Stage Live, Bilbao. Sábado, 25 de noviembre del 2017
Por: Kepa Arbizu
Fotografías: Lore Mentxakatorre
Contiene la obra de Josele Santiago un elemento -que transciende el, por otro parte espléndido, aspecto musical- que le hace poseedor de una rotunda especificidad. Se trata, y es algo que todavía se puede observar con más nitidez en su manifestación en directo debido a la variedad que ofrece el formato, de la capacidad para construir a través de sus canciones, a medio camino entre el costumbrismo canalla y la lírica íntima, un dibujo de la compleja realidad humana y social. Esto se manifiesta, poniendo nombres y apellidos, en composiciones que igual saltan desde escenas nocturnas entre camareros y clientes al brutal hartazgo ante la realidad que nos acecha o al difícil intento de adentrarse en distorsionadas mentes.
No creo que a estas alturas necesite mayor introducción, ni la elaboración de un semblante pormenorizado, la persona de la que estamos hablando. Su propio nombre ha alcanzado un reconocimiento tal que cualquier interesado, por muy tangencialmente que sea, en el rock and roll hecho en castellano es conocedor de su biografía artística, ya sea en solitario o con Los Enemigos. Precisamente el hecho de no dejarse adocenar por ese status de prestigio adquirido (con total merecimiento), y por el contrario mantener una evidente curiosidad creativa, es el causante de que sus novedades, como el recientemente publicado disco “Transilvania”, excusa ideal para tenerle de nuevo de gira, siga dejando todavía boquiabiertos incluso a los ya habitualmente rendidos a sus expresiones de talento.
Una actuación que se iba a iniciar con dos ejemplos de su actual álbum, representantes fieles de uno de los stándares que tan bien ha constituido en este tiempo Josele Santiago, esa adaptación de conceptos tomados del rhythm and blues para ejercitarlos ya sea bajo premisas de nostálgica elegancia ("Prestao") o más juguetona ("Ovni viejo"). A partir de ahí los saltos temporales en lo relativo a la procedencia de la canciones fueron alternándose, llegando muy pronto dos, ubicadas en su precedente "Lecciones de vértigo", de las más sobrecogedores que tiene en su haber: el rasgado soul de "Fractales", especialmente bien acogido por el público (inmerecidamente escaso, por cierto) y el rock descomunal de "El lobo", de la que desveló, en una de sus habituales explicaciones parcas pero con mucha retranca, su curioso origen en una brillante frase de un mendigo ("es triste pedir pero más tristes son ustedes") y que se suma al sucinto homenaje que sabemos contiene hace Antonio Vega.
No se antojaba a priori una tarea fácil llevar al directo, siempre más orgánico y contundente, un trabajo como "Transilvania", que, dejando a un lado la participación de una banda específica, la de Xarim Aresté, en su ejecución, su concepto descansa sobre una aplicada instrumentación y sus derivaciones ambientales. Unos elementos solventados por la sobresaliente habilidad y ductilidad de su, ésta sí, compañía habitual sobre las tablas para manejar y adecuar matices, algo que por momentos como en "Un guardia civil" supo a la perfección reflejar su atmósfera original e incluso exponenciar el tono dulce y envolvente de "Magia negra". Una de las piezas clave del disco, "Ángel", transportó con emoción esa ambigüedad que representa. Bajo una melodía desnuda, interpretada a solas con Nico Nieto, y emotiva, se expresa con una crudeza pocas veces vista. Una sorprendente fusión de conceptos que produjo también en el público variedad de reacciones: risa nerviosa, aplausos e incluso incitación al baile acaramelado entre parejas.
Hasta completar un brillante set se fueron sucediendo temas de variadas épocas y estilos, entre ellos emergieron, cómo no, pildorazos de rock and roll, a medio camino entre The Blasters y Dr. Feelgood, como "Hagan juego", "Cachorrilla" e incluso el cariz funk en el que puso énfasis para dar forma a "Euforia". Tampoco se echaron de menos esos ingredientes de músicas de raíz clásica, como la noctámbula "Farol", un blues-jazz a día de hoy más épico que trágico, o el despertar del espíritu swing en "Baile de los peces", que incitó a mover los pies y el cuerpo a una buena parte del respetable. Fue con la llegada de la doble sesión de bises cuando apareció la distorsión eléctrica de "Saeta", una representación del presente que contrastó con la mirada al pasado, incluida revisión acústica en solitario de la “enemiga” "Desde El jergón", ampliamente coreada, en la que se sumergió con el final del concierto por medio de una vestida de rock "Ole papa" y el potente colofón de "Tragón", dedicada a Chiquito de la Calzada.
Josele Santiago demostró en su paso por Bilbao que tanto sus actuales composiciones, de un nivel sobresaliente reflejado en un álbum de igual categoría, como todas aquellas pretéritas que le han acompañado hasta este punto, al margen de su brillantez, son hijas de un sello identificativo y personal; uno que ha tenido su línea maestra en el esmero por buscar siempre un nuevo giro -dentro de unos parámetros- que añadir a su música. Algo que ha logrado no solo para encumbrarle, de nuevo ahora en solitario, sino lo más importante, para dotarle de una exclusiva y particular capacidad de reflejar la condición humana.