Por: Javier González
Es en los márgenes de la industria musical donde en ocasiones se desarrollan las carreras musicales más arriesgadas, atractivas y decididamente personales; ajenas a la opinión de los medios, a los carteles de los festivales y buscando el favor del público desde una perspectiva calmada, sin entrar en la dinámica abrasiva de la promoción y sin que nada de lo anteriormente citado prostituya ni una sola nota ni un solo verso del resultado final de las composiciones, convertidas en trocitos de una obra contrapuesta al concepto tan manido y en ocasiones maltratado del disco.
Viajando en ésta tesitura lleva unas cuantas décadas Javier Corcobado, otro de aquellos “rara avis” que caminan con paso firme en las sombras menos evidentes de nuestra música, regalándose/nos trabajos ásperos, altamente disfrutables, cuya única condición de escucha previa es la de la pausa y el sosiego necesario que debe tener el oyente con objeto de disfrutar de álbumes repletos de lírica punzante y en ocasiones afilada, de los que acaban por dejar regusto en los labios.
Con “Mujer y Victoria” Corcobado vuelve a saltar al vacío creativo sin la red de la seguridad, facturando un trabajo denso, cargado de medios tiempos, en los que vuelve a hacer bandera de su enorme y brillante capacidad prosística, elaborando un trabajo tan sugerente como excesivo, quizás el término que mejor le define, en el que cabe todo lo que musicalmente va desde el punk hasta el bolero, pasando por la bossa hasta derivar en momentos más sorprendentemente pop, tamizado por su peculiar universo de tonos grisáceos que invitan a sentir la realidad con desasosiego y hasta un punto de esperanza amorosa, aunque el dolor y el sacrificio estén más que vivos en sus canciones.
Desde la letanía “Sin Corazón no hay Nada”, sobrecogedora, minimalista y arenosa hasta desembocar en un trallazo con sabor a chanson y a Nino Rota, que cambian en los aires latinos de “Niña Preciosita”, cándida y cariñosa, pasando por el punk experimental de “Apotemnofilia” en contraposición con esa joyita delicada que es “Canción del Puerto”, previa al recitado desasosegante de “Mujer y Victoria”, con una acústica que es una suerte de tortura china sonando de fondo constantemente, anticipo de lo que creemos que es uno de los pasajes más bellos de todo el minutaje al sonar “El Extranjero y su Cicatriz”, la más personal por sus referencias autobiográficas.
Quizás el golpe más fuerte, el que va directo a la mandíbula, nos lo asesta Corcobado en la terna que conforman temas como “Bienestar”, donde con voz metálica describe la realidad del falso estado de las cosas que nos han querido vender en un corte de referencias casi kraut, “Labios Rojos”, una historia de desamor brillante, continuadas en “No Odio” y “Lluvia”; suerte que el álbum lo cierran su brillante versión de “Amigo”, más evidente asentada en una acústica y un teclado alegres, la juguetona casi circense, “Alegría de Amor” y su más que notable revisión del clásico de Charles Aznavour “La Bohème”.
Las emociones tras la escucha de “Mujer y Victoria” están ahí, vivas, sangrando, con las incertidumbres acelerando el corazón y las ganas de amar activadas y en alerta, no sea que la cosa acabe con una derrota colosal de las que hacen época. La realidad es que con escasos artistas uno tiene la oportunidad de escribir una nota similar a ésta, llena de ganas, con tensión y nervio. Javier Corcobado tan excesivo como un bolero y tan personal como siempre… tan real y tan vital…pero por encima de todo, tan musicalmente necesario. Un artista mayúsculo. No dejen de disfrutarlo. No perderán ni un segundo de su tiempo al hacerlo, se lo aseguro.