Sala Shôko, Madrid. Jueves 9 de marzo del 2017
Por: Eugenio Zázzara
Basta con echar un vistazo a los grupos que los Russian Circles acompañaron como teloneros en sus primeros años de vida para hacerse una idea de lo que nos esperaba esta noche en el Shôko, la sala huésped de la gira de esta banda de Chicago. Una sala nueva (al menos para mí), entre La Latina y Puerta de Toledo, en pos de renombre con artistas de relieve ya en su cartel, como el joven retoño de la electrónica Nathan Fake.
Pues esta noche, en cambio, nada de glitches, samples, o bucles, sino el estruendo de una invencible armada de batería, bajo y guitarra: nada de sintético, pero reverberación y retumbos a raudales, eso sí. Así es si te detienes a mirar el historial de las giras de los círculos rusos (nada que ver con el país; es un tipo de jugada de hockey): Deafheaven, Isis, Red Sparowes, Mono. Encima los Tool en 2007: todo un éxito para unos jóvenes entonces más que desconocidos.
Hoy se puede decir que diez años no han pasado en balde. El principio del concierto se retrasa de una media hora debido a la cola en la puerta, ya que al final hay aforo completo. Hasta diría que una sala un poco más grande no habría estado de sobra. Pero vamos, toda una satisfacción para la banda ver delante de sí una audiencia bien tupida y que lucha a codazos por su espacio vital. Y ya hace tiempo la banda ha dejado de “telonear” sino que sale con la fuente más grande en el cartel; para actuar como anfitriones tenemos a los Cloakroom. La banda del Indiana lleva tan solo cinco años de existencia, pero ya se sabe para qué está un escenario. Menos amistosa, quizás, su relación con la maduración de su propio repertorio. A ver, tienen su gracia, su encanto y hasta cierto gusto compositivos en algunos episodios. Sin embargo, su propuesta no se sale de un cruce donde se encuentran Smashing Pumpkins, Red House Painters, Anathema y A Perfect Circle. Lo que está perfectamente bien: la existencia de bandas cuyas referencias se subliman en tan notorios nombres. Pero su propuesta no consigue elevarse más allá de una buena imitación, que hasta se vuelve algo cansina y repetitiva al pasar el tiempo.
Sin faltarle el respeto a los teloneros, la subida al escenario de los Russian Circles se nota enseguida. A nivel de sonido, antes que nada. Un despliegue de artillería de potencia rara, más aún si pensamos que son tres. Claro está, tanto el bajista como el guitarrista tienen un conjunto de pedales que ni la Estrella de la Muerte. Y la batería, pese a ser sencilla y con las piezas típicas, evoca a pesadillas infernales con su retumbo. Eso sí, el arsenal a su disposición incluso es excesivo, puesto que la reverberación y el eco a veces se hacen tan gordos que se pierde algo (si no mucho) en definición y nitidez del sonido. Lo que es una pena, sobre todo al principio, cuando la banda acomete la noche con "Asa", el tema que inicia su último álbum "Guidance". Una pieza con una línea de guitarra algo árabe en su evolución, preciosa y hasta inédita en el repertorio de la banda, cuya belleza se pierde un poco en el éter de retumbos y ruidos. Por otro lado, cuando la banda machaca con los temas más movidos no anda con rodeos: la siguiente "Vorel" es un puñetazo en la cara, con su alternancia entre distensiones post-rock y bombardeos casi trash-metal. Todo esto mientras al espectáculo musical se junta con un minimalismo visual que, sin embargo, justamente por ser mínimo no deja de ser amenazador y sugerente; el batería, especialmente, se tira todo el concierto envuelto en un halo de luz amarillenta siniestra y demoníaca. En general, el enfoque visual se relaciona muy bien con el aparato musical, tanto en sus momentos más encarecidos como en las pausas más reflexivas. La selección de los temas es bastante democrática, con aquellos de los discos anteriores "Memorial" ("Deficit", "1777") y "Empros" ("309", "Mladek"), que lidian para encontrar su sitio en la lista con las piezas del capítulo discográfico más reciente, hasta remontar a los inicios, al álbum "Station" y al tema "Youngblood", estratégicamente dejado para el bis.
Una actuación que, pese a la acústica no excelsa y a la magnitud sonora típica de la banda (que a lo largo se hace comprometedora), no ha dejado de tener sus momentos de entrega y empuje.