Por: Kepa Arbizu
El paso del tiempo ha demostrado que todos aquellos que rompían la disciplina en esa recurrente elección entre Beatles y Stones escogiendo los Kinks tenían motivos más que suficientes para salirse de ese binomio típico. La banda liderada por los hermanos Davies ha dado cuenta a lo largo de su carrera de unas cualidades tan específicas como geniales, muchas de ellas personalizadas en la figura de su cantante, líder y hermano mayor, Ray. Es él precisamente el que ahora, después de diez años desde su anterior disco en solitario “Working Man’s Café”, regresa con “Americana”, firmado bajo su nombre, lo que deja aparcados así de momento los rumores entorno a la reunión del mítico grupo.
Acompañar al título mencionado, el mismo por cierto que eligió para sus últimas memorias, con la bandera de las barras y estrellas en portada, por mucho que aparezca ésta bajo tonos crepusculares, parece una obvia declaración de intenciones que por si fuera poco viene abalada por la selección de The Jayhawks, uno de los más característicos representantes en la actualidad del rock clásico, como banda de acompañamiento. Detalles todo ellos que dirigen hacia un camino que sin embargo no desemboca con tanta nitidez como se pudiera pensar a priori. Y es que el álbum, pese a intuirse como un homenaje y acercamiento a la música tradicional de esa zona del mundo, por otro lado decisiva influencia en el germen y desarrollo de los Kinks, se vislumbra a la larga más como una aproximación casi sentimental y mitológica a todo lo que supone el concepto de Estados Unidos.
Las quince canciones que completan el trabajo conforman, fiel a esa ya casi innata cualidad de su autor por conceptualizar sus discos, una serie de "fotografías" en las que se nos muestra la adaptación de todo un “Sir” como él a ese imaginario norteamericano, un recorrido repleto de altibajos pero que nunca pierde ese espíritu emocionado del niño que sueña con sus héroes del celuloide. Para desarrollar dichos episodios el distintivo verbo afilado e irónico de Davies se transforma definitivamente en uno más nostálgico y emotivo, en buena medida por su mejor adecuación para dicho cometido. Una ambientación que encontrará su representación musical, en un importante porcentaje, de la mano de Gary Louris y compañía, realmente resolutivos en su papel a la hora de paliar su identidad en beneficio de lo que requiere cada canción en cada momento. Una actitud que posibilita la creación de diferentes escenarios musicales pero que a la vez trae aparejada una inestabilidad global evidente.
Si hubiera que detenerse y resaltar una cualidad del álbum seria aquella que se encuentra en esos temas capaces de transmitir el espíritu surgido de ensamblar con maestría los elementos distintivos tanto del cantante como de The Jayhawks. En ese conseguido acuerdo se incluirá la apertura homónima, en la que destacan esos riffs luminosos -pero siempre melancólicos- y los juegos vocales para una recreación que nos remite a la épica del género americano. En “The Deal” será la identidad del intérprete la que se imponga por medio de los fraseos tan característicos del inglés, saltarines a la vez que nostálgicos. Siguiendo ese camino más abiertamente introspectivo, y que encuentra su materialización a través de aspectos relacionados con el folk, destaca la intensa cadencia vals de “Rock 'N' Roll Cowboys”, o la delicada, y sustentada en los silencios, melodía, en la que sobresale la exquisita implicación de la voz Karen Gortberg, de “Message From The Road”. En ese mismo contexto se incluye la más vaporosa “A Long Drive Home To Tarzana” y la destacable “The Invaders”, con buenas dosis de sorna (comparando a las extranjeros con peligrosos extraterrestres) para un aspecto tradicional aderezado del buen uso del acordeón.
Dentro de esa búsqueda deliberada -dentro de unos límites lógicos- de variedad con la que se compromete el disco hay algunos episodios muy logrados, como el rock americano rocoso de altísimo nivel de”Poetry”, una faceta que en su cara más springsteeniana aborda en otros temas, salvables pero no especialmente brillantes, como “The Great Highway”; incluso encajan con cierta solvencia los pegadizos juegos rítmicos vodevilescos que palpitan en “A Place In Your Heart” o el jazz-swing de “I've Heard That Beat Before”. Si bien esa suerte de breves interludios relatados que se intercalan a lo largo del álbum no llegan a desentonar, más discutible es el encaje de ciertas composiciones que parecen poner énfasis en transmitir un aspecto más contemporáneo en cuanto a su instrumentación, como esos intentos de actualizar los ambientes negros visibles en “The Mystery Room” o “Change For Change”.
En la siempre difícil tarea de reaparecer en escena, Ray Davies, no olvidemos con 72 años y con un última tramo vital no especialmente fácil en cuanto a salud, consigue hacerlo con un buen trabajo, que sin embargo no se podrá incluir entre los momentos más destacados de una carrera por otro lado poseedora de un altísimo nivel. Sin embargo sí nos podemos referir a él como un disco que pese a su falta de consistencia general logra mostrar ciertas cualidades del que fuera líder de los Kinks capaces de depararnos todavía algunos momentos brillantes.