Por: Artemio Payá
Para la prensa especializada, el obituario de Peter Perret lleva más de dos décadas escrito y guardado en un cajón esperando para ser publicado en cualquier momento. En él, se loa por supuesto su tres fabulosos discos con The Only Ones, los cuales por cierto siguen sonando igual de vigentes casi cuarenta años después con su ajustada mezcla de rock canalla, glam, ecos de la Velvet Underground y por supuesto el regusto punk de aquellos años con la capitanía general de un hacha de la guitarra como John Perry. No sólo eso, sino que además fecundaron una de las mejores canciones de la historia: “Another Girl, Another Planet”, que unos años más tarde impulsó la vuelta de nuestro protagonista a los escenarios después de ser expuesta hasta la extenuación en un anuncio de telefonía. Estará escrito también acerca de su disfrutable disco en solitario de 1996 y sobre todo habrá muchas líneas para su azarosa vida.
No es para menos, el bueno de Perret comenzó antes a traficar que a componer canciones y de hecho este lucrativo negocio fue el que le pagó su primera grabación. Una leyenda de indómito drogadicto que le perseguirá siempre y que ha sido la culpable de que todo el mundo esperara que a estas alturas estuviera bajo tierra acompañando a sus colegas de andanzas en vez de estar entre nosotros. Pero no, él es un superviviente y con lo que no contaba todo el mundo es conque Peter Perret se encerrara con sus hijos en los Konk estudios y demostrara que a pesar de que su turbulento pasado le haya pasado una extensa factura y se haya quedado casi sin pulmones su clase es innegociable.
Y es que “How the West Was Won” se saborea desde el principio con Perret sonando a Lou Reed y entonando en modo irónico y combativo que si alguna vez se encuentra realmente deprimido se va a meter en la deep web, comprarse un chaleco suicida y atentar contra Wall St. para después aclararnos que Dios sabe que adora América. El caso es que esta primera toma de contacto sirve para dos cosas: la primera confirmar que lo sigue teniendo y la segunda para constatar que su hijo Jamie no es John Perry pero que tampoco anda muy lejos y que esparce certeras y selectas notas por todo el disco.
A partir de aquí, en todos los surcos del álbum revolotea el ambiente biográfico basculando entre la declaración de amor a Zena, la que durante cuarenta años ha sido su fiel compañera tanto en los buenos como en los malos momentos y dejando preciosas tonadas como la del amor eterno en “An Epic Story” y “Troika” o el recuerdo de los momentos complicados de “Man of Extremes”; también presente está la terrible penitencia en la que el autor nos arrastra por su infierno particular, caso de “Living in my head” o de la terrible “Something in My Brain”, en la que el protagonista tiene que elegir entre comer o gastarse la pasta en crack, y por supuesto la redención del presente, siendo “Sweet Endeavour” o la Velvetiana “C Voyeurger” dos de las mejores canciones del lote.
En definitiva, un disco que se puede colocar junto a los tres discos de The Only Ones sin miedo a desentonar y no sólo eso sino que supone el testimonio de un superviviente del lado más salvaje de la vida que ha vuelto a asomarse para recordarnos que no ha perdido su grandeza. No lo digo yo, lo dice el en uno de los cortes: “No he muerto / Por lo menos no de momento / Todavía soy capaz de un último y retador aliento”.