Por: Kepa Arbizu
Poco más de tres meses separan el lanzamiento del último disco de Hendrik Röver en solitario (“Fetén / Fatal”) con el recién publicado (homónimo) por su banda Los Deltonos. Una situación que de primeras deja en evidencia el derroche creativo del músico cántabro en los últimos tiempos. Que además ambos trabajos convivan en el tiempo ayuda a contrastar la teoría de que dichas representaciones comparten en la actualidad una significativa cercanía estilística. Dando por bueno que las dos se alimentan de unas raíces comunes y significativas, las clásicas americanas, la personalidad propia que se arroga el grupo, y sus consiguientes elementos identificativos, queda de nuevo demostrada en estas nuevas canciones.
Presentadas bajo el mismo nombre de la formación, éste supone un detalle lo suficientemente relevante como para no intentar sacar conclusiones. Entre ellas se puede barajar el hecho de que funcione como bautizo de una nueva alineación, tras la salida de Iñaki García en las percusiones sustituido por Javi Arias, e incluso para remarcar la (re)implantación de un sonido tan históricamente representativo para la banda como es el blues-rock. Junto a ello igual de notorio resulta que la portada elegida nos presente una bolsa de comida grasienta, imagen que trasladada al contexto musical se presenta como atinada del todo a la hora de simbolizar un tipo de composiciones que chorrean riffs crujientes de ascendencia negra.
Si en su anterior trabajo habíamos observado cómo el cuarteto había optado por dejar entrar paulatinamente ese tipo de sonoridades mencionadas, en aquella ocasión todavía intercaladas entre representaciones mayoritariamente orientadas hacia el rock, ahora sucede lo contrario, haciéndose con la presencia de manera prácticamente exclusiva. Lo que en pasados capítulos suponía una variedad -dentro del contexto deltoniano- de géneros, ahora se ha convertido en una diversificación de matices dentro de uno mismo. Características que son acompañadas además de la elaboración de unas letras que también marcan cierta distancia con esos relatos costumbristas para, manteniendo siempre el toque personal de Röver -con buenas dosis de ironía- lanzarse de una manera más kamikaze, tanto en forma, más cortantes y abstractas, como en forma, con un verbo más punzante.
Convenido que en el álbum hay un acercamiento evidente a ese sonido que durante años hicieron suyo y representativo, es obvio que ello conlleva encontrarnos, entre otras cosas, con esos habituales ritmos boogie, ya sea en el arquetípico aspecto a lo John Lee Hooker del desdeñoso retrato de la fama que es “Caviar”, o con el nervio melódico de George Thorogood en “La verdad”, perfecto ejemplo de esos textos incisivos ("He decidido decir la verdad /
Cuando desate mi lengua será un arma implacable"). También como asiduo en el registro de la banda nos podemos referir al sobrio pub-rock, moldeado con esa nostalgia igualmente innata, de “Sur”, mientras que a la hora de dejarse llevar por el blues clásico lo van a hacer en “Sanmartín” -el habitual aguijonazo a la falsa moral religiosa- con una exhibición de rotundidad (pensemos en unos Fiver Horse Johnson) a manos del tándem de guitarras Röver-Macaya, sin olvidar la perfecta integración de la armónica.
Si hasta aquí se ha mostrado lo que podríamos denominar, alargando el simbolismo que nos proporciona la portada, el producto natutal que forma el contenido de esa bolsa de comida , falta por descubrir el sustento que produce esa textura pringosa y en definitiva la que aporta una jugosidad especial al menú. En ello va a tener mucho que ver un espíritu lindando con el hard rock que asoma en la trotona, no muy alejada de los postulados de AC/DC, “No saber” o en una manifestación más pesada y densa, esta vez en sintonía con unos Govt’ Mule, como la de “Magia”. Pero sobre todo hay una serie de expresiones que dirigen a este trabajo hacia un territorio muy peculiar, como ese tono insinuante de la apocalíptica "Colisión”, o la espesura que se derrama por “Al Final de la escapada”. Será el ambiente más americano, tendente a la épica, que llega al final con “Outro (Banda en movimiento)” el que haga el papel de digestivo entre tanta suculenta pringosidad.
Acertar una vez puede ser cuestión de suerte; conseguirlo varias es señal de un buen tino, pero hacerlo de manera repetida y en un espacio de tiempo alargado, como sucede en el caso de Los Deltonos, habla sin paliativos de un talento y una calidad para dedicarse a esto del rock. Por si eso fuera poco, la dilatada carrera de la banda cántabra evita dar síntomas de agotamiento en parte gracias a las diferente bifurcaciones por las que llevan una propuesta que en este más reciente capítulo recupera parte de su historia pero ofrecida de manera renovada, lo que les permite seguir ampliando su carácter de leyenda en nuestra música.