Por: Kepa Arbizu
Llegados a este punto, poco, por no decir ningún, campo de acción queda para descubrimientos en el mundo de la música. De hecho puede ser un error intentar alcanzarlos con fórmulas mágicas o mezclas desorbitadas. Una situación que no quiere decir que no se pueda ofrecer una propuesta que resulte personal y gustosa a la vez para el oyente. En la mayoría de las ocasiones, sin embargo, una misma palabra expresada de diversas maneras resulta más gratificante que inventar un engendro original pero carente de cualquier emoción. Si aplicamos esta máxima a géneros tan tradicionales como el blues, todavía resulta más evidente que pocos hallazgos nos quedan por ver, salvo, y no es poco, contarlo y cantarlo desde una perspectiva particular, y la que desarrollan los madrileños Downntown Losers, desinhibida y preñada de todos sus gustos e influencias, resulta de lo más atractiva.
Tras el nombre de este combo se encuentra el dúo formado por los bregados Dolphin Riot y Alber Solo, que se amplía hasta trío en la grabación con la presencia de Miguel Herrero. Iniciado como simples bosquejos efectuados por el primero de los mencionados, la cosa fue evolucionando, algo lógico viendo el contenido logrado, hasta la necesidad, y el gusto, por darle un acabado más “profesional” y con un marchamo de banda. Y así, y gracias también en parte a la democracia, formal pero no siempre efectiva, que aportan los nuevos medios, su nombre ha ido germinando entre algunos oídos inquietos.
Presentado este “One-Horse Town Apocalypse” -tanto en forma como fondo conceptual- a modo de una suerte de película de serie B acerca del (plausible) futuro apocalíptico del mundo (ya saben, el celo en el desarrollo nos lleva hasta el desastre), dicha “excusa” argumental hace de eficiente y sugerente pegamento para una serie de composiciones que a modo de resumen se pueden definir como el acercamiento de sus creadores a las expresiones tradiciones del blues pero abordadas desde su idiosincrasia musical labrada a lo largo de los años. Un concepto que quizás se explique de manera más explícita, precisamente por manifestarse con más rotundidad, dentro de un disco en el que dicho de paso los riffs se despachan a gusto en cuanto a distorsión, a través de esos temas que por momentos parecen llegar a flirtear con el stoner o el hard rock. Por lo menos eso nos incitan a pensar la inicial “Vultures Drunkenness Blues”, con un ambiente desértico en el que incluso hace acto de aparición el nervio eléctrico a lo Stooges, o la final homónima, ruidosa y con alma atropellada casi punk.
En medio de ambos despliegues de fuerzas las nueve piezas que completan ese hueco no se van a quedar atrás en ese aspecto, por mucho que haya momentos donde predominen lo acústico -que como es lógico remiten al género en su representación más rural abarcando nombres desde Son House a R.L. Burnside- como la polvorienta “A Dry Heart & a Fake Lord” u “On This Cold Ground”, o incluso un abandono parcial, y que se erige como excepción, de esa abrasividad por medio de la más pegadiza y melódica “You Should Have Seen The Signs”. En el resto de temas el músculo aparecerá desde una contundente efectividad surgida de una amalgama que podría englobar a The Black Keys (en sus primeros pasos), Left Lane Cruiser y el mismo Jimi Hendrix, como se puede deducir de "Angry Ginger Woman Wanted" o "I Will Be Eaten By The Wolves", o desde el desquiziante acercamiento a las melodías del gospel en “Bleeding So Slowly.” No menos evidente, y concluyente, resulta la sobria, y casi minimalista, profundidad típica de John Lee Hooker que aplican con excelencia en “Downtown Losers” o “Unless You Do Blues”.
Downtown Losers demuestran con un disco hecho sin ninguna, a prior, pretensión comercial que sea cual sea el aspecto que adopte el negocio musical en cada momento histórico lo único inamovible y que acaba por imponerse son las propias canciones. Y estos dos, o tres, madrileños han dado forma a un más que estimable puñado de ellas que nacen del amor por la esencia del blues expresado desprejuiciadamente con intensidad bajo una idónea austeridad de formato. En definitiva, una visión tan genuina como contemporánea.