Recinto Mendizabala, Vitoria-Gasteiz. Sábado, 24 de junio del 2017
Por: Kepa Arbizu
Fotografías: Lore Mentxakatorre
Asumiendo eso de que el desayuno es la comida más importante del día, y que por lo tanto el inicio de una jornada debe de insuflar energía, el sábado era conveniente, por apretar el acelerador desde el primer instante, empezarlo con Bloodlights, banda noruega inmersa en esa corriente de punk-rock escandinavo, no obstante está liderada por Captain Poon, miembro de uno de los nombres insignes de esa ola, Gluecifer. Fieles a ese espíritu desafiante y enérgico, ofrecieron los estandartes de dicho movimiento pero no lograron despuntar fuera de ahí. Rotundos -incluso recogieron el legado clásico con el “New Rose” de The Damned- a la hora de interpretar temas como “Simple Pleasures”, “10 Times” o “Addiction”, lograron encender la chispa pero no dinamitaron.
La escueta representación del rock hecho en castellano contó en esta ocasión como máximo representante a Loquillo. Con una gran afluencia a pesar de no estar en “prime time”, el catalán ofreció justo aquello que esperaban de él: un espectáculo orquestado en el que todo, desde sus gestos hasta el papel que toma cada uno de los integrantes del grupo, tiene un rol claramente asignado. Acompañado por una suma de músicos de destacado recorrido (Mario Cobo, Josu García, Igor Paskual...), dicha presencia aboca a un sonido contundente que baña todos los temas, a pesar de buscar ciertos matices diferenciadores como el americanismo de “El hombre de negro”, siendo sus representaciones más fieras, como “Carne para linda”, las más impactantes, Como es lógico no faltaron sus temas santo y seña (“Feo, fuerte y formal”, “Cadillac solitario”, “Quiero un camión”) con los que enloqueció al público, que es de lo que se trata, supongo.
Otro tipo muy diferente de teatralidad es la que ofreció Michael Kiwanuka. Una realmente embriagadora y emocionante, tanto que a estas alturas uno duda si no tuvo la capacidad incluso de lograr la paulatina caída de la noche, algo que ayudó a implementar dichas sensaciones. Con la incógnita de cómo trasladaría su arriesgado segundo disco -lleno de capas sonoras y una producida instrumentación- a un contexto como éste, el resultado lo saldó con sobresaliente, adaptando esa densa ambientación, de la que no se desprendió en esencia, al formato grupo. Con un aura sin ampulosidad ni imposturas, su música, ese inclasificable pero jugoso cruce de caminos entre Sam Cooke, Bob Marley, Terry Callier y Gnarls Barkley, tomó la forma de un manto que se fue posando delicadamente sobre la piel del público. Si el inicial esoterismo romántico de “Cold Little Heart” fluyó hacia el funky gospel de “Black Man in a White World”, el grueso del repertorio tendió casi en todo momento a una sensible y negra psicodelia. En ese contexto “Rule the World” y “Father’s Child”, con un sobrio y delicioso tramo instrumental final, nos deslizaron hacia el cálido final de “Love & Hate”. El joven norteamericano -y compañía- jugó con el riesgo que tenía una propuestas así y terminó encandilando y erigiéndose como figura en esta edición.
Uno de los atractivos que ofrecen eventos de este tipo es la posibilidad de cambiar de paisaje (sonoro) en un breve intervalo de tiempo. Igual que puede suponer un aliciente también se puede tornar en un escollo, sensación que precisamente se apoderó en todo momento respecto al esperado regreso de Union Carbide Productions, antecedente temporal de los Soundtrack Of Our Lives del carismático frontman Ebbot Lundberg. Su punk-garage sinuoso no consiguió sacarme del climax del que provenía, y el espíritu Stooges por el que estaban poseídos casi en todo momento, salvo en algún potente medio tiempo, a pesar de quedar materializado en temas como “Cartoon Animal”, “Born in the 60’s”, “San Francisco Boogie” o “Maximum Dogbreath” bajo un huracanado ejercicio de desgarradora fuerza, no logró imbuirme.
Si en esto de la música seducir, de la manera que uno crea o tenga capacidad, es esencial, Chris Isaak es conocedor de todos los trucos -de los más manidos a los menos- para lograrlo y de todos saca un rédito excelente. Su actuación, como siempre, es un show perfectamente pautado; algo conocido de antemano pero al que siempre acabas rendido. Porque en verdad solo él es capaz de vestir de una guisa tan llamativa y quedar elegante, bromear con su teclista mientras toca la bella “Somebody's Crying”, montar un reservado con su banda durante un intervalo del show, mandar a su guitarrista entre el público, contar anécdotas o interpretar una versión de “La tumba será el final” para congraciarse con el idioma. Todos detalles, integrados de una escrupulosa manera, que completan el talento que esconde todavía su voz y unas grandes canciones. Esparciendo versiones a lo largo de la actuación (“Pretty Woman”, “Ring of Fire”, “I’ll Go Crazy”), su facilidad para enseñar sus diferentes matices quedó palpable según fueron sucediéndose la delicada “Two Hearts”, la intensa emoción de “Summer Holliday”, la oscuridad de “Speak of the Devil” o la sugerente lascividad de “Baby Did a Bad Bad Thing”. Sumemos unas cuantas gemas de su repertorio como “Blue Hotel”, la incontrolable “Go Walking Down There” o la siempre acongojante “Wicked Game”, y tenemos el resultado definitivo para la demostración de que el mejor camino, casi siempre, para congraciarse con el oyente es hacer las cosas bien, y Chris Isaak es el mejor en eso, y lo volvió a demostrar.
Con la sensación de que el californiano había puesto el mejor colofón posible a la edición de este año, pocas ganas quedaban de volver a sumergirse en ese tobogán de decibelios que supondrían The Cult, y nuevamente la opción fue desengrasar con el divertimento que proponían Wyoming & Los Insolventes. Una intención la del showman del todo loable y que además la llevó a cabo con la soltura habitual sumada a una contundencia y energía reseñable. Los Salvajes, Rosendo, Rory Gallagher, The Knack o Sinietsro Total son una alineación ideal a la que versionar y de paso sacar a colación en la despedida de un Azkena Rock que como indica su nombre sigue siendo, este año también, un genial homenaje al género.