Por: J.J. Caballero
No se cumplen veinte años en la música todos los días. Ni se publican diez discos de nivel, con los altibajos inevitables del tiempo y las circunstancias, con el reconocimiento de compañeros, prensa y público. Hasta es difícil encontrar una banda a la que le rindan un homenaje tan sentido como el que le brindaron a Niños Mutantes en un disco titulado muy apropiadamente "Mutanciones", donde varios nombres cercanos y algo más distantes grabaron versiones de sus temas más sentidos. Por todo ello, el décimo capítulo discográfico en la trayectoria de unos granadinos empecinados en sobreponerse a los malos augurios de la industria y a una tremendísima crisis personal que les llevó al borde del abismo e incluso dio por finiquitado el proyecto hace unos meses debe ser escuchado con toda la reverencia posible. Porque merece la pena, simplemente.
A los que les “acusaban” de haberse domesticado progresivamente y grabar discos menores impulsados por una especie de piloto automático que distaba de la potencia y profundidad de sus primeros trabajos les contestan con una decena de temas breves, certeros y directos a las tripas, de donde parecen haber salido la mala leche y el tono inconformista de un álbum rupturista. De hecho, la palabra “mierda” se puede escuchar abiertamente en varias ocasiones y viniendo siempre a cuento, sea para abordar la injusticia laboral a la que nos enfrentamos a diario (sincera apertura con "Menú del día") o para sacudir las bases de mentes acomodadas en la no creación y el aplauso desmedido del respetable (un "Salmo" nada elogioso y necesario para señalar con el dedo a más de un desvergonzado). En cada capítulo se resume una pataleta vestida de ilusión, insospechadamente vomitada por quienes no hace mucho se refugiaban en melodías mucho más asequibles y políticamente correctas, como si necesitásemos que su voz volviese a ser escuchada en el lugar que le corresponde. Hacía falta un golpe en la mesa así de rotundo, y a ellos más que a nadie.
Además de escribir las mejores letras de los últimos tiempos, Juan Alberto Martínez se erige en el complemento ideal para las creaciones de algún otro miembro del grupo, como el inquieto Nani Castañeda, que además de asegurarse el puesto de batería por los siglos de los siglos, aporta una bella oda a la hipocresía de una ciudad, la suya, que sigue ejerciendo de tribunal día tras día tras casi un siglo de la desaparición de uno de sus adalides culturales. "FGL" es una maravilla que identifica acertadamente a Federico García Lorca con la frustración que ellos mismos han sentido alguna vez al vivir y trabajar en una ciudad cateta y profundamente hipócrita. En "NM" y "Glaciares y volcanes", por poner un par de ejemplos más, están muchas de las señas de identidad de Niños Mutantes, y en ambas se pueden rastrear las claves de sus últimas cuitas internas y el poder sanador de la música como solución postrera. No son solo sinceros al contarnos lo que deben, sino en lo que a sus raíces musicales se refiere: hay un poco de The Pixies, otro bastante de The Strokes y hasta un no sé qué de Rolling Stones en "Diez", empezando por "No continuar" y acabando con "Balada del hombre libre", un tema este en el que se nota sobremanera la pátina de profundidad que les han conseguido César Verdú y Abraham Boba, miembros de León Benavente poco dados a producir a nadie que no sean ellos mismos y que han encontrado un filón en el sonido de unos músicos que solo buscaban ser domados para seguir mejorando (sin olvidar que la grabación tuvo lugar en los dominios de Martin “Youth” Glover, bajista de Killing Joke entre otras cosas importantes). En la brutal concentración –apenas un minuto y medio- del himno "Jovencita", en el que cantan al hedonismo como única vía de escape de la mediocridad, y la reapertura a los aires acústicos de "Pura vida" encuentran algo de luz en una propuesta cerrada pero coherente, endurecida por su mismo devenir personal y profesional y desembocada en el romanticismo oculto de "El instante", donde el wurlitzer acaba oxigenando un ambiente viciado que a la vez nos llena de esperanza.
Así que pasen otros diez u otros veinte. Mientras la salud y los buenos alimentos los acompañen (y de estos aún les quedan en la despensa por lo aquí escuchado) puede que sigan regalándonos discos para cuya descripción vengan al pelo frases tan manidas como “el mejor trabajo de su carrera”. Casi que estamos tentados de escribirla como colofón a esta reseña.