Festival Blues Cazorla: Todo está en la raíz


Cazorla, 13, 14 y 15 de julio del 2017

Texto y fotografías: J.J. Caballero

Acudir por primera vez a un festival que tiene como base los sonidos básicos, valga la redundancia, en la creación y evolución de eso que ahora todos llamamos rock, muchas veces demasiado a la ligera, supone varias cosas. La primera a tener en cuenta es que los que estamos fajados en este tipo de eventos masivos bajo otra óptica, fundamentalmente la del oyente medio de música indie –si es que aún sigue teniendo sentido dicha etiqueta-, por fin podemos y debemos cambiar el chip y disfrutar de un entorno diferente, un público diferente y sobre todo un entorno absolutamente envidiable. Firmaría desde ya el retorno a Cazorla, una localidad emplazada en pleno parque natural, con multitud de enclaves geológicos de visita casi obligada y una riqueza gastronómica de la que fuimos partícipes durante cuatro días y tres noches que tardarán tiempo en desvanecerse en la memoria. No se trata solo de que el Festival de Blues de Cazorla sea uno de los más prestigiosos del mundo, sino que la forma de acercarse a sus escenarios, al pueblo en general, es mucho más respetuosa y consciente de que allí vamos a escuchar música, por encima de cualquier otra pretensión, y a confirmar que la doctrina de los viejos bluesmen del delta del Mississippi sigue teniendo prosélitos en cualquier rincón del orbe, y que resulta casi un milagro que lo que un día empezó como un humilde ciclo de conciertos programado por un grupo de aficionados refugiados en la sierra jiennense se haya convertido en un encuentro multirracial y multigeneracional para que miles de personas se repartan a sus anchas por las calles y alojamientos de la villa unidos por un propósito común. De la calidad de las actuaciones –que es lo que verdaderamente importaba- las dispersas condiciones acústicas y los pequeños despistes de organización hablaremos a continuación, en un resumen de lo que pudimos ver y oír desglosado por fechas y momentos. Bienvenidos a Cazorleans, ciudad universal del blues.

 JUEVES 13 DE JULIO 

Abres el programa de mano, tan escaso en información como útil para centrarte en los horarios y distribución de escenarios, y te encuentras con que los primeros en abrir fuego son un grupo de viejas leyendas del blues, absolutamente desconocidas para la amplia mayoría de público, que continúan girando juntos para dar a conocer canciones grabadas hace apenas un par de años en algunos casos. ¿Contradicción? Lo explicamos.

Albert White es un guitarrista que ha grabado en solitario y con multitud de bandas discos que abarcan desde los conceptos clásicos del blues hasta derivaciones modernas del jazz, pero que se unió al proyecto Music Maker Blues Revue como una forma de reivindicar a esas viejas figuras amateur que jamás habían tenido la oportunidad de tocar delante de una gran audiencia. Tal es el caso de los vocalistas Robert Finley, absolutamente tremendo, Robert Lee Coleman y Alabama Slim, un espigado cantante con pinta de predicador y voz profunda. La formación la completan el legendario Lil’ Joe Burton, un trombonista de Chicago que giró con Junior Wells, Bobby Womack y Joe Tex entre otros (casi nada al aparato), el bajista Nashid Abdul-Khaaliq y el batería y director musical Ardie Dean, la combustión blanca en un entorno de músicos negros que unen veteranía y beneficencia musical en un proyecto único, una inmejorable forma de empezar un festival de unos rasgos tan marcados. La jam session obvia se alterna entre temas maravillosos como "I just want to tell you" o "Come on and rock with me baby", variando el tempo y el tono sin salirse nunca de la quintaesencia de un sonido imperecedero. Una gratísima sorpresa que anticipaba que el listón ya estaba muy alto nada más comenzar.
John Nemeth aún es muy joven comparado con los maestros que le precedieron en el escenario principal. Por cierto, aún no hemos dicho que este, el situado en la plaza de toros, era el único en el que el sonido mereció especial mención. Ojalá todos los festivales de cualquier índole contaran con unos técnicos tan capacitados, teniendo en cuenta que a emplazamientos similares es complicado sacarles el jugo acústico imprescindible para que la cosa fluya como debe. En el caso del norteamericano y su banda The Blue Dreamers, la satisfacción fue a mayores. Probablemente estemos ante el mejor armonicista del blues moderno y a la vez el músico más hortera del mundo, ya que suele presentarse exhibiendo una amplia variedad de petos tuneados con símbolos místicos (el de esta noche era un ying-yang en absoluto concordante con la temática de sus canciones) y unas omnipresentes gafas de sol de dudoso estilismo general.

 Tampoco estábamos ahí para juzgar a cualquier hipotético candidato a cambio de look sino para escuchar en directo las canciones de su notable último disco, entre las que destacan "Sooner or later", "My baby’s gone" o "Country boy". A los músicos que lo acompañan, entre los que destaca el magnífico guitarrista Johnny Rhoades, les sale la vena funk en "I’m funkin’ out" y armonizan con el groove de "Do you really want that woman" y el subsuelo góspel de "Keep your elbows on the wheel". El hombre del sombrero domina su instrumento como si hubiera nacido con él debajo del brazo e invita a la gran revelación del festival, del que luego hablaremos y no mal precisamente, ‘King’ Solomon Hicks, para marcarse un mano a mano monumental que ya nos puso en aviso acerca de los poderes del jovenzuelo de la guitarra roja. Mr. Nemeth pasó por Cazorla mal vestido pero enérgicamente provisto de música y grandes canciones. La esencia no solo no se había perdido sino que justo acababa de renacer.

Un candidato al Grammy, este de los buenos, por su último disco "Bloodline", no es ningún recién llegado ni nadie a quien no merezca la pena dedicarle unos minutos. Tampoco es que se supiera mucho por estos lares, más allá del público especializado, de un grandísimo instrumentista de Nueva Orleans llamado Kenny Neal, que llegó al festival acompañado de sus hermanos, teclista y “hammondista” respectivamente y sobre todo uno de los baterías más espectaculares que hemos visto en los últimos tiempos. El tal Bryan Morris apabulla con una velocidad y precisión a la altura de los más gandes y proporciona el combustible perfecto para que las guitarras de la emocionante "Since I met you baby" y la pulsión rítmica de "Let life flow" lleguen hasta donde deben. No por desconocido fue peor recibida su concepción de la música del diablo, y tampoco debemos olvidar que no hace demasiado tiempo grabó todo un álbum tributo a Slim Harpo, o sea que tampoco tuvo malos maestros el tipo. Neal demuestra dominio de la armónica y posee temas estandarizados en los patrones del blues contemporáneo como"Bring it on home" y aptos para la destreza guitarrera como "You’ve got to hurt before you heal". Como juego final se apodera del bajo, deja explayarse a sus músicos a la par que lo hace él mismo y se marcha dejando la sensación de que aunque no lo parezca por su aspecto, este hombre tiene mucha, muchísima clase. Fino y eficaz donde los haya.

Pero para finura, elegancia y desparpajo el cartel de bienvenida se reservaba un as inesperado y devastador. El rey del nuevo blues neoyorquino, procedente de Harlem para más señas donde fue bautizado como tal, ‘King’ Solomon Hicks está arrasando en todos los festivales a los que él y su guitarra son convocados. Americana roja, presencia impecable y una carrera aún en ciernes para la otra estrella de la noche. No daríamos crédito si no supiéramos con antelación que el chaval solo tiene veintiún añitos y si antes no hubiésemos tenido un dulce aperitivo del banquete que nos pegamos a su costa. Este nuevo prodigio de la guitarra apabulla con un exhibicionismo innecesario pero suficientemente revelador. Demuestra conocimiento de causa al meterse en pieles conocidas con "Everyday I have the blues" pero también cierto riesgo cuando cuece al fantasma de Elvis Presley en un caldo más incandescente aún del que ya proviene su "Hound dog", porque lo de recurrir a sendas coplas del patriarca Chuck Berry (buenas aproximaciones a "Maybellene" y "Johnny B. Goode" para levantar a media plaza, que es toda la que queda sentada a esas horas) no es solo un estupendo recurso de alumno bien aplicado sino también una reafirmación en su esencia. Llegó, vio y convenció incluso en el duelo final con otro que tal baila, el joven virtuoso irlandés Davy Knowles, que sería el encargado de cerrar el festival dos jornadas después. Para no ser nadie –en teoría- fue todo lo que necesitábamos escuchar –en la práctica-.

 Al término de la velada de apertura, lo más acertado que podíamos decir era aquello tan recurrente de “para ser la primera vez, no ha estado nada mal, ¿verdad?”. Y tanto que no.

VIERNES 14 DE JULIO

Antes de hablar de los platos que degustamos el segundo día (de los otros, los de mesa y mantel, podríamos dar cuenta en otra crónica no apta para estas páginas) habría que decir que el Festival de Blues de Cazorla se desarrolla en tres escenarios, el principal de los cuales queda habitualmente reservado a los nombres llamados a convocar a más público o normalmente necesitados de un mayor espacio escénico y sonoro. Fue en el que pasamos más tiempo y al que volveremos cuando proceda hablar de ellos, pero quedan otros dos de carácter gratuito uno (la plaza del Castillo) y semigratuito el otro (el Auditorio Municipal). Aclararemos más abajo lo que las autoridades y la organización entienden por tan curioso calificativo, pero de momento hay que ir a lo importante, que no es otra cosa que contar y cantar las virtudes de la música vista y escuchada, que a eso vinimos.

Está claro que la de El Hombre Garabato no es a priori una música demasiado encuadrable en un evento dedicado básicamente al blues. Su pop intenso y de maneras afiladas en general parecía desubicado en plena plaza, no solo por su carácter, sino por la hora a la que le tocaron lidiar con una audiencia que estaba allí más por dispararse chorros de agua fría, remojar los sofocos corporales en la fuente pública y consumir licores de la más diversa índole como si no hubiera un mañana. Los granadinos lo intentaron con las canciones de su última producción propia, entre las que destacan "De tripas corazón" y "El héroe más valiente" y el aval de haber grabado un EP con el mismísimo José Antonio ‘Pitos’ García, el mítico vocalista de los recientemente resucitados y vueltos a la tumba 091. Ni el calor ni las circunstancias acompañaron, ni a los Saxofonistas Salvajes, que tienen swing y tablas a rabiar, tampoco.

El salvajismo de Arnett Cobb y King Curtis, a ese es al que se refiere el gran Dani Nel.lo en los temas desbocados que eligió para un disco que bien podría haber titulado con su nombre, como instigador e inspirador de una idea tan brutal como abrir un proyecto paralelo a Mambo Jambo, todavía el más importante y actual de su carrera. Reclutó a algunos de sus compañeros en la banda para involucrarlos en esta magnífica aventura que mete en la maleta a algunos de los grandes músicos de sesión de la época dorada del rock and roll. A los citados se podrían unir los nombres de Lynn Hope o Big Jay McNeely en el placer máximo de escuchar el himno mestizo "Hot tamales" o la irresistible "Sands of Sahara". Era ya media tarde y casi ni nos habíamos dado cuenta de que nos habíamos quedado sin tiempo para regresar a la base de operaciones y recargar baterías antes del nuevo menú nocturno, así que lo del “odiotorio” (más adelante entenderán la creación obligada del término) lo dejamos para el día siguiente.

Delta Moon practican un country próximo a otras fronteras de la música americana igual de irresistibles. Son músicos de raíz y se les nota, y disfrutan escribiendo y compartiendo las canciones intensas de "Cabbagetown", el último y fantástico álbum de los de Atlanta, encabezados por las cabezas bien amuebladas de Tom Gray y Mark Johnson. Saben zambullirse en el blues más rancio y pantanoso sin que se note demasiado y tienen siempre el rabillo del ojo puesto en el rock alternativo. Por eso su concierto del viernes en Cazorla, aparte de servirles de primera toma de contacto con el público español en su actual gira, fue de los que se escuchan y se sienten con calma, para absorber la tremenda profundidad de temas como "Rock and roll girl" o "21st century man" y reconocer su supremacía en el concurrido paisaje de los clásicos modernos, o al revés, que para el caso es lo mismo.

El caso de Doyle Bramhall II, debutante en nuestro país, es bien diferente. Probablemente hablemos del concierto más frío e introspectivo de cuantos vimos en esta edición del festival. Su trayectoria y alcurnia le avalan, no en vano ha prestado servicios para Eric Clapton y Roger Waters y se educó escuchando los discos de Jimi Hendrix y asistiendo a conciertos de grandes como Stevie Ray Vaughan (su progenitor fue batería del monstruo de las seis cuerdas durante buena parte de su carrera), pero la frialdad con la que acomete su blues progresivo lo convierte en un artista prescindible en directo, por mucho virtuosismo que exhiba. Alguien cercano murmuraba algo así como “para estar en tu casa bien fumado esta música es la hostia”, y puede que suscribamos afirmación tan espontánea y descriptiva. Todo impecable en presencia y ejecución, una pléyade de instrumentistas completísimos y serviciales, pero con el sopor planeando a cada nota y la escasa voluntad de comunicación del zurdo aquello no pintaba demasiado bien. Hasta que volvieron nuestros gallegos favoritos, y ahí la cosa cambió. Y mucho.

El de Los Reyes del K.O. fue un concierto corto y casi improvisado para la ocasión. No debemos olvidar que fue el primer nombre confirmado para la edición de 2017 y la noticia no dejó de ser sorprendente, pues la entente formada por Adrián Costa y Marcos Coll no daba señales de vida artística desde 2007, hecho añadido a que se presentaban en Cazorla sin material nuevo que ofrecer, pero ni falta que les hizo. Aún recordamos los efectos colaterales del fabuloso "Hot tin roof", el disco que incluía versiones de joyas escritas por Doc Pomus ("Young boy blues") y Clifton Chenier ("I’m on the wonder") y cómo le sacan los colores rockeros al cha cha cha de "La paloma" para que acabemos la noche bailando y deseando que estos dos y sus asociados no vuelvan a dejar en barbecho tanto tiempo un proyecto que puso al rhythm and blues español a la altura de los mejores en Europa, donde fueron grandes y seguramente los echan de menos tanto como aquí. Tan exhaustos terminamos que preferimos irnos a dormir reconfortados por tan bello reencuentro, aun suponiendo las virtudes del directo de Carvin Jones, a quien dejamos para alguna otra ocasión más propicia.

SÁBADO 15 DE JULIO

A ver, lo intentaremos explicar para que nadie se sienta aludido y a la vez se tomen cartas en el asunto para los próximos años: lo de llamar “auditorio” a un espacio semicubierto a la entrada de la población habitualmente destinado a celebraciones folclóricas y ferias municipales en las que el sonido importa poco menos que un pimiento, vale, cada cual que le ponga el nombre que quiera, y las autoridades (in)competentes están en su derecho de hacerlo. Pero relegar a dicho escenario, por llamarlo de alguna manera, a bandas tan relevantes en un cartel de esta enjundia como Guadalupe Plata y J Teixi Band resulta poco menos que delictivo. A los primeros ni pudimos verlos porque el curioso concepto de la organización de lo que debe ser gratuito o no, en el que entra la confusión y consiguiente queja de los que habiendo pagado un abono de más de setenta euros por ver T-O-D-O-S los conciertos se tuvieran que quedar fuera porque el aforo es limitado y además accesible a quienes no habían pasado por taquilla. Sí, alucinando nos quedamos, y así parecían aseverarlo las miradas de un personal de seguridad entre acongojado y avergonzado que se hacían cómplices sin serlo realmente de un desaguisado absolutamente lamentable. A los segundos, una auténtica máquina de mezclar soul, rhythm and blues y todos los sonidos negroides imaginables capitaneada por un histórico del rock español, el señor Javier Teixidor, el nunca suficientemente valorado ex líder de Mermelada con incombustible sección de vientos incluida, los escuchamos sesgados, peleando con la infame acústica del lugar e incluso saliendo medio indemnes –veteranía de por medio- en los riffs de "Rosas rojas", los coros de "Atrapado" y la ortodoxia rockera de "Quiero romper". Una pena que los tremendos arreglos de otros temas, entre ellos el clásico "No quiero escapar" y un furioso "Estoy loco" en el que intentan lucirse los teclados de Emilio Galiacho se diluyeran entre la geometría de un cubículo diseñado para todo menos para una música de tanta calidez. ¿Se entiende ahora lo de “odiotorio”?
 Llegamos a la recta final de nuevo en el recinto central a tiempo de ver cómo Julián Maeso presentaba los temas de otro grandísimo disco, "Somewhere somehow", acompañado de una banda que podría pasar por un grupo de mercenarios, en el buen sentido, del sello Chess en su mejor época de los sesenta. Aparte de dar la lección habitual al hammond en "Leave it in time" o "Long winter drama", el manchego comparte protagonismo con un músico tremendo como el guitarrista Amable, y hace bascular el repertorio entre el jazz, el blue-eyed soul y el blues de espacios abiertos. Es un maestro, lo sabe y a quienes lo hemos visto tocar solo un par de veces nos basta para saberlo también.

El reclamo principal de esta edición no era otro que el de traer a Cazorla el espectáculo que protagonizan dos legendarios nombres de la escena: Taj Mahal y Keb’ Mo’, bautizado en los carteles como “Tajmo” y plasmado en piezas para sibaritas del atractivo de "Don’t leave me here" o "Diving duck blues", pura esencia de himno de porche a dos guitarras, y el balanceo rítmico de "She knows how to rock me". Una asociación para llevar el blues hasta el fin del mundo, como ellos mismos podrían decir en "All around the world", y puede que el gran concierto del festival, aunque solo sea por lo que representan sus protagonistas y la cantidad de premios y enseñanzas acumulados entre ambos. Momentazo absoluto y prólogo a otra de las grandes sorpresas, aunque en parte sospechada.

Si atendemos al calculado look de Nikki Hill sin haber escuchado ni una sola nota de su boca podríamos adivinar que lo que hace es una mezcla de reggae, soul, jazz y unas gotas de rockabilly. Hay mucho de todo eso excepto quizá de lo primero, meramente implícito en su físico. La norteamericana no desentonaría ni en un festival de flamenco, tal es su poder de adaptación y conquista de todo tipo de públicos, y a este además ya lo conocía por su presencia en este mismo escenario hace solo dos años. Su voz rasgada, escasa en algunos momentos y maravillosamente personal, le ha granjeado apelativos como el de la nueva reina de la música negra contemporánea, y algo de eso hay cuando descarga su potencial en balazos como "Heavy hearts, hard fists" y "(Let me tell you bout) luv". Un concierto apoteósico llevado en volandas por un sonido perfecto y una complicidad total con un público del que formábamos parte activa por última vez en tres días. No podía haber mejor despedida.

Llegamos a Cazorla con ilusión por disfrutar de la música que más cosas nos ha hecho sentir para marcharnos sin un pedazo de corazón, que se nos quedó allí, tal vez esperando a que pase un año y poder unirse al otro y volver a latir al son de los negros y el de los blancos que una vez quisieron dominarlos sin conseguirlo. Al decir adiós nos sentimos tan tristes como un niño que sabe que después de que vengan los Reyes Magos recibirá un nuevo regalo de cumpleaños. Como dijo B.B. King sin ninguna acritud, "Bye bye, baby!"