Por: Kepa Arbizu
Cuando Jason Isbell abandonó los Drive-By Truckers supuso -como era de esperar- un duro golpe para la banda. Quedó demostrado empíricamente que perder una de las patas creativas significaba un descenso en el nivel global de lo que hasta ese momento era una de las representaciones más completas y contundentes del rock americano. Como suele suceder en estos casos, ambas partes perdieron, y la carrera en solitario del estadounidense no empezó con la majestuosidad esperada, emprendiendo unos primeros pasos titubeantes. Una discografía que sin embargo, en sus últimos tiempos, se ha consolidado de una manera tan rotunda como emocionante.
Precisamente dentro de esta época de esplendor, iniciada con el “Southeastern” y continuada por el “Something More Than Free”, se inscribe un trabajo como este “The Nashville Sound”, donde recupera – en la nomenclatura, ya que la presencia real nunca ha dejado de existir- el nombre de su banda habitual (The 400 Unit), en la que se encuentra la figura esencial, también por razones extra musicales, de su mujer Amanda Shires. Una decisión, la de sacar a relucir la formación acompañante, que habla del variado, y en muchos instantes robusto, camino que el disco toma a la hora de expresar diferentes manifestaciones del sonido de raíces.
Son muchas -y provenientes de ámbitos diversos- los puntos en común que decoran esta, denominémosla, trilogía que el de Memphis ha entregado hasta el momento. Uno de ellos, precisamente, fue abandonar su tierra natal para alojarse en Nashville junto a su pareja y donde ya ha comenzado, con el nacimiento de su hija, a construir un nuevo núcleo familiar. También relevante resulta la aparición, y consolidación, del productor David Cobb, una suerte de rey midas contemporáneo en el contexto “americanista”. Elementos todos ellos que delatan una misma constante, aquella relacionada con la reubicación y consiguiente estabilidad. Ideas por su parte muy significativas en relación al concepto que transmite un álbum que desde su título, en referencia a su reciente residencia, reta a jugar con los dobles significados, ya que esa evidente llamada al clasicismo que entona supondrá también en su desarrollo divergencias con ciertos aspectos tradicionales asociados a dicha escena. Sumémosle a esta percepción que los mayores réditos de su talento -en solitario- los está logrando en una época de paz familiar y alejada ya de adiciones y corroboraremos que estamos ante un tipo singular y que le acompaña un discurso propio dispuesto a reventar ciertos clichés. Para ello, nada mejor que hacerlo con este extraordinario disco.
Son muchas -y provenientes de ámbitos diversos- los puntos en común que decoran esta, denominémosla, trilogía que el de Memphis ha entregado hasta el momento. Uno de ellos, precisamente, fue abandonar su tierra natal para alojarse en Nashville junto a su pareja y donde ya ha comenzado, con el nacimiento de su hija, a construir un nuevo núcleo familiar. También relevante resulta la aparición, y consolidación, del productor David Cobb, una suerte de rey midas contemporáneo en el contexto “americanista”. Elementos todos ellos que delatan una misma constante, aquella relacionada con la reubicación y consiguiente estabilidad. Ideas por su parte muy significativas en relación al concepto que transmite un álbum que desde su título, en referencia a su reciente residencia, reta a jugar con los dobles significados, ya que esa evidente llamada al clasicismo que entona supondrá también en su desarrollo divergencias con ciertos aspectos tradicionales asociados a dicha escena. Sumémosle a esta percepción que los mayores réditos de su talento -en solitario- los está logrando en una época de paz familiar y alejada ya de adiciones y corroboraremos que estamos ante un tipo singular y que le acompaña un discurso propio dispuesto a reventar ciertos clichés. Para ello, nada mejor que hacerlo con este extraordinario disco.
Ya desde el inicio con la delicada “Last of My Kind” se va a poner en liza esa confrontación entre el pasado y el presente. Un disco, que por otra parte, va a crear una visible diferenciación entre aquellas composiciones más rockeras y otras con un espíritu campestre de folk-country, en la que se encuentra la ya comentada apertura. Será un ensayo de nivel para la llegada, dentro de ese terreno, de otras representaciones realmente ejemplares como la preciosa e intensa “Tupelo” e incluso la desnuda “If We Were Vampires”, en la que se observa con nitidez, gracias en parte también al contrapunto femenino, la voz dulce y rasgada tan característica de Isbell. El violín que asume protagonismo en “Something to Love” le otorga una apacible nostalgia a esta canción dedicada a su hija pero también de claro carácter autobiográfico, y un tema como “Chaos And Clothes” resuena maravilloso en un claro homenaje a esas sensibilidades extremas de personajes como Elliott Smith o Nick Drake y que además supone una mano amiga tendida a Ryan Adams en sus problemas amorosos.
Si hasta ahora la parte mencionada hace referencia a esa que comparte una delicadeza sonora, sensación que además se hace extensible mayoritariamente a unos textos más intimistas, la aparición de las guitarras eléctricas, y el incremento de la fuerza, delimita otro plano por el que discurre el trabajo, uno que enfatiza la temática social. Esas formas adquieren su manifestación más directa de la mano de un rock and roll épico eminentemente springsteeniano en la proletaria “Cumberland Gap” que se convierte, implementando la emoción al mismo tiempo que rebajando la aceleración, en un medio tiempo con sello Mellencamp en “Hope the High Road”. El dardo envenenado que lanza a esos Estados Unidos anclados en un sistema de valores que apuntalan privilegios por medio de “White Man’s World” adopta un tono crudo, siendo Neil Young uno de los definitivos abastecedores de su espíritu eléctrico, y con el medio tiempo “Anxiety” encuentra el exacto anclaje en las dos platillos de la balanza entre los que fluctúa el álbum.
Jason Isbell firma con este nuevo disco un excepcional retrato de lo que debe ser un buen songwriter. Musicalmente se alimenta y adapta la tradición del sonido americano mientras su voz es transmisor de una mirada que parte desde su experiencia individual e íntima para ubicarla, y confrontarla cuando se hace necesario, en un contexto global. Explicarse -o intentarlo- a sí mismo por medio de aquello que le rodea, esa es la -magníficamente resuelta- ecuación que desprende “The Nashville Sound”.