Sala El Sol, Madrid. Domingo 23 de abril del 2017
Por: Eugenio Zázzara
Si hay una palabra de la que se abusa en la jerga de la crítica musical posiblemente sea "psicodelia". Especialmente si se trata de bandas recientes y que se inspiran en nombres grandilocuentes de la historia de la música que efectivamente se merecieron, en su tiempo, dicho apelativo, la ecuación se vuelve automática e inevitable. Sin embargo, al menos desde los finales de los años 60, verdadera cuna del género, pocos han podido lucir tan comprometedor y asimismo estimagtizante término con orgullo y a buen derecho.
Unos de estos pocos seguramente sean Jason Pierce y Pete Kember, los verdaderos “hermanos químicos”, o los “toxic twins”, citando unos apodos afamados. Lejos de encontrarse a plena luz, más bien pertinazmente metidos en la sombra, se dedicaron a experimentar, jugar, tragar, intentar alcanzar la repetición de la armonía perfecta en busca de un viaje lisérgico e imposible. Al principio fueron los Spacemen 3, luego los dos cerebros de la formación dieron vida a un monstruo de dos cabezas: Spiritualized (por Pierce) y Spectrum/Sonic Boom/E.A.R. (por Kember). El ego, el dinero, el orgullo, las sustancias, la ambición: vete tú a saber qué fue a partir en dos una máquina tan perfecta. Tanto es así que los dos llevaron adelante carreras paralelas, incluso en cuanto a su propuesta musical.
2017. Difícil de creer, pero Pete Kember sigue siendo muy activo, tanto como compositor como productor para otros grupos. Las giras no son comunes, pero puntuales, y ésta nos lo trae a la sala El Sol, en pleno centro de Madrid en un cálido domingo de finales de abril. En el escenario tan sólo dos taburetes, una mesa con sintetizadores y pedales y un par de guitarras apoyadas despreocupadamente a la pared. Le acompaña en esta gira, en la que propone un resumen de su carrera musical en sus bandas principales, Jason Holt, ya guitarra en Spectrum.
A las 22.35 horas Pete sube finalmente al escenario junto a su compañero. Jason, media melena al estilo de Jonny Greenwood, toma asiento en la parte derecha y nunca se alejará de su guitarra. Kember sube al trono sintético en el sector izquierdo. Expresión un poco de empleado de correos, a veces parece casi que esté allí para quitarse el coñazo de encima (impresión parcialmente confirmada, ya veremos por qué). A sus espaldas, una pantalla con el papel ímprobo de traducir en imágenes móviles el trasteo sónico del dúo.
Se empieza de forma acústica, algo sorprendente, dados los antecedentes. Volvemos atrás al 1987, a "Transparent Radiation", a los comienzos de Spacemen 3. La rendición es seca, directa, hasta torpe en algún modo, pero la emoción pasa de los oídos a la piel. Con la siguiente "All Night Long" se vuelve evidente el hecho de que los dos ya empiezan a darle caña con la estratificación sonora, con Kember que empieza a manosear con sus mandos y Holt a espesar el sonido. Ya todo se va volviendo hacia lo que uno ha de esperarse de un concierto de Sonic Boom: repetición maniquea y obsesiva y acumulación compulsiva de sonido. Encima de todo (o más bien, debajo del todo) la voz de Kember, una letanía lejana y monofónica que acaba hundiéndose y confundiéndose con los instrumentos. Con la siguiente "Lord I Don't Even Know My Name", acogida por el boato del público, se hace patente que la lista de temas va a ser la misma de todas las demás giras, lo que confirma un poco la impresión de “gira de funcionario” que Kember parecía transmitir al principio. La cita con la historia, sin embargo, nos hace rápidamente olvidar estos detalles, quizás por estar alucinados e desquiciados por los fotogramas que se repiten epilepsicamente en la pantalla. "I Know They Say’, ‘Like...", "Let Me Down Gently" y "The End" se suceden en serie psicodélica (aquí sí, está más que bien dicho) y alucinada, sin solución de continuidad, a lo largo de la noche, con "Like…" dejando un recuerdo especialmente impactante en nuestros oídos.
Al término de "The End" (se me perdone el pleonasmo), Kember y Holt se levantan y, muy velozmente, dan las gracias y abandonan el escenario. Lo más sorprendente es el horario en el que ocurre todo esto: son las 23.15, apenas unos 45 minutos de live. La vuelta es tan repentina que no deja de ser algo cómica, subrayando su supuesta obligación. Hay que decir que el bis es un regalo de los grandes. Kember le da a un bucle rítmico atrapante y cargado de capas de distorsión y de reverberación, aseguradas por el E-Bow de Holt (notas largas una infinidad) y por los múltiples pedales de Kember. Acabamos con "Big City", posiblemente el ápice del concierto. Diez minutos de bis con un tema único dejan bastante claro que el espectáculo termina aquí, esta vez de verdad. Difícil poder hacer algo mejor después de esto, pero, aun así, hablamos de una hora justa de concierto. Un par de temas más no habrían matado por aburrimiento a nadie, llegando así a la hora y media política, lo mínimo sindical.
Con esa sensación un poco de acudir y salir del trabajo en los tiempos, sin “regalar” nada, bastante reflejada por Kember, dejó un matiz sombrío a un concierto que no obstante nos regaló una apasionante vuelta a un pasado mítico. Enseñadle videos de esto a quien os hable de "psicodelia" la próxima vez.