Joy Eslava, Madrid. Viernes 10 de febrero del 2017
Por: Eugenio Zázzara
Fotografía: Eugenio Zázzara
Quién sabe si Corey Taylor-Taylor y compañía saben que los Brian Jonestown Massacre pasaron por aquí (más concretamente por el Teatro Barceló) hace unos meses. No está de sobra plantear la pregunta, puesto que es notoria la relación de amor/odio que une a las dos formaciones, tal como atestigua el documental "Dig!", realizado por Ondi Timoner. Contienda intestina aparte, las dos bandas mantienen seguramente cierto parecido, e igual de verdadero es que el concierto de esta noche ha confirmado, como si fuera necesario, que el valor más auténtico de la banda de Portland se mide a la hora de lanzarse ésta en huidas psicodélicas descabelladas y deslumbrantes, prescindiendo de quién haya influenciado a quién. Además tienen el poder de trasladar de inmediato a la audiencia en su personal space oddity, el mundo estrafalario y cautivador de los Dandy Warhols.
La banda estadounidense siempre ha recogido mejores semillas de su siembra en Europa que en la madre patria. Y la acogida del público madrileño da constancia de ello de manera resonante.
Para anticipar el exitazo de los americanos, los británicos Telegram. Desgraciadamente he de admitir que sólo me dio tiempo a escuchar a un par de temas suyos (entiendo que la sala tenga sus compromisos a nivel de horario, pero que los conciertos empiecen a las ocho por la tarde me parece de verdad demasiado pronto), entre los cuales estuvo una versión de "Heroes" de mi guía moral y espiritual David Bowie. Aun apreciando el valor (o la locura) de la proposición, la versión no me convenció especialmente, tampoco su propio tema final les ayudó a mejorar la impresión que me dejaron. Pero hablo desde el casi desconocimiento, así que suspendo la valoración en la espera de poder volver a verlos otra vez.
Los Dandy Warhols se lo han currado bien para esta gira. En el fondo del escenario montan una estructura con forma de estrella y con un marco circular que, cuando se enciende, recuerda de alguna forma al círculo luminoso que utilizaron en sus exhibiciones los Pink Floyd de la temporada gilmouriana. La formación se dispone con los cuatro miembros al frente, formando una línea recta, aludiendo al estatus de igual importancia que cada uno reviste dentro de la banda. En el centro, reluce la figura de Corey al lado del batería Brent DaBoer, quizás los dos más evidentes, aunque Zia McCabe desenrolle un papel determinante, tanto al teclado como en su afán de entretener con bailes y movidas variadas a la audiencia. Holmström se queda en su rincón dejando que las reverberaciones y el fuzz de su guitarra hablen por él, escondido debajo de una chistera que le otorga a lo lejos cierto parecido con Slash.
Lo dicho, los momentos cumbres de la exhibición se alcanzan con los temas más espaciales y sobrecogedores. La inicial "Be-In" da sobrada demostración del arsenal de guerra que la banda es capaz de desatar: el íncipit de teclado es perfecto para crear la mejor atmósfera, para luego dar modo y tiempo al tema que se desarrollará en una cabalgata irresistible, que recuerda tanto a los Verve de la primera fase como a los Spiritualized, pero con sobrada personalidad. Un comienzo estupendo. Corey se divide entre los dos micrófonos puestos delante de él, según su voz tenga que sonar más natural o más filtrada, como ocurre en "Crack Cocaine Rager", otro gran acierto. En muchas de las canciones, en realidad, la voz nada mayormente es el sonido (o un ruido, según el caso) de los demás, tomando la lección del shoegaze de bandas como los My Bloody Valentine. Otros episodios más poperos, como "Get Off" o "You Are Killing Me", resultan menos incisivos en el balance final, pero funcionan bien para soltar la tensión que las piezas más largas y cósmicas llegan a levantar. El momento ápex se alcanza cuando el grupo entona la quilométrica "It's a Fast Driving Rave-Up with The Dandy Warhols Sixteen Minutes", culmen de un histérico sueño psicodélico. Otros momentos curiosos incluyen la ejecución de "Everyday Should Be A Holiday", donde Holmström y Taylor-Taylor se quedan solos en el escenario, rindiendo una versión acústica del tema. Al final de la cual, sin embargo, el líder se deja llevar por el sagrado espíritu del rock ‘n roll y casi se carga a su guitarra en el intento de abusar de ella. Y, en el caso de que os lo estuvieseis preguntando (que seguro que sí), sí, al final tocaron aquella canción que todo el mundo conoce. Su ejecución sirvió, por si aún hiciera falta remarcarlo, para que los Dandy Warhols consiguieran algo mucho más importante y logrado que aquello que sigue siendo, dentro del hype que lleva consigo, un buen tema pop-rock.
El final ( con sorpresa sin bis) lo dejan para una interpretación de piel de gallina de "Boys Better". Pese a algunos pasos en falso en su discografía, particularmente en los últimos años, los Dandy Warhols siguen teniendo algo más que pujante y excelente que decir en sus giras, y la respuesta abrumadora del público esta noche da sobrada fe de ello. Ojalá sigan tan impactantes como hoy en los años por venir.