Por: Kepa Arbizu
Uno de los mayores, y más complicados, logros a los ojos de un músico probablemente sea aquel que está relacionado con la consecución de reconocimiento proveniente de entornos lo más dispares, y alejados de su zona de acción, posibles. Dicho de otra manera, cualquier creador aspira a tener una voz tan personal que sea imposible encorsetar en etiquetas, escenas o cualquier epígrafe dedicado a delimitar su obra. Ésta es una sensación que conocen muy bien tanto Toundra como Niño de Elche. Ambos han trascendido con mucho su contexto “natural”; los primeros el de ese post rock contundente y el segundo el vinculado con el flamenco. No es de extrañar por lo tanto que ese prometedor encuentro surgido en el festival Monkey Week terminara por fructificar, como así ha sido, en una fusión de proyectos bajo el explicito nombre de Exquirla.
“Para quienes aún viven”, el primer disco tras esta nueva nomenclatura, no puede ser visto, escuchado, como la mera unión de dos personalidades, a pesar de que en el resultado final evidentemente haya mucho volcado de cada una de ellas, sino como la consecución de un nuevo ente musical con su propia identidad y carácter. Precisamente es esa capacidad alcanzada uno de los muchos alicientes que esconde esta entente de la que se ha hecho cargo de la producción Santi García, habitual en este papel con la propia banda madrileña, lo que le sitúa por lo tanto en un plano cercano a la idiosincrasia pretendida.
Ya le habíamos visto a Niño de Elche trabajar bajo el método de adaptar textos de autores literarios a su música. Entre los diferentes elegidos para glosar su “Voces del extremo” estaba Enrique Falcón, el mismo que esta vez se ha convertido en única inspiración poética, siendo sus versos el lenguaje que adoptan las canciones de este trabajo. Un elemento que ni mucho menos es ornamental, primero por la condición intrínseca que tienen respecto al mensaje del que están cargados, repletos de irascible conciencia social, y además por la(s) manera(s) en los que serán interpretados por el cantaor, conformándose así en un instrumento más puesto al servicio del ambiente global de cada canción.
Si hablamos de un entendimiento contemporáneo entre el flamenco y el rock, por muy heterodoxa que sea la representación de ambos, la influencia de grupos como Triana o propuestas como el “Omega” de Lagartija Nick y Enrique Morente resultan ineludibles. Así sucede precisamente en este “Para quienes aún viven”, donde ambas referencias están visibles. Dos serán los tipos de canción que compongan principalmente el disco: aquellas más reducidas frente a otras en las que su extensa duración, rondando los diez minutos, funcionan como epifanías instrumentales, dotadas de un armazón musical que si se constituye bajo estructuras más envolventes nos pueden recordar a Explosions in The Sky mientras que en su representación más contundente se asemejan a Russian Circles.
Dentro de ese segundo concepto, elaborado con sus pasajes diferenciados, destaca, a pesar de su conciso metraje, la inicial “Canción de E”, donde se vive un vibrante in crescendo instrumental que termina por desembocar en un páramo por el que nace el deje flamenco. Un mismo paisaje, tiznado de tormentas guitarreras, que se explaya y se impone en “Destruidnos juntos”. Resalta, por su parte, la condición épica, marcada por el rotundo quejío, en “El grito del padre”, mientras que el cierre con “Europa muda” supone un incisivo colofón, tanto en su exhaustivo y exacto diagnóstico del mapa político como en el consistente manejo de ambientes que desarrolla formalmente.
Esos episodios más concisos (minoritarios en el reparto global), por una lógica física apuestan por unas sonoridades menos eléctricas y agresivas, adoptando una forma más liviana, que no débil, y de ensoñación. “Interrogatorio”, en cuanto a letra, resulta como introducción del tema que clausura el álbum, mientras que instrumentalmente reposa sobre una fantasiosa tranquilidad. “Contigo” llama la atención por ese efecto al que está sometido, situándonos a los ejecutantes en un plano alejado, con una resonancia evidente y una sensación casi narcótica alimentada por su propio texto.
No es cuestión de resultar pedante, pero es hora ya de demandar a la música -al arte en general- que, parafraseando a Gabriel Celaya, no se comporte como un lujo para neutrales sino que se empeñe en ofrecernos experiencias que nos agiten, incluso si es menester nos incomoden, alejadas de la endogamia de las escenas, géneros o esclavitudes varias. Extraperlo cumple precisamente esos requisitos y azuza los sentimientos y sensibilidades para ponernos en guardia. Poco importa ahora pensar si habrá continuación o se trata de un proyecto temporal, lo esencial es demostrar que aún estamos vivos, que sentimos, lloramos y luchamos. La banda sonora ideal ya la tenemos.