Recinto Mendizabala, Vitoria-Gasteiz. Viernes, 23 de junio del 2017
Por: Kepa Arbizu
Fotografías: Lore Mentxakatorre
Una año más el recinto de Mendizabala, situado en la ciudad de Vitoria-Gasteiz, todo dicho ya de antemano cada vez más cómodo y mejor organizado, acogió una nueva edición, la decimosexta, del Azkena Rock. Un festival que se sigue manteniendo y manifestando como una anomalía dentro de este tipo de eventos estivales, huyendo su cartel de esos nombres que se repetirán durante estos meses a lo largo de la geografía peninsular. Aquí sí hay cabida, sin embargo, para algunos que ocupan ya un lugar privilegiado en la historia de la música popular y otros que o le quedan cerca o labran su camino bajo buenos y prometedores mimbres. Durante dos días, en la capital vasca se ha hablado un idioma, con sus innumerables dialectos, y sí, precisamente es ese, el del rock.
La primera parada, que no concierto inaugural, de este 2017 recayó sobre los locales Soulbreaker Company. Tal y como han demostrado en cada uno de sus trabajos, el más reciente “La Lucha”, su sonido surgió desde el hard rock clásico para, paulatinamente, ir convirtiéndose en uno con tintes incluso progresivos al que le han otorgado la capacidad de crear ambientes intensos y envolventes. Unas cualidades que ratificaron sobre el escenario, ya fuera demostrando su capacidad interpretativa, con la instrumental “Albertiaren Malkoak”, o creando atmósferas de intensidad sobresaliente (“Colours of the Fire”) o de gran virulencia (“La lucha”). La fiesta comenzaba y lo hacía con nervio de carácter épico.
En el otro extremo, tanto posicional como en cuestión de estilo, se situaban los californianos The Shelters, abalados por Tom Petty, algo lógico ya que su sonido, en buena medida, viene marcado por el influjo del rubio intérprete y todos aquellos representantes de un rock americano con tintes folk. Esa es la estructura que muestran por lo menos en su trabajo debut, ya que en el directo presenciado optaron por afilar guitarras y ofrecer una cara más eléctrica y ruidosa, algo que ayudó a temas como “Liar” o “Never Look Behind Ya” pero que a la vez desposeyó en momentos como “Rebel Hearts” de un poso más melódico. En consecuencia el set quedó algo romo debido a esa limitación de matices, privando de la seña identificativa de sus grabaciones y situándolos en un plano mucho más rutinario.
El primer punto caliente de la noche estaba destinado para Cheap Trick, veteranos constructores de algunas de las más pegadizas melodías que ha dado el rock and roll. Divertidos como siempre -también en su aspecto-, algunos parones que interrumpieron el ritmo no lograron ocultar su buen estado de forma -ahí están sus últimas referencias editadas- visible principalmente en la siempre maleable forma de cantar de Robin Zander y el espíritu eléctrico que acompaña a Rick Nielsen. Con ambos elementos, y el “Hello There” como inicio, desplegaron todo su inflamable arsenal, donde cupo una lograda versíón del “Ain’t That a Shame” de Fats Domino; el intenso romanticismo de “If You Want My Love” o uno de esos temas redondos alojado en la historia como es “She’s Tight". Ni siquiera la arriesgada interpretación de “I'm Waiting for the Man”, llevada a cabo por el bajista, sirvió para nublar una ejemplar recta final con la acaramelada “I Want You to Want Me” junto a los hits “Dream Police” y “Surrender” que nos encaminaron a su típico “Goodnight” , despedida y cierre de lo que fue una exuberante demostración del casi intacto pulso rítmico que mantiene ese icónico hard-powerpop-rock que ostentan.
Probablemente Graveyard no cuentan todavía con un nombre como el que sí tienen sus predecesores en el itinerario ni sobre todo su sucesor en el horario , pero los buenos trabajos de estos suecos inducían a confiar en su capacidad para hacerse un hueco privilegiado en el cartel. Anclados en ese hard-rock-blues setentero, con especial mimo hacia Led Zeppelin, Jimi Hendrix e incluso momentos de Soundgarden, le imprimen un énfasis, a veces explayado con fuerza otras con emotividad, que les empujó a una magnífica actuación. Robustos, compactos y con potencia, arrojaron contundencia en “The Apple & The Tree” y sobre todo en “Ain’t Fit to Live Here” mientras que su aspecto más decelerado, incluso captando algo de la profundidad del soul, brilló en “Uncomfortably Numb” o en la desnuda, con Joakim Nilsson solo ante el público, “Stay for a Song”.
Y tras la descarga nórdica llegaba una desde el otro lado del mundo y ubicada en otro hemisferio (no tan lejano) estilístico. Ni más mas ni menos que John Fogerty fue quien apareció ataviado con su habitual camisa de cuadros. Ofreciendo simpatía y locuacidad, el que fuera líder de la Creedence Clearwater Revival cuenta con un buen reguero de temas que son himnos por sí solos y con los que podría completar un setlist con composiciones fácilmente reconocibles por la mayoría. Un privilegio que obviamente se lo ha granjeado por un talento que para nada escondió en la noche vitoriana y que encontró su molde en un espectáculo divertido, afable y para todos los públicos, incluyendo charlas sobre los viejos tiempos, coreografías entre componentes de la banda -entre los que se encontraba, por por cierto, su propio hijo- y feedback con el respetable. Escuchar la littlerichardiana "Travelin' Band"; la emocionante “Who'll Stop the Rain" , irremediablemente acompañada por los asistentes; la versión de "I Hear It Through the Grapevine", la lacrimógena "Have You Ever Seen the Rain?" (con el detalle de la aparición de la lluvia) o himnos rockandrolleros como "Fortunate Son" o "Proud Mary", es, sin exagerar, compartir espacio y tiempo con uno de los creadores más grandes que ha dado la música; si encima a sus más de setenta años los defiende con la enjundia mostrada, se exponencia ese sentimiento. No dejó de lado tampoco algún concreto y majestuoso acercamiento a su carrera en solitario como "The Old Man Down the Road" o "Rockin’ All Over the World", ni tampoco recordar las raíces más pantanosas de las que brota su estilo ("Green River", "The Midnight Special" o "Born on the Bayou") . Un ámbito éste que tanto por la inevitable transformación de su tono de voz como sobre todo por la elección de un formato de espectáculo mucho más “popular” queda bastante soterrado, como supongo que involuntariamente dejó a las claras el introductorio documental sobre su biografía , pese a lo esencial que resulta en su perfil. Sea como sea, y dado que a los “dioses humanos” no se les pide el don de la infalibilidad, Fogerty mantiene de esta manera su descomunal legado en la actualidad. Celebremos poder haberlo vivido.
Como siempre cuando llegan las últimas horas de una larga jornada festivalera las elecciones en cuanto al recorrido que seguir sufre alteraciones a veces poco explicables, pero tras un menú repleto de electricidad y de (adorable) ruido, la propuesta de Hellacopters, reiterativa tras su paso el año pasado, palideció en detrimento de la oferta bailable y crápula de Los Mambo Jambo, el combo de Dani Nel.lo. Opción visto lo visto de lo más acertada ceder el testigo al rockabilly-swing-blues-rock y todo lo que se ponga a tiro de la exultante soltura que demuestra el proyecto. Así que en medio del “Fuego Cruzado” homenajearon a Duane Eddy (“Don’t Mess With Mr. Eddy”) mientras que en la “Carrera de ratas” sonó “El grito” que incluso nos remetió a una canción inédita. Se empeñaron en, pese a las horas y el cansancio, izar la bandera de la efervescencia de los antros nocturnos, y lo consiguieron con sobrada suficiencia poniendo el punto (casi) final.