Por: Javier Capapé
Sabina, Leiva y Benjamín Prado. ¡¡Menudo trío de ases!! Después de casi diez años desde aquel “Vinagre y Rosas” Sabina nos devuelve su mejor versión junto a sus nuevos escuderos. Bueno, en el caso de Benjamín Prado ya colaboró con él casi íntegramente en las letras del citado “Vinagre y Rosas”, pero la participación de Leiva al 100% se confirma aquí como una fórmula magistral, ya que hasta ahora lo único que habían hecho juntos era una colaboración puntual.
La juventud del rock con la madurez del autor que mejor sabe hilvanar sus versos. La perfecta comunión entre estilo rockero, que tan bien maneja el joven madrileño, y escritura pulida del de Úbeda. “Lo Niego Todo” prometía convencer a crítica y público. Se llegó a asegurar que era su mejor colección de canciones de los últimos veinte años, pero lo mejor es que estas afirmaciones estaban en lo cierto. Es un disco que pasa en un suspiro y dan ganas de volverlo a poner una y otra vez. Sabina se crece a cada paso, canta susurrante e incluso por momentos muy bien. Convence una vez más con sus letras que enlazan imágenes bellas a la vez que familiares y costumbristas (algo que en la mayoría de los temas lo consigue de la mano de Benjamín Prado, al que tampoco hay que quitarle mérito) y nos brinda su disco más en clave de rock desde los años ochenta.
Empezaré por el principio. “Quien más, quien menos” comienza suavemente adentrándonos en el sonido fronterizo americano, con uso del slide de mano de Carlos Raya (que se encarga también de las labores de mezcla en el disco) y una cadencia suave, como queriendo confesarse ante un público que le conoce, pero al que Joaquín le quiere dar algo más. Porque este carácter confesional del disco es una baza que se repite de forma constante. Sabina asume su lugar y su edad y afronta esta definitiva madurez musical desde la cercanía y la desnudez del que quiere dejar todo atado. Seguimos en la frontera con su homenaje a J.J. Cale en “No tan deprisa”. Aquí la música corre a cargo del que fuera mano derecha de Leiva en Pereza, Rubén Pozo. El slide se transforma en un pedal steel juguetón que se complementa perfectamente con el brío del piano a manos de César Pop, otro de los fieles escuderos de la Leiband. Y es que en el disco colabora desde el citado Pop a José Bruno a la batería, Candy Caramelo e Iván Gómez “Chapo” al bajo e incluso Tuli, Marcos Crespo y Gato Charro en la sección de metales, todos ellos del entorno del joven madrileño (clara intención de rejuvenecer a los músicos que acompañan a Sabina). La participación de Antonio García de Diego es testimonial, con una acústica en “No tan deprisa” así como con su reconocible guitarra portuguesa en “Canción de Primavera”, mientras que Mara Barros y Jaime Asúa tan solo aportan unos coros muy puntuales. Su hasta ahora mano derecha Pancho Varona ni aparece, aunque tranquilos, le acompañará en directo. Pero lo que sí destaca entre los músicos escogidos para la ocasión es la vuelta a los coros de la personal voz de Olga Román, que acompañó al maestro durante tantos años.
Llegamos al tema que da título al disco. Una balada apoyada en el piano del siempre preciso Joserra Semperena, que va creciendo poco a poco hasta su estribillo imborrable. Joaquín Sabina no se deja nada en este tema y va repasando una tras otra todas sus facetas musicales y extramusicales. Los vientos en la parte final recuerdan a los Beatles con sus arreglos orquestales, otra de las innegables referencias del productor. En “Postdata” hay un nuevo invitado que deja su impronta con el manejo de la guitarra. Hablamos de Ariel Rot, que pone música y talento a esta composición con aires latinoamericanos cercanos a la ranchera y cadencia de acordeón.
“Lágrimas de mármol” es una de las mejores composiciones de todo el álbum. Los mejores versos de Sabina entonando por momentos el mea culpa y asumiendo su sitio, junto a un apoyo instrumental con guitarras en la línea del más clásico rock setentero y arreglos de metales aportando color a una canción reveladora. “Leningrado” sin embargo puede dejar una sensación agridulce. Es una de esas postales que tanto gustan al maestro y que se debate entre recuerdos pasionales y encuentros posteriores, todo ello con el telón de fondo del comunismo, aunque la letra se me antoja algo larga. Eso sí, la rítmica adoptada en la música que firma su amigo Jaime Asúa, consigue encajar en el conjunto gracias entre otras cosas al una vez más adecuado uso de los metales. “Canción de primavera” es un tema optimista y vital, con música de Pablo Milanés y de nuevo aires latinoamericanos que le alejan algo de la línea general del álbum. ¿Un patinazo? Al contrario, es una buena forma de aportar otros matices a un disco que si queremos ponerle alguna pega quizá sea la menor incursión en estilos más variados que sí veíamos en trabajos anteriores.
Y así desembocamos en la parte del disco que encaja más en los años ochenta y primeros noventa de la extensa carrera de nuestro protagonista. “Sin pena ni gloria” podría estar en “Esta boca es mía”, con una progresión de versos familiar y una letra en primera persona defendiendo la honestidad del yo, la autenticidad de su protagonista. “Las noches de domingo acaban mal” tiene un riff que bien podría haber parido Keith Richards y su letra podría haber sido sacada de su repertorio con Viceversa, con más descaro y desprovista de artificios literarios. Es efectiva y precisa, e incluso puede recordar a “Barbi Superestar” en su base rítmica y guitarrera. Cierto es que con el uso de este sonido eléctrico, el disco puede pecar de tener en Leiva a la referencia más directa, pero es que a Sabina le sienta estupendamente. La clara apuesta por su forma de producir, afrontar la composición instrumental y la ejecución final es arriesgada, pero resulta un acierto, dejando reducidos los temas menos rockeros a casos puntales y que pueden llegar a pasar más desapercibidos. Aunque esto también podría ser una estrategia para resaltar más los temas que se salen de lo marcado por la mayoría, como ocurre con “¿Qué estoy haciendo aquí?”, un reggae urbano ejecutado por la Forward Ever Band y marcado por tres historias cotidianas de esas que tan bien escribe Joaquín. ¿Quién decía que no podía atreverse a estas alturas con algo así Sabina? Sinceramente el reggae le sienta mucho mejor que el rap tantas veces afrontado con anterioridad.
“Churumbelas” va en la línea de historia de la calle como ocurría en la canción anterior, pero aquí en forma de rumba donde se encarga de la totalidad de letra y música el propio Joaquín. Y el resultado es cuando menos evocador, porque no desmerece para nada anteriores incursiones del de Úbeda en este género como hiciera con “19 días y 500 noches” o “Ruido”. Tal vez esta canción no aguantará el peso de los años, pero se gana su sitio destacado en la recta final del disco.
Tras apenas cuarenta y cinco minutos suena la última canción, un tema crepuscular y muy sentido. Una maravilla mano a mano entre Leiva y Joaquín. “Por delicadeza” es uno de esos temas lentos con los que gusta terminar los discos a Sabina, pero esta vez comparte protagonismo con su nueva mano derecha, que aunque no vaya a acompañarle en la gira ha dejado muy marcado su estilo en más de la mitad de estas canciones. “Por delicadeza” estremece y resuena en tu interior hasta que decides darle otra vez al play y empezar de nuevo. Porque éste es un disco que no cansa, que apetece degustar cuanto más mejor. Será por su frescura en la producción, por su no demasiada extensión o porque Sabina canta mucho mejor que en sus últimas entregas. La cuestión es que “Lo Niego Todo” se ha ganado un sitio muy destacado en su discografía. No es algo pasajero. Será recordado. Puede que alguna canción tenga ciertas similitudes con algo ya escuchado anteriormente y tal vez sea cierto, pero tras casi cuatro décadas de carrera, ¿quién no va a recurrir sin pensarlo a su pasado? Me niego a pensar que sea algo intencionado o motivado por la falta de inspiración, porque precisamente de esto las doce canciones que conforman el álbum están sobradas.
No me equivoco si afirmo que los cambios en el timón de la producción siempre han sentado bien a Sabina, y si no recordemos “19 días y 500 noches” con la aportación novedosa de Alejo Stivel a los mandos, o el cambio de sonido que supuso “El hombre del traje gris” con la entrada del tándem formado por sus inseparables Antonio García de Diego y Pancho Varona. Leiva ha vuelto a repetir esta fórmula magistral que convierte el cambio en una necesidad para no desgastarse y dejarse sorprender y lo ha conseguido con creces. “Lo Niego Todo” ya es parte de la historia de este país, que con lanzamientos así recupera la pasión por la música y nos recuerda que cualquier tiempo pasado no tiene por qué ser mejor.