Por: Javier Capapé
Excelso. Es el mejor adjetivo que puedo usar para describir el paso de Rufus Wainwright por el Teatro Principal de Zaragoza el pasado martes. Un artista al que le basta y le sobra para dejar atónito al personal únicamente con su voz. Una voz que funciona como instrumento catalizador de emociones y vehículo de expresión de un artista que debería figurar entre lo más inspirado y revelador de la historia musical reciente.
Siempre me había parecido un músico al que prestar atención y había seguido su carrera con cierta regularidad, aunque reconozco que sus últimas experiencias operísticas no consiguieron captar mi atención. Por eso temía que su paso por Zaragoza en solitario, a punto de presentar su ópera “Prima Donna” en París el próximo sábado 10 de junio, y con la única compañía de un piano de cola y una guitarra acústica, pudiera dejarme indiferente. Sin embargo, en cuanto sonaron los primeros acordes de “Grey Gardens” y escuché como su voz cristalina inundaba todo el teatro, supe que ésta iba a ser una de las noches que se recordarán por mucho tiempo en mi ciudad. Me embelesó y me dejó sin aliento en la segunda canción, que afrontó con el piano a una sola mano. Se trataba de “Vibrate”, uno de sus temas más emotivos, aunque eso no iba a ser todo. Desde ahí hacia el cielo, y eso que cuando cogía la acústica se evidenciaba cierta incomodidad con este instrumento que no domina como el piano y podía desmerecer algo el conjunto. Con las seis cuerdas interpretó “Out of the Game”, de su último disco pop, así como “Jericho” o “Gay Messiah”, con la que recordó a modo de anécdota que él también tiene un sobrenombre en el mundo de la lírica que le fue impuesto a su paso por San Remo: “¡Rufus, lo Scandaloso!”. No sólo esta anécdota fue compartida en la velada, ya que el músico newyorkino se mostró abierto con el público zaragozano y habló de otras experiencias diversas con cierto humor, incluso cuando presentó un nuevo tema titulado “The Sword of Damocles” inspirado en la situación política mundial y especialmente en la vivida en EE.UU. tras los resultados de sus últimas elecciones.
“The Art Teacher” fue otro momento álgido, como lo es la propia canción, y nos condujo hasta uno de los temas más impactantes de la noche. Casi diez minutos intensos con la interpretación de “I´m going in”, una versión de la desaparecida Lasha de Sela que nos puso a todos la piel de gallina. Tras este momento de emoción contenida había que relajar un poco los ánimos y Wainwright volvió a calzarse la acústica para afrontar la más alegre “Greek song”, seguida de la pausada “Not ready to love” y la dulce y saltarina “Beauty Mark”.
“Dinner at Eight”, “Candless”, interpretada a capella, y la popular “Cigarettes and Chocolate Milk” ponían el cierre antes de dar paso a unos bises que harían las delicias de todos los presentes con la intención de no borrar nunca de su memoria la noche que Rufus Wainwright hizo estremecer al teatro más emblemático de Zaragoza. Los citados bises fueron un exquisito regalo sin dejar de lado la solemnidad presente durante las casi dos horas que duró el concierto. “Going to a town” se presentó despojada de todo artificio para acercarla más a la desnudez melancólica predominante, aunque sin llegar a perder sus formas pop. A ésta le siguió una efectiva versión del “Hallelujah” de Cohen y la maravillosa “Poses”, que dejó al público con ganas de más y obligó a salir de nuevo al protagonista de la noche para compartir con todos la popular “Complainte de la Butte”.
Será difícil superar el nivel de una propuesta como la de Rufus Wainwright en mucho tiempo. Un concierto como éste es de los que se viven muy pocas veces y estoy seguro de que todos los que llenábamos el teatro somos conscientes de lo privilegiados que fuimos al ser partícipes de esta obra de arte viva.