"Las canciones son bellas mentiras que deben transmitir toda la verdad del autor"
Por: Kepa Arbizu
Fotografías: Salvador Serrano
Tras la transformación del sueño en realidad a la hora de formar parte del efímero regreso de 091, José Ignacio Lapido retoma su -interrumpida para la causa- carrera en solitario con la publicación de un nuevo disco. De lírico título, "El alma dormida", el granadino nos vuelve a mostrar ese poético pero afilado verbo recubierto de un rock clásico siempre intenso pero esta vez orientado a su lado más melódico y variado. Acompañado de una banda (Víctor Sánchez, Raúl Bernal, Popi González y ahora Jacinto Ríos) que no para de dar pistas de una mejor y más absoluta integración, su sonido es tan directo y rotundo como las palabras que dibuja para retratar nuestra realidad. Si cada uno de sus lanzamientos es imprescindible para los amantes de la música, no menos lo es cederle la voz y escuchar su articulado y preciso discurso.
La confección de este disco quedó paralizada en su momento por la reunión de 091, ¿cuando retomaste el trabajo con dicho material mantuviste la idea prefijada o sufrió alguna alteración?
José Ignacio Lapido: Efectivamente, la grabación y edición de este disco se postergó. Tenía pensado grabarlo a finales de 2015 y editarlo seguidamente pero al plantearse la resurrección de los Cero pensé, acertadamente, que no debía hacer la guerra en dos frentes a la vez. Lo de 091 era un proyecto demasiado importante como para no dedicarle toda mi energía. Antes de la gira tenía compuestas la mayoría de las canciones. Al retrasar la grabación más de una año nos ha dado tiempo de repensar esas canciones e incluso de componer otras. Canciones como "Nuestro trabajo" y "Lo que llega y se nos va" pertenecen a la última cosecha fruto de ese año de espera
Por cierto, ¿se hace difícil y/o raro cambiar el chip de ejercer el papel como integrante de un proyecto grupal, como es el del 091, a retomar el de cabeza visible de uno personal?
J.I.L.: Se me hizo raro cuando los Cero nos separamos en el 96. Yo llevaba entonces catorce años como guitarrista de una banda y me tenía que poner en el centro del escenario y ser el foco de atención principal. A nivel psicológico era complicado asumir el nuevo papel. Ahora han pasado muchos años de aquello y me he acostumbrado. Es como volver a retomar una tarea que habías dejado aparcada un tiempo, además me siento fabulosamente arropado por los músicos de mi banda.
Un título como "El alma dormida", canciones como "Lo que llega y se nos va", con una clara referencia al inexorable paso del tiempo y a la luctuosa noticia del fallecimiento de tu madre... Todo parece indicar que el disco se mira en el espejo de aquellas coplas por la muerte de su padre de Jorge Manrique...
J.I.L.: Es evidente. El título está tomado del famoso poema manriqueño que los niños nos aprendíamos de memoria, al menos los primeros versos, cuando empezábamos a estudiar literatura. Pensé que coincidía muy bien con la temática de algunas canciones del disco, la fugacidad del tiempo… canciones que se escribieron después de la muerte de mi madre el año pasado.
Centrándonos en el aspecto musical de este trabajo, me suena en líneas generales más rítmico y más melódico que grabaciones recientes...
J.I.L.: Es posible. Lo cierto es que siempre he sido amigo de buenas líneas melódicas porque los grupos con los que me aficioné a esto las cuidaban muchísimo: Byrds, Buffalo Springfield, Beatles, Kinks, Hollies… También hemos trabajado mucho las armonías vocales. Todos los miembros de la banda cantan y en el estudio dedicamos especial atención a eso.
Igualmente el álbum me transmite un incremento en la variedad de registros; saltando del rock and roll (“Lo que llega y se nos va”) al country-rock ("No hay prisa por llegar"), de ambientes más folkies ("Estrellas del purgatorio") a tonos casi poperos ("La versión oficial")...
J.I.L.: Hay variedad, sí. Toco muchos palos, pero he intentado que no parezca un disco de recopilación de varios artistas distintos. Quiero decir que aunque una canción suene mas pop y otra más folk o más rock creo que hay una unidad estilística, no son once ejercicios de estilo. Todo creador intenta tener una voz propia, aunque en la música popular debemos ser conscientes de que nadie ha inventado la pólvora. Somos eslabones de una cadena que viene de muchos años atrás.
En el proceso de producción se destaca que ha sido una labor colectiva. ¿Ha habido un especial énfasis por participar todos del resultado global dejando claro ese cada vez mayor carácter grupal que ostenta el conjunto de músicos con los que cuentas?
J.I.L.: La idea era que Raúl Bernal, el pianista, y Víctor Sánchez, el guitarrista, participaran en la producción del disco para dar otras visiones que abrieran el espectro sonoro de mis canciones. Yo componía un nuevo tema y se lo mandaba a ellos de forma muy rudimentaria, con la voz y una guitarra acústica, para no darles pistas de lo que yo tenía en la cabeza con respecto a los arreglos. Y les decía: “sorprendedme”. Entonces cada uno por su lado trabajaban la canción y me mandaban otra grabación con su visión personal de esa canción. Luego lo poníamos en común y veíamos el camino a tomar. Creo que ha sido una forma de darles protagonismo. Ellos a su vez tienen sus propios proyectos en los que son compositores y saben lo que es hacer una canción. Luego en el estudio Pablo Sánchez, el técnico, también ha aportado otra visión más en el terreno sonoro.
Temáticamente, pese al retrato dominante en el disco de una realidad nada halagüeña, sin embargo también pareces mantener algunos destellos de cierta capacidad de resistencia…
J.I.L.: Nunca me he resignado a la derrota. Sabemos que el tiempo, al final, nos derrotará pero no por eso vamos a dejar de vivir. Ni de luchar, porque en el concepto de derrota caben los dos sentidos, el vital y el social.
¿Y en esa lucha es misión suficiente desmontar la "versión oficial" o se debe completar construyendo otras alternativas, como las que parecen derivarse de lo que cantas en "Nuestro trabajo"? ("Nadie podrá decir que no hicimos bien nuestro trabajo /
Que no nos tomamos totalmente en serio nuestra misión /
Saliéndonos del camino que alguien nos había trazado")
J.I.L.: La verdad es de por sí, filosóficamente hablando, un concepto resbaladizo; ni los mismos filósofos se ponían de acuerdo al definirla. Imagínate la verdad declarada por el poder. Creo que hay que cuestionar todo lo que venga del poder y no sólo del poder político sino de los mensajes que recibimos a diario de la sociedad de la información, que suelen ser subliminales. En "Nuestro trabajo" dejo bien claro en qué consiste mi labor diaria, una serie de tareas totalmente inútiles en la práctica pero que me ayudan a ser libre: Atravesar desiertos, cantarle a los insectos, perderme en laberintos, imaginar tormentas, pintar paredes con signos de interrogación…
En una de las canciones dices, respecto a los propios versos, "creedlos como si fueran verdad", ¿tus canciones cumplen esa máxima de "los artistas mienten para decir la verdad"?
J.I.L.: Eso es. Las canciones, como cualquier expresión artística, son artificios. Construcciones mentales transformadas en palabras, ritmo y melodía. Son bellas mentiras que deben transmitir toda la verdad del autor.
"Hace un millón de años /
Todo era más Alfa que Omega /
Sonaban los Troggs en la radio/
y Dylan en las iglesias". ¿Es "Dinosaurios" un ejercicio de nostalgia o simplemente la constatación de que los tiempos han cambiado en el rock and roll?
J.I.L.: Esta canción empezó siendo un homenaje jocoso a aquellas películas de finales de los 60 y principios de los 70 en las que aparecían dinosaurios y hombres de las cavernas a la vez. Salía Raquel Welch en bikini y un Tiranosaurus Rex corriendo detrás de toda la tribu. Eran geniales: ni neandertales ni autralopitecus, nada menos que Raquel Welch. Lo que pasa es que como yo ya soy un poco dinosaurio también aproveché e introduje unas pinceladas musicales. Me pareció en ese momento que habían pasado un millón de años de cuando los Troggs sonaban en la radio. Pon la radio comercial ahora a ver qué suena. Te dan ganas de volver a la época de las cavernas.
Siempre sueles comentar que el proceso de elaboración de un disco resulta extremadamente agotador para ti, ¿teniendo en cuenta eso, qué te aporta en el sentido contrario para acabar siempre regresando a él?
J.I.L.: El placer de la mortificación… o el amor al arte, no sabría decirte. Es cierto que componer las canciones de un disco y luego grabarlas tiene mucho de agonía. Es una lucha por la búsqueda de una perfección imposible que siempre te deja exhausto, pero es mi oficio. Si improvisamos un tropo literario se trataría de un sufrimiento placentero.
¿Y en algún momento te ha surgido la sensación de que no tenías nada nuevo que decir o de no encontrar un camino que te satisficiera?
J.I.L.: Sí, siempre me pasa. No es que me siente con la cabeza entre las manos y me diga a mí mismo con desesperación que estoy acabado. Eso sería muy tragicómico. Es que ves que pasan los días y coges la guitarra y no logras engarzar una buena melodía con una mala palabra. Y lo intentas una vez y otra y otra… hasta que te sale. A lo mejor antes no pasaban tantos días pero qué le vamos a hacer. No hay que dejar de intentarlo.
Para acabar volviendo al principio, ¿de qué manera se afronta volver a los escenarios con tu proyecto personal tras la excepcionalidad, también a nivel de seguimiento, que supuso la reunión de 091?
J.I.L.: Lo afronto con realismo. Y con muchas ganas de volver a tocar con mi banda y defender en los escenarios las nuevas canciones.