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Josele Santiago: "Transilvania"

Por: Kepa Arbizu 

El término Transilvania tiende a manifestarse, por lo general, en el imaginario colectivo relacionado con un paisaje invernal, solitario y expresado como el hogar del mal y de la inhumanidad. A la utilización de dicha palabra para titular un disco, como ha hecho Josele Santiago con su reciente publicación, se le suponen por lo tanto unas connotaciones muy concretas, que si bien es cierto que en el universo siempre simbólico y nada explícito que acompaña al madrileño van a tender a difuminarse en parte, no significa que no pueda confirmarse con rotundidad su -particular- acto de presencia. 

Si hay una idea que acompaña a la carrera en solitario, que ya cumple con éste su quinto trabajo, del líder de la legendaria banda Los Enemigos es aquella de abordar en toda su extensión el concepto de rock and roll. Una sentencia que puede sonar a obviedad pero que se escenifica en la insistencia por derribar corsés estilísticos y eludir la sumisión a ciertos estándares musicales, optando por desarrollar una total libertad creativa. Hasta ahora no cabía duda de que el reto estaba superado con suficiencia, ya fuera en su aplicación como en la calidad de ella, pero en este álbum todavía se esmera más en esa ya tradición por construir sus composiciones sobre terrenos nada preestablecidos. Para esta ocasión, más que nunca, y quizás enlazando con su ácrata primer paso bajo su nombre “Las golondrinas etcétera”, ha apartado cualquier condicionamiento derivado de la ecuación "bajo-guitarra-batería" que pudiera coartar la utilización de todo tipo de instrumentación y aportes varios. El cómplice necesario para la consecución de tal plan ha sido el productor Raül Fernández “Refree”, y los ejecutores de dichas ideas la banda de Xarim Aresté. Todos ellos elementos que cumplen con una actuación sobresaliente. 

Pero “Transilvania” es por encima de todo un disco de contrastes. La ya comentada fluidez en el acompañamiento y la esmerada aplicación de detalles sonoros no evita que su condición básica sea artesanal, y que pese a unas recurrentes maneras relativamente animosas y/o rítmicas predomine un verbo agrio, crudo y casi desesperanzado. El inicio del álbum lo marca la bellísima “Un guardia civil”, sostenida sobre una tensa sinfonía acústica, aplica una fórmula ya conocida y reconocible en la discografía de Josele, esas historias costumbristas de alto contenido lírico envueltas en un tono folk de gran carga emotiva, en este caso relacionado con el cada vez más anhelado bien que es la libertad ("Ser libre al fin, vivir para siempre feliz, estar junto a ti, pero el guardia me apunta con su fusil”). “Ángel”, que comparte concepto estilístico pero bajo una delicada, amable e incluso dulce interpretación, incluye posiblemente algunos de los versos más duros que se le han escuchado al madrileño (“Maldigo vuestra podrida nación, sois una puta infección, os mataría sin excepción, con niños pequeños y to’”). Con “Sonia”, que además supone el cierre, traslada esa sobriedad hasta un cavernario minimalismo para trazar uno de los momentos más poéticos. 

No acaban aquí las piezas que prescinden de la electricidad -en mayor o menor intensidad- para subsistir, pero en temas como “No se equivoca el mal”, de revelador título para señalar el motor que siempre parece regir nuestros pasos, es la recreación de un entorno atmosférico lo que marca decisivamente su carácter profundo, mientras “Cómo reír” se presenta con semblante circense. En general no habrá momentos que despunten especialmente por el uso de la distorsión en las guitarras, y si lo hay es en aquella que se revela como la pieza más peculiar del lote, la anticlerical “Saeta”, que retuerce con arrogante sensualidad una estructura básica de rock and roll. Junto a ella conviven con total naturaldidad esos estados que el madrileño tan magistralmente controla y que hacen referencia a la receta propia de un blues-soul al que hace despuntar en diferentes vertientes. Mientras “Magia Negra” exhibe un cordial acabado, la parte más emocionante reside en “El bosque”, inundado de esa épica tan representativa de la casa, aquí todavía incrementada con el uso de los aderezos instrumentales, y el colofón romántico en que se convierte “Déjame sufrir”. En otro plano menos sentido se encuentran los desprejuiciados y alternantes ritmos entre el swing y rhythm and blues de “Ovni viejo”. 

Josele Santiago trasciende el rol de músico de rock, o quizás lo más correcto sería decir que en verdad representa lo que en esencia debería de ser. Lo suyo no son géneros o etiquetas, sino un idioma propio, que engloba lo musical, por supuesto, pero que abarca mucho más allá. Precisamente por todo eso sus discos son la más exacta expresión de una garganta que toma toda la tradición de la música popular -no exclusivamente, aunque sí decisivamente, americana- para expresarla bajo una poética que abraza tanto a ninfas como a barro. Lejos ya de cualquier condicionante que le ate a un canon expresivo, teniendo sus raíces clavadas de manera muy evidente eso sí, “Transilvania” es la manifestación más rotunda y genial de esa libertad. Lo que nos encontramos entre sus canciones son maravillosos contrastes, decoraciones para un espíritu sobrio, en definitiva, una variedad de trajes que lejos de perturbar su figura la afianzan como una cada vez más, si cabe, digna de admirar.