Por: J.J. Caballero
Con una banda del potencial de Havalina nunca se sabe. Con la salida de cada nuevo disco pueden ocurrir varias cosas y pocas de ellas malas. Ahora se vuelven a lanzar al vacío de la creación con títulos “Abismoide”, un término inventado por el maestro de la ciencia ficción Brandon Sanderson para designar a una raza de criaturas ancestrales que perecieron en su lucha contra la codicia inherente a todo ser humano. De una premisa tan fundamental los madrileños capitaneados por el todopoderoso Manuel Cabezalí construyen un armazón de canciones espaciales, atmosféricas, en las que predomina la interacción de guitarras progresivas con teclados etéreos y sintetizadores que aportan matices pocas veces antes explotados en su discografía. Eso sí, sin perder la visceralidad de sus últimos trabajos y la potencia expresiva de unos arreglos basados en los propios temas, y no al revés, como suele ser costumbre en el ámbito de la música independiente reciente en nuestro país. Un claro ejemplo de superación y, en el caso que nos ocupa, de afianzamiento en una fórmula infalible.
Havalina se muestran como una banda definitivamente asentada en sus poderes, representados por la introducción a la psicodelia que supone el tema de inicio y la customización (Cabezalí ha conseguido una identificación total con un instrumento que domina) de un sonido más elástico en el que explotan riffs y abundan fondos melódicos que consiguen hacer pasar "Muerdesombra" por su disco más “espacial”. En "Más velocidad", por citar el más evidente, los sintes le comen terreno a las cuerdas, y cerca del final prolongan la agonía progresiva de "Trópico fantasma" durante más de ocho minutos para demostrar que las ideas de este disco difieren ligeramente de las contenidas en los anteriores. Normalmente a eso se le llama evolución, en este caso previsible por los derroteros que venía tomando su discografía. Aunque no está clara la dimensión del término cuando escuchamos cosas ya oídas con anterioridad y demasiado miméticas con su pasado reciente, caso de "Nacidos en la bruma", otra letanía de tono arrastrado fácilmente identificable con el último sonido de la banda. Es el anclaje a una forma de entender las raíces propias, que a la postre es lo que debe dotar de sentido a cualquier disco.
Al hilo de influencias siempre evidentes, hacen asomar los punteos de Robert Smith en los ambientes de "Órbitas" y los recorridos sosegados de "Lazos rotos", donde la oscuridad se hace radiante; y dividen las dos partes de una maravilla como "Alta tormenta" (espléndida línea de bajo, por cierto) en sendos pasajes que diferencian ambas vertientes del grupo, la volátil y la apegada a la tierra, con la que empezaron a hacerse hueco en la escena del pop independiente de vanguardia. El resultado global de este nuevo paso dado por Havalina los sitúa en una suerte de limbo propio del que ni quieren ni deben salir si pretenden dotar a su propuesta de la intensidad de la que han hecho gala en trabajos anteriores en mucha más medida que en este. En la búsqueda está la grandeza, y ellos aún no la han perdido.