternoon", que puestos en situación parece inducirnos desde su título a una clara mirada, u homenaje, al cancionero de los hermanos Davies.
Los acercamientos que la banda seguirá manteniendo a representaciones musicales más directas -salvo quizás "Don’t Tell Me Goodbye", que sí recupera un paso rock and roll más definitivo- los ejercerá deslizándose por territorios escurridizos, ya sea con el arrastrado y aparentemente dejado -pero eléctrico y crudo- tono interpretativo, al que se le puede buscar similitudes en esa faceta más desatada de los mismos Beatles, de "One of These Days", o una presentación vestida de sonido californiano, lo que conlleva ese aspecto psicodélico, en "When The Light Goes On". Y pese a que queda fuera de este tipo de escenificaciones, ya que en verdad supone lo contrario, una canción como "Waiting, Little Girl" se merece una mención particularizada, ya que se encumbra no solo como destacada composición del disco sino como uno de esos temas llamados a perdurar en la mente cuando hablemos de los cántabros. Aupada por un espíritu bohemio y decadente, se convierte sin embargo en una balada con alma romántica de rock and roll clásico y poseedora de un estribillo tan adictivo como emocionante.
"Hotel Debris" representa cada uno de esos alojamientos de dudosa calidad -y moralidad- que van indisolublemente unidas a las entrañas del rock. Unos lugares que pese a estar decorados con paredes teñidas de humo, de decepciones y de algún que otro breve y mínimo sueño cumplido, son a su vez el sustento del espíritu de esta música. Los Tupper exprimen con maestría ese ambiente y nos abren la puerta de una experiencia, que también por inesperada, adquiere, si cabe, un resultado más extraordinario.