Por: J.J. Caballero
Acostumbrarse a que cada cierto tiempo algunas de las bandas que has seguido con más interés en los últimos años se fajan en otras batallas sonoras distintas a las que han librado desde el comienzo de su carrera no es algo que se acepte mayoritariamente de la noche a la mañana. Para oídos desprejuiciados y admiradores del riesgo, sin embargo, no deja de ser un mal (o bien) necesario en el redescubrimiento de artistas empecinados no hace mucho en demostrar que solo saben hacer una cosa pero la hacen rematadamente bien. Luis Alberto Segura, L. A. como firmante, se desvía momentáneamente en "King of beasts" de la senda que lo mantenía demasiado pegado a la línea de un rock americano noventero, habiendo derivado en buenos discos llenos de irregularidades. Precisamente por ese atrevimiento, por la mayor sencillez de producción (manejada a medias con su antiguo socio Toni Noguera) y por lo aventurado de intercalar en un disco tan extenso (diecisiete cortes) paisajes instrumentales con cierto rasgo conceptual, merece la pena darse un paseo por estas canciones, las más variadas y abiertas de su trayectoria.
El L. A. de siempre se asoma en la inmediatez de nuevos hits como "The keeper and the rocket man" y "Where the angels go", solo que mucho más matizado y con diferentes querencias, puede que algo más British y enriquecidas. Se adivina madurez, curioso sustantivo a estas alturas para alguien que lleva casi tres lustros grabando discos, pero apelando al buen instinto de incorporar párrafos de folk y de indietrónica –el descubrimiento de los sintetizadores analógicos tiene mucho que ver en ello- a un temario hasta ahora fácil de memorizar. Se asocian ahora algunas de sus grandes referencias, demasiado evidentes ya en su fraseo, con Pearl Jam o Ryan Adams en la base ("Leave it all behind" bien podría pertenecer a cualquiera de las últimas sesiones del norteamericano), a nuevos y refrescantes aires, síntoma indiscutible de libertad, proporcionados por Bon Iver o Lady Gaga, tal parece la nueva paleta del mallorquín. Del primero se tienen noticias a través de la calidez de "Wind", y a la segunda se la adivina detrás de un tema más que sorprendente, "Turn the lights on", que puede significar un punto y aparte en su forma de entender los arreglos. Nada de eso significa que L. A. pierdan el norte en ningún momento, y para ello refuerzan su vena americanoide en la redonda "Helsinki" y una no menos efectiva "House of the wasted truth", con lo que convierten a este álbum en su trabajo más disperso y bienintencionado. Los interludios, en cambio, aportan poco, y aunque "Elephant interlude" se basa en "Welcome Halloween", aquel primer e insuficientemente reivindicado disco en el que forma y concepto funcionaban mucho mejor que aquí, con "Suddenly (reprise)" se intuyen las dos vertientes de "King of beasts": la lograda intensidad que combina el rock yanqui con la liviandad del pop sintético, sin que ninguna de ambas logre imponerse con claridad y conviertan al álbum completo en un ente con personalidad definida.
En el nuevo mundo, o al menos en el renovado universo de L.A., esperamos que piezas claramente menores como "Fire in your eyes" o explícitamente melifluas como "Again today" no supongan un obstáculo para un progreso que aún no sabemos dónde ni cómo desembocará. Después de meterse en la piel de estas nuevas canciones e intentar desentrañar el misterio, no nos queda muy claro si la próxima vez habremos de realizar un esfuerzo parecido. Y eso no es ni bueno ni malo, es simplemente expectación.