Por: Kepa Arbizu
Los libros musicales que suelen resultar más gratificantes, o por lo menos los que tienen visos de que así sea, son aquellos que precisamente superan ese ámbito concreto y deciden abarcar más allá accediendo a otros territorios. “La peluca de Marky Ramone” necesariamente cumple con esos requisitos, no obstante en todo momento queda clara su faceta de falsa autobiografía a pesar de estar plagada de nombres reales y basada más que probablemente en multitud de hechos reales. La historia es tan típica como siempre sugerente: el nacimiento, auge y caída de una estrella del rock en su relación, más bien confrontación, con el “show business”. Pero, como ya ha quedado claro, el relato es mucho más que una aséptica o recurrente fotografía de todo ello, es además, y por encima de todo, una introspección sobre el deseo de ser libre en ese camino emprendido por cumplir los sueños y los obstáculos que uno se encuentra, y decide saltar o abrazar, en esa carrera.
El autor de esta novela, y no me atrevo a decir si álter ego de nuestro protagonista de rimbombante nombre Elvis Morante, Jose Pellón, ha cultivado muy diversas facetas -lo que hace más fácil que su obra también contenga esa aspecto multidireccional- que abarcan desde su representación musical como integrante de los cántabros Melopea hasta la de surfista, fotógrafo o escritor en diversas disciplinas. Todos aspectos, por cierto, que de una forma u otra quedan representadas entre las páginas de un libro en el que, como no podía ser menos en estos menesteres, nos encontramos con mucho sexo, muchas drogas y mucho rock and roll. Elementos que no extraña que empujaran a Jorge Martínez, de Ilegales, a hacer de prologista en una narración con la que cualquiera que haya pisado, con más o menos profundidad, el turbulento mundo del rock le se verá identificado, ya sea de oídas o por las cicatrices en sus propias carnes.
De familia adinerada y burguesa, aunque sus padres fueran dos habituales, con trágico final, de la noche y las guitarras, Elvis Morante nacerá marcado decisivamente por esa herencia, lo que muy pronto le llevará a seguir sus pasos e inevitablemente a reproducir los esquemas vistos en sus progenitores. Anclado en una de esas llamadas relaciones tóxicas, con un amor a veces carnal otro platónico, su pasión por el ruido, expresada con la misma rotundidad con la que se manifiesta contra el indie (aquí no hay nada ficcionado, los nombres son reales), que lo entiende como reflejo del conservadurismo, sus primeros y tambaleantes pasos por el underground tomará un cambio de rumbo cuando descubre, a medio camino entre la aparición y el desengaño, la “verdad” sobre el único Ramone vivo. Todo un símbolo del desencuentro con la trastienda que recorre el rock ‘n’ roll way of life.
A partir de entonces, y si hasta aquí el libro se había movido en un terreno más típico bajo un aspecto encaminado al tono jocoso e irónico, tomará su representación realmente distintiva y profunda -sin abandonar ese aspecto desenfadado- cuando nuestro antihéroe tendrá que decidir la manera en la que quiere lograr ese sueño de triunfar. Envuelto en una espiral de adicciones, a estas alturas el libro ya guarda algunas similitudes con el “Corre, Rocker” de Sabino Méndez, no serán esas las únicas servidumbres con las que deberá de lidiar.
Jose Pellón, utilizando un lenguaje coloquial idóneo para adaptarse al ritmo atropellado y crudo con que se agolpan las vivencias del protagonista, escribe lo que a la larga es una carta de amor, con sus innumerables episodios de dramas y encontronazos, al rock and roll, entendido como vehículo de las ansias de libertad y de forma de expresión propia. Un recorrido que no puede, ni sabe, desarrollarse con tranquilidad y que contiene todo un aprendizaje en el que se incluye saber instalarse en el fondo para conseguir salir a flote, lo que incluye asumir que los libros, y la vida, pueden no acabar bien necesariamente.