Por: Kepa Arbizu
La biografía artística de Rhiannon Giddens incluye su paso por la banda Carolina Chocolate Drops. Allí, en formato trío y a base de instrumentos de cuerdas, desarrollaban un lenguaje de folk clásico para aglutinar y adaptar los géneros tradicionales americanos. Una formación que al margen de lo estrictamente musical tenía un carácter histórico evidente. Tras abandonar dicho combo, la norteamericana emprendió una carrera en solitario con su propio nombre pero que en verdad, visto el resultado de los dos álbumes que ha editado -el último recién publicado-, nunca dejó atrás en esencia la idiosincrasia mostrada en ese anterior proyecto.
Si en el trabajo inaugural de dicha etapa individual, “Tomorrow Is My Turn”, adaptó canciones ajenas para conformarlo, en el actual “Freedom Highway” la decisión es la opuesta, constituyéndolo casi en exclusividad con composiciones propias. Y eso es algo que se nota a la larga en el posiblemente único déficit que tuvo aquel debut: la falta de cohesión global. Muy probablemente sensación achacable a los sutiles bandazos a los que estuvo sometido para acoplarse a esa variedad de intérpretes ajenos. Precisamente esa es una rémora que no solo ha desaparecido por completo sino que su subsanación se ha transformado en el elemento más destacable del novedoso trabajo. El leitmotiv aglutinador en esta ocasión es el gospel, ya sea, evidentemente, como género musical pero también como expresión de una conciencia colectiva, lo que se traduce en una omnipresencia -visible bajo muy diversos aspectos y en diferentes porcentajes de preeminencia- que marca también el concepto de un álbum sostenido y creado alrededor de documentos e historias verídicas de la época de la esclavitud. Una decisión que si bien tiene una lógica por su ligazón con determinados ritmos presentes en la música de Giddens, es igual de obvia una intencionalidad política.
Desde el primer acercamiento que se haga al disco hay un elemento que resalta: el sonido orgánico, natural y cercano que emana de los instrumentos. Un hecho que es consecuencia directa de haber sido registrados mayoritariamente en los vetustos estudios de Dirk Powell (productor y multiinstrumentista), The Cypress House, en Louisiana, construidos en madera y emanadores de un calor hogareño perceptible en el resultado global. Un aspecto especialmente visible en aquellas composiciones más desnudas o con una presencia más pormenorizada de los instrumentos, por ejemplo en la primera de todas ellas, "At the Purchaser's Option", en la que cada uno parece ir entrando de puntillas para ir formando un grueso que termina por edificar un ambiente cercano al relacionado con Los Apalaches pero atravesado por un halo espiritual. Ya desde este primer momento se constata que Giddens va a cantar de manera magistral, porque sí aquí fluctúa entre ese tono brillante y profundo y el falsete, en "Julie" interpretará bajo un registro más grueso que le acerca a la sensibilidad gospel. Siempre con esa vena folk innata, las canciones serán capaces de interactuar naturalmente con un blues de aspecto minimalista y con cadencia de nana ("The Angels Laid Him Away") o mantener intacta su vertiente más ortodoxa en "We Could Fly". El sobrio y emocionante espiritual "Baby Boy", dominado por el conciso pero sublime manejo del violín, también se suma a la serie de canciones orgánicas y acústicas que se incrustan en la tradición de ese cántico popular al estilo de Odetta, Elizabeth Cotten o Mahalia Jackson.
Una mayor rotundidad musical, y de alguna manera bajo postulados llamémosles más rítmicos y contemporáneos, va a dominar ciertos temas, sirva como un momento paradigmático en ese sentido la aportación del rapeo que introduce en medio de "Better Get It Right the First Time", un excelente soul-funk en la línea de Neville Brothers o Staple Singers. Precisamente ese clan familiar sería el que popularizara"Freedom Highway", una de las dos versiones de las que echa mano, y en la que inevitablemente está visible su rastro interpretativo. Y si el blues hará una aparición en un formato diferenciado al ya expresado con anterioridad, ahora electrizante y arrastrado en "Come Love Come", más curioso resultan todavía esas dos caras contrapuestas de jazz-swing que manifiesta; mientras "The Love We Almost Had" se distingue por pegadizo y luminoso, "Hey Bébé" parece su reverso en color sepia, con delicioso aspecto vintage similar a los recreados por los primeros Luke Winslow-King.
Rhiannon Giddens ha fabricado un segundo disco de esos que están preñados de unos sentimientos y una emoción de la que resulta tan fácil empaparse como acercarse a su contenido. La norteamericana deleita con sus maneras y con su encomiable personal viaje a las raíces no solo sonoras sino humanas de su pueblo. Un trabajo del que únicamente se puede decir que se sienten y escuchen, porque en sus cuerdas, en sus composiciones, está la verdad de la música, que es también la de la propia vida.