Por: J.J. Caballero
Las expectativas depositadas en este nuevo trabajo de la fantástica banda de Pennsylvania quedan colmadas hasta el exceso con las diez nuevas canciones grabadas bajo el nombre de “Abandoned mansion”. Scott McMicken (voz y guitarra) y Toby Leaman (voz y bajo) siguen liderando una propuesta exquisita de rock americano con basamento ultra clásico y afinidad por las melodías menos obvias. Si hasta ahora siempre se habían citado a The Beatles (sigue habiendo huellas más que palpables aquí, como las evidenciadas en "Peace of mind") o los Beach Boys como primeros inspiradores del grupo, ahora amplían su horizonte –algo no por esperado menos reconfortante- a otros maestros del sonido tradicional como The Band ("Could’ve happened to me" entroncaría sin reticencias con las sesiones de “Music from big pink”) o el mismísimo Ray Davies del período inicial, al que podemos rastrear en los arreglos de "Both sides of the line". De tontos, como se podrá suponer por tales afirmaciones, no tienen ni un pelo.
En los planteamientos previos a la grabación volvieron a cumplirse las máximas de una trayectoria ya considerable y con visos de dejar un legado apabullante. El dúo que forma el núcleo creativo decidió hace un año grabar de nuevo su debut discográfico, otra joya grabada en 2001 y titulada “The psychedelic swamp”, solo para demostrar que aunque no lo parezca siguen apostando por la renovación y que la línea de sus discos ha sido tan ascendente que casi podemos pinchar dicho álbum en su nueva versión y encontrar cosas totalmente diferentes en los mismos temas. Pero es que “Abandoned mansion” difiere también de ese y varios de los anteriores. Alejándose de una supuesta grandeza de las que ellos siempre renegaron y que adquirieron a su pesar hace mucho tiempo, compusieron el tema de apertura, "Casual freefall", para disfrazarse de banda de garito, de músicos mugrientos y convincentes que tocan por puro placer en el pequeño escenario de una ciudad perdida en medio de una carretera secundaria, y titularon uno de los cortes con la onomatopeya "Ladada" para llamar la atención precisamente en eso, en la belleza de una armonía, en el bucle de un tempo circular y apasionado que los lleva a buscar una y otra vez al dios Dylan y su forma de soplar la armónica para que el folk de los sesenta siga siendo una de las épocas más vigentes en la música de hoy y la que vendrá. Suenan maravillas como "Jim song" y "I know" y los ves ahí, sin darse importancia, recorriendo un camino que antes de ellos ya estaba demasiado trillado y que después de ellos encontrará nuevas bifurcaciones por las que desembocar en otros más frondosos e inciertos. Y por ahí te llevan los acordes de "I saw her for the first time", por una senda que aún no sabías que lo era. Lo bien que te puede sonar la vida en poco más de cuatro minutos.
Este es un álbum para remendar cualquier corazón atribulado y para descubrir que aún hay esperanza, y mucha, entre las nubes que parecen perturbar nuestro devenir cotidiano. Cualquiera que se sienta agobiado por las garras inciertas del destino debería ponerse a escuchar este disco contundente y sanador para tomar conciencia de que todo en este mundo es relativo y que las canciones, esos entes abstractos y extrañamente palpables a la vez, pueden rescatarnos de toda amenaza. A Dr. Dog, como a muchos otros, les debemos una receta mágica y tremendamente efectiva.