Por: Kepa Arbizu
Los últimos años nos muestran la fotografía de un Hendrik Röver hiperactivo. Y lo es desde diferentes perspectivas: en solitario, con su banda Los Deltonos, colaborando en diversos proyectos o como productor desde su cuartel general Guitar Town, donde sus paredes acumulan el eco de las mejores manifestaciones recientes de sonido americano facturadas por estos lares. Todos ellos, en definitiva, ámbitos desde los que expresar su gusto por el rock clásico y conformar su perfil musical. Es en su faceta más personal, por aquello de mostrarse en primer plano bajo su propio nombre, donde se ubica el nuevo lanzamiento, y que como ya sucediera con su trabajo de hace más de tres años (en medio queda “Incluye futuros clásicos”) “Oeste/Norte”, aglutina dos discos en uno presentado además nominalmente bajo una dicotomía. Si en aquel la disyuntiva era geográfica, la que presenta el actual es más emocional: “Fetén/Fatal”.
En esa trayectoria individual, el cántabro ha optado como elemento diferenciador, por cierto cada vez menos respecto al de su banda, uno arraigado firmemente en las raíces del sonido tradicional americano. Algo en lo que sigue empeñado también bajo esta última formación, denominada Los Míticos GTs y que oculta el contrabajo de Goyo Chiquito y las percusiones de Toño López Baños. Aspectos que se suman y completan magistralmente esa visión ortodoxa pero particular, expresada siempre bajo un verbo sobrio, irónico, costumbrista y con la justa medida de melancolía, del conglomerado de influencias clásicas.
Respecto a su(s) nuevo(s) disco(s): ¿Se podría hacer algún tipo de división en función de sus dos títulos? Pues probablemente no de una manera tajante y definitiva, pero desde luego se puede atisbar en cada uno de ellos ciertos elementos identificativos. Por ejemplo, tomando sus textos, y aunque prácticamente todos estén basados en la problemática referida a las relaciones personales, principalmente de pareja, y siempre bajo los parámetros expresivos citados anteriormente, los que forman “Fetén” adquieren un formato de crisis que parecen tener un acabado relativamente optimista, mientras que los demás resultarán mucho más inciertos. Si nos centramos en el aspecto musical, observaremos como esa cara más halagüeña encuentra cobijo en una representación sonora más homogénea, directa y contundente, mientras que la variedad y un tono más reposado se apoderará del resto.
Ese espíritu más guitarrero que se impone en el, llamémosle, primer disco se presenta desde el inicio con en el melódico, pero melancólico, honky tonk, tomando las enseñanzas de maestros del género que abarcan desde Alan Jackson a Merle Haggard pasando por Dwight Yoakam, que es “Las muchachas”, irónico acercamiento al supuesto esplendor amatorio ligado al mundo del rock. Pero especialmente robusto se va a mostrar a través de las arremetidas a base de rock n roll y boogie que son “Tatuaje” y “Fetén” e incluso del espectacular y trepidante, exhibición guitarrística mediante, instrumental “Hallertau Hop”. Al margen de ese núcleo más musculoso también recurrirá a la belleza que comprende “El mañana” o a la sobria contención de “Lo mejor”, otra hermosa forma de fabular sobre las luces y sombras de la vida.
El segundo álbum, o segunda parte si se prefiere, se manifiesta de una manera más sugerente, y quizás incluso atractiva, gracias a los diferentes matices y manifestaciones que contiene y que dotan al conjunto de un aspecto más sorpresivo, el que, eso sí, mayoritariamente avanza a base de lentos o medios tiempos. Unas composiciones entre las que nos encontramos con el country dirigido a ritmo de vals de “El hielo”; la orgánica y desnuda “La reina del baile”, capaz de desprender esa nostalgia relacionada con las luces de los guateques que esconden más tristeza que alegría; las formas delicadas de “Mitin” que destilan el espíritu demagogo de los predicadores religiosos y la elegante, maqueada a base de un acompañamiento casi jazzístico, “Delirium”. Con “Herencia” recupera el tono vibrante y las botas de cowboy, esta vez decoradas con un sutil halo psicodélico, y “Sinfín” es el ya habitual homenaje al sonido eléctrico y épico de los Crazy Horse. El punto y final, como no podía ser de otra manera, lo marca "Estamos cerrando...”, un instrumental a base de western swing evocador.
Hendrik Röver asume el doble riesgo de publicar de manera casi compulsiva y además atreverse con discos de larga extensión. Dos aspectos que suelen convertirse en trampas de difícil escapatoria, cosa que sin embargo no solo evita sino que además no le obstaculiza para mantener un nivel cualitativo muy alto, logrando obsequiar de manera habitual, tal y como sucede en el actual trabajo, con algunos momentos extraordinarios además de completar ya un amplísimo repertorio que le consolidan en, posiblemente, el representante más fiel y solvente con el que contamos respecto a los sonidos americanos. Utilizando sus propias palabras: ¿Que si es posible el rock americano en castellano? Pasen, escuchen y disipen, si todavía existe, cualquier duda respecto a no ya solo dicha interrogante, sino a la capacidad de hacerlo de una manera totalmente identificativa y sobrada de talento.