Por: Kepa Arbizu
Al nuevo disco de The Soul Jacket no le acompaña título alguno, simplemente desde su portada nos escruta el dibujo de una lechuza. Animal relacionado habitualmente con lo contemplativo, nocturno y misterioso. Elementos, además del lógico carácter campestre que ostenta dicho ave, que se convierten en las primeras (acertadas) pesquisas acerca de su contenido. Porque aunque estos gallegos estén claramente inscritos, y de manera sobresaliente, en ese ámbito tan significativo como extenso del rock americano, sus publicaciones pasadas se han definido bajo términos diferenciadores, tal y como sucede con el actual.
Llegamos hasta este denominado “Volume III” tras un anterior larga duración, “Black Cotton Limited”, que como muy bien nos aclara su nombre se centraba en los ambientes musicales negros. Todavía más cercano en el tiempo apareció el EP “Soul BBQ”, igualmente inmerso en ese hábitat. Antecedentes ambos que sin embargo no orientan a unas nuevas composiciones que han virado su punto de mira desde los campos de algodón a un terreno más silvestre, sureño y bucólico. Y no es gratuito buscar su relación con imágenes y/o parajes, ya que estas canciones, y es uno de sus alicientes, contienen un tremendo poder visual, como indican unos títulos repletos de referencias a la naturaleza.
Ya sabemos, por lo ofrecido en cada entrega pasada, y por lo tanto estamos sobre aviso, que cada nueva referencia de los gallegos casi con toda seguridad nos va a deparar algún elemento específico que, sin para nada distorsionar sus referentes básicos, aporte personalidad propia al conjunto. Precisamente lo contrario sucede con el enigma de sobre quién recaerá la labor de dirigir ese trayecto desde la producción, que como siempre (hablamos de sus trabajos largos) ha vuelto a hacerlo en Hendrik Röver, ya todo un experto en hacer y en inducir a este de tipo de sonidos desde sus estudios Guitar Town, los que desde este momento pueden presumir de esta joya en su currículum.
A pesar de las bifurcaciones que de manera natural tomará en momentos, el álbum ofrece como eje central un entorno de carácter íntimo, sugerente y campestre. Unos elementos que se manifiestan en una referencia muy nítida (que no hegemónica) : The Band. Pese a lo exagerado que pueda parecer colocar a los canadienses como guía del disco pocas veces hemos visto (¿alguna?) en nuestro entorno tomar prestadas sus enseñanzas de manera tan suculenta. A las pruebas me remito, el majestuoso inicio de “Green Cookies”, con ese espíritu envolvente y elegante, marcará las pautas del grueso del resto de temas. Porque si “Behind the Hill” remarca el tono rock incrementado el tempo, imponiendo así un efecto de épica que en esta ocasión les acerca a Grateful Dead, “Madeleine Kane” pone el acento en un cálido soul. “Spring Has Come” acomete el acercamiento al lado más folkie -sublime la aportación del violín- y “Arrows” es otra maravilla perfectamente identificable con los juegos melódicos de Crosby, Stills, Nash & Young que a mitad de su desarrollo sorprende cambiando la dirección a base de desbocadas guitarras.
Bien es cierto que los gallegos han retirado en este episodio, en general, la mirada a los referentes auténticamente “negros” o más viscerales, lo que no quiere decir que su nervio haya desaparecido y no se dispare y ruja. Una electricidad que fluirá en oleadas bajo la semilla de Led Zeppelin en “Mare in the Night I” y que se colará entre los recovecos de la segunda parte de dicho título por medio de una sinuosa apariencia respetuosa con los silencios. Esa dilatación instrumental de la que los gallegos han hecho gala en sus directos dejará sus huellan también en esta grabación, visible en todo su esplendor, entre el funk y la psicodelia, en “Big Chief (On the Mountain of Death)”. Pero si de identidad de la banda hablamos, uno de sus ingredientes esenciales es la huracanada voz de Toño, esa que remite a rasgados míticos como Joe Cocker o Rod Stewart y que liberará puntualmente de la maravillosa contención asumida en este trabajo por medio del blues texano, en la onda Freddie King o Johnny Copeland, “GBTW”.
Pueden sonar repetitivas las loas a The Soul Jacket, pero su empeño en que cada novedad supere a la anterior y construyan un escalón más en lo que parecía su techo creativo, obliga a ello. Olvídense de etiquetar el sonido que hacen, por supuesto que está regado por la esencia del rock americano, pero a veces resulta íntimo, otras ligado a la energía soul o incluso repleto de voltaje hard rock, lo que siempre permanece constante sin embargo en la ecuación que les define es una calidad y excelencia que ahora mismo no tiene parangón en lo hecho en nuestras fronteras.