Por: Àlex Guimerà
Si algo no se le puede echar en cara a Beck es su conformismo. Irrumpió de forma revolucionaria a principios de los noventa con dos gemas como son "Mellow Gold" (1994) y "Odelay" (1996), donde fusionó los ritmos hip-hoperos con el folk y el pop. En etapas posteriores Bek David Campbell ha transitado por distintos estilos musicales que ha ido sintetizando y combinando con mayor y menor acierto. Luego los cuarenta le trajeron un parón de seis años para digerir la creación de un "Morning Phase" (2014) con el que no solo tuvo reconocimiento de la crítica especializada sino que se coló en el mainstream por la puerta grande, Grammys incluidos. Con aquel disco nos metía en sonoridades frágiles, íntimas, lleno de ricos y tenues matices instrumentales y por encima de todo nos construía unos ambientes que combinaban a la perfección la serenidad, la emoción y la melancolía.
Para su continuación, Beck vuelve a romper esquemas y tira hacia la electrónica desde donde construye un disco de pop comercial que puede descolocar a muchos. Y es que el rubio californiano ha tirado hacia las melodías directas y pegadizas, pero lo ha envuelto en una producción muy elaborada para que luzcan más. Para ello, aparca sus tonos irónico, bucólico o triste y abraza un optimismo y vitalismo juvenil que puede parecer simple pero que pretende ser contagioso.
Al parecer el proyecto lleva tiempo gestionándose, desde 2013, tiempo en el que tuvieron lugar las primeras grabaciones, contando con su productor Greg Kurstin (Shins, Adele, Liam Gallagher, Foo Fighters,...) como socio y coautor de la gran mayoría de las canciones.
Unas canciones cuyas estructuras miran hacia la música de baile de los ochenta, el synth pop (Soft Cell, The Human League, Ultrabox,...), aunque su vestimenta bebe de los arreglos del nuevo milenio en la onda de la nueva psicodelia y esa tendencia hacia la electrónica abrazada por bandas como The Shins, Temples, Spoon y, por qué no, los fallidos Coldplay y Arcade Fire. También encontramos texturas vocales shinepop perfectamente entremezcladas entre ritmos de baile ("Colors", "Seventh Heaven" ), rapeos que dan lugar a power pop sintetizado ("I' m So free"), cruces entre Jamiroquai y Wham! ("No distraction", "Up All Night"), Hip-Hop en todo su esplendor ("Wow") o baladas lánguidas al piano ("Fix Me").
Destacan "Dreams (Colors Mix)" / "Dreams", irresistibles piezas discotequeras que llevan mucho de los ochenta (Bowie, black music, ritmos de rock industrial, funky,...); y "Dear Life" que recuerda a los mejores The Feeling ( una banda interesante por momentos, por cierto ).
Demasiado complejo definir un disco que mira hacia el dance pop del pasado arrastrando consigo múltiples influencias de ayer y de hoy para sonar del todo moderno en pleno 2017. Algunos lo criticarán otros lo adorarán. Para gustos los colores.