Por: Oky Aguirre
Anda que no han caído años desde aquellas canciones. “Hurt so good” y “Jack and Diane”, “Pink Houses” o “Lonely ol´night”. Los ochenta no fueron años para las guitarras eléctricas. Pobres, lo tenían difícil ante tanto teclado y desbordadas por las modas –esas hombreras, amigos, esas hombreras-. Ahora con los años uno entiende lo que significan palabras como evolución, carentes de sentido en nuestra adolescencia pero imprescindibles cuando nos hacemos “puretas”. Los mismos que se darán por aludidos al saber del nuevo disco de John Mellencamp.
Ahora que todavía estamos asimilando el último disco de Sir Ray Davies, “Americana”, conviene recordar de dónde viene todo aquello, que desde luego no tiene al gran vencedor, apodado “The Boss”, como único artífice de lo que aconteció al otro lado del Atlántico. Existían tíos dispuestos a luchar por la esencia no ya del rocanrol, sino de la American music. Si España tiene a Goya y Velázquez o a Lorca y Cervantes, América es la Tierra Prometida -empatada con Inglaterra claro- en cuanto a música se refiere, con el permiso de África, culpable de ser la Cuna de la Humanidad.
Willie Nile, Ben Vaughn, Elliot Murphy, Bob Seger o John Hiatt -sin olvidar al maestro Warren Zevon- son sólo algunos de los héroes que sobrevivieron con dignidad aquélla época nefasta para todo lo que fueran “roots”. El blues, soul y rock´n´roll se vieron vilipendiados por las modas establecidas, siempre bienvenidas pero culpables del menosprecio de géneros absolutos, dando lugar a nuevos acontecimientos musicales. Los New Romantics llegaron para establecerse durante un década, viendo nacer a toda una corriente de auténticos trovadores, ajenos a lo impuesto y creyentes de su precioso legado: la Americana Music.
La carrera de John Mellencamp comenzó hace 35 años, cuando se le conocía como Cougar, nombre impuesto por su discográfica al igual que su imposible peinado ochentero. Es miembro del Salón de la Fama del Rock and Roll, ganador de un Grammy, del Premio John Steinbeck, Premio de la Fundación ASCAP, Premio Woody Guthrie y Premio a la Vida de la Asociación Americana de Música, asignado por la Sociedad Americana de Compositores, Autores y Editores. Muchos lo recordarán por ser organizador, en 1985, junto con Willie Nelson y Neil Young, del famoso Farm Aid, aquella versión americana del Live Aid.
"Sad Clowns & Hillbillies” supone el 23º álbum en la carrera de éste rockero auténtico y ecléctico, voz esencial de la música estadounidense y narrador de historias siempre comprometidas, llenas de perdedores.
El término “hillbillie” –esa maravillosa música con violines, banjos y gorros vaqueros, que hoy denominan country & western o bluegrass- impregna todo el disco, con altibajos en algunos de los temas. Cuenta con la colaboración de Carlene Carter, hija de la leyenda June Carter Cash, hijastra de Johnny, en la mayoría de las 13 canciones y con la estrella del country Martina McBride en “Grandview", el único tema rockero y con guitarra de Izzy Stradlin de regalo.
“Mobile Blue” abre el disco para trasladarnos directamente a Alabama, Frisco o Nashville, dejando claro que la guitarra de Mellencamp ha madurado, metida de lleno en terrenos acústicos, lo mismo que su voz, ya rasgada por el tiempo y cercana a Tom Waits y Dylan.
En “All night talk radio” suenan violines muy Waterboys y en “Sugar Hill Mountain” huele mucho a Ray Davies y sus momentos circenses, pero ambas impecables.
Pero donde se hace evidente que este tío aún respira música es en temazos como “My Soul´s got wings”, donde el country y el rockabilly se abrazan, igual que las voces de Mellencamp y Carter.
En definitiva, un viaje agradable por América pero un tanto insulso. Quizá sea por el impacto de aquellos discos de hace unos años de Dave Rawlings Machine o el “Terms of my surrender” de John Hiatt.