Por: Artemio Payá
La historia es de sobra conocida, dos colegas montan Uncle Tupelo y son señalados como un soplo de aire fresco en la escena musical, insuflando toneladas de energía en la música americana de raíces, y después de unos cuantos fantásticos álbumes acaban tarifando tras incontables choques de ego compositivo. La mayoría de la banda se queda junto a Jeff Tweedy para comenzar un nuevo proyecto, Wilco, que tras dar un paso adelante en su enfoque musical goza ahora mismo de respeto de la crítica y éxito internacional llenando pabellones por doquier . Casi a la par, Jay Farrar, el otro gerifalte de los de Illinois, emprende un nuevo proyecto llamado Son Volt con magníficos resultados ( "Trace" o "Straightaways" son buena prueba de ello) pero siempre bajo una perspectiva más inmovilista dentro del así denominado rock americano.
También en este caso la crítica bendijo el proyecto, aunque con el tiempo la inspiración se fue diluyendo y tras "Wide Swing Tremolo" parecía que la banda quedaba definitivamente aparcada. Tras una titubeante carrera en solitario, la estrella de Farrar comenzaba a apagarse y quedar circunscrito a la dichosa etiqueta de artista de culto cuyo pasado siempre fue mejor. He de reconocer que yo fui otro de tantos que le dio la espalda a sus trabajos desde mediados de la pasada década, en parte por la falta de gancho de sus composiciones y en parte también debido al maremágnum de discos que se distribuyeron con el advenimiento del sonido "americana". Así pues he quedado notablemente sorprendido con su nuevo álbum, iba a de decir con la vuelta de Son Volt pero es que la verdad nunca se fueron.
Después de que en su anterior elepé tiraran de sonido country puro, “Notes of Blue” nos transporta al principio de su discografía y comienza con cautela, con la sedosa voz de Jay deslizándose sobre una guitarra acústica y un precioso steel guitar. En su segundo asalto “Back Against the Wall” la cosa cambia y nos entrega un corte de rock americano de altos vuelos, con su fabulosa forma de entonar, con su estribillo marca de la casa y con las eléctricas que entran y salen para darle músculo a la composición. De repente pegas la oreja y piensas que han vuelto y si, en “Static” y “Cherokee St” vuelven a reinar las guitarras eléctricas y no da tiempo a cansarse puesto que despacha las canciones en menos de tres minutos.
La calma vuelve con la sentida acústica “The Storm”, pero para nuestra sorpresa es sólo un espejismo puesto que tras ella vuelve a abrazar la electricidad deleitándonos con un rock de corte setentero (“Lost Souls”), una excursión nocturna al desierto (“Midnight”), un blues con mucho nervio (“Sinking Down”) y tras una sentida letanía llamada “Cairo and Southern” se despide de puntillas con un coloquio minimalista entre él y su guitarra con áspero sabor a blues.
Creo que Jay Farrar ha vuelto a encontrar el rumbo y aunque a diferencia de su viejo amigo no va a salir nunca del circuito de garitos, está claro que el talento de este tipo no debe de pasar desapercibido, y a pesar de que no estamos ante su mejor trabajo, sí que es cierto que hacía mucho tiempo que no se le veía tan inspirado y sigue brillando por encima de la media de discos de rock americano escuchados en 2017.