Sala Oasis, Zaragoza. Viernes, 2 de diciembre del 2016
Por: Javier Capapé
Por: Javier Capapé
Fotografía 2: Blanca P. Peinado
La pasada semana el grupo de Birmingham estuvo otra vez de gira por España conmemorando los veinte años de la publicación de su disco más emblemático: “Moseley Shoals”. Una gira que tan sólo recaló en nuestro país además de las Islas Británicas. Y es que Ocean Colour Scene tiene un vínculo especial con España. Como ellos mismos han confesado les encanta nuestro público y por eso las paradas en nuestra tierra son obligadas en sus giras. De hecho con la cita del viernes ya son seis las veces que los británicos han pasado por Zaragoza.
Junto a ella, Madrid, Barcelona estaban de enhorabuena, porque lo que venía a ofrecer el grupo de Simon Fowler era algo especial. El repertorio iba a centrarse en el sublime “Moseley Shoals” (que se suponía tocarían entero) además de algunos otros grandes éxitos indiscutibles. Y tal y como intuía así iba a ser la noche: apoyada en un repertorio impecable que permitiría trasladar a todos los presentes a esa etapa dorada del britpop de finales de los noventa en la que los Ocean Colour Scene brillaron con luz propia y a la que ellos mismos lograron traspasar llegando hasta nuestros días ofreciendo discos de manera regular y de calidad bastante notable (sirva como ejemplo su último lanzamiento hasta la fecha, el inspirado “Painting” de 2013).
Pasaban 15 minutos de las 10 de la noche cuando las luces de la Sala Oasis se apagaron para dar la bienvenida al cuarteto británico, que sorprendió desde el primer momento por dos detalles. El primero ver a un Simon Fowler algo apagado, como desganado desde los primeros momentos de la noche y con falta de voz. En un principio pensé que esa voz más tenue que otras veces mejoraría tras ajustar la mezcla en los controles de la sala, pero no fue así. En los temas más potentes Simon sonó como apocado y donde consiguió encandilar con su voz fue en aquellos más pausados y especialmente en los que afrontó él sólo con su acústica. El otro detalle que pudo condicionar algo el show de Zaragoza fue la ausencia del baterista Oscar Harrison. Tal y como comentaron sufrió un pequeño accidente tras el concierto de Madrid que le obligó a tomarse un descanso, no pudiendo estar presente en dos de las tres citas españolas. Su sustituto, Tony Coote, que acompaña en solitario al guitarrista Steve Cradock, estuvo gran parte de la velada en tensión, esperando la señal de Cradock y tímido en algunos momentos clave, por lo que la ausencia del swing y la potente pegada que imprime Harrison a los Ocean se hizo notar, aunque sin llegar a desvirtuar el conjunto. Por su parte, Raymond Meade al bajo se quedó en un segundo plano sin destacar para nada ante el verdadero protagonista de la noche: el increíble Steve Cradock. Aunque no estuvo solo, a éste le acompañaron sus certeros riffs de guitarra y un repertorio tocado por la varita mágica, donde todo consiguió encajar gracias a defender un disco de los más logrados de los últimos veinte años.
Con Simon Fowler algo desgastado, que simplemente se dejó llevar, y una base rítmica menos llamativa, el alma del concierto, como ya he señalado, fue Steve Cradock. Sus guitarras fueron las protagonistas y su baile encima de los pedales de efectos de sus Gibson fue revelador. Una clase magistral de cómo se domina un instrumento y cómo se le imprime carácter además de un estilo muy personal. Ver a Steve a menos de un metro fue un placer indescriptible que me permitió evadirme y volver a aquellos años donde sentíamos la música desde las tripas, como un torrente. Así pude olvidarme de otros detalles que podían haber ensombrecido el concierto, porque Steve Cradock me regaló la mejor interpretación de sus canciones que he visto. Una interpretación de diez. Tanto cuando acariciaba suavemente las cuerdas de su Les Paul en los temas más sentidos como cuando atacaba con rabia su SG para los bombazos más descarados. Lo que hace Steve Cradock a las seis cuerdas es sencillamente increíble. Es un auténtico “fuera de serie”.
El concierto arrancó con su particular revisión del “Day Tripper” de los Beatles, todo un clásico casi obligado en sus repertorios, para acto seguido encarar de una en una las canciones del disco protagonista de la noche en el mismo orden en el que fueron presentadas al mundo. “Moseley Shoals” se abría con el estruendo de un riff perfectamente reconocible como es el de “The Riberboat Song” y toda la sala estallaba emocionada. La noche empezaba con fuerza como aquel magnífico disco de 1996 y así seguiría, con la maravillosa y por todos coreada “The day we caugh the Train”. Una canción que da muestras del nivel de empatía de este grupo con su público fiel, que no pudo dejar de corear sus característicos “Oh Oh, La La”. “The Circle” se sucedía inmediatamente con un Cradock sembrado a las cuerdas de su SG y con un Fowler que parecía coger el ritmo que la cita merecía. Pero donde el cantante consiguió despuntar más claramente fue en temas como el que siguió a continuación. La delicadeza de “Lining your pockets” dio paso a la sutileza de “Fleeting Mind” y sus filigranas a la guitarra para seguidamente y contra todo pronóstico dejar a “40 past midnight” fuera del setlist. Tal vez por la falta de Oscar Harrison, la ausencia de pianista o simplemente por ser un tema más arriesgado, pero lo cierto es que se echó de menos al ver que “Moseley Shoals” se estaba desgranando por completo. Una ausencia que no terminé de entender, aunque cuando sonó nuevamente un Simon Fowler más potente en los primeros versos de “One for the Road” me olvidé de esto y me dejé llevar por el pasaje más folk y entrañable del disco en cuestión, que se completó con “It’s my Shadow”, de nuevo con la sala entera coreando al unísono su coda final. La energía volvió momentáneamente con “Policemen and Pirates” para seguir con la calma de “The Downstream” antes de encarar la recta final de la primera parte del concierto. “You’ve got it bad” y su potencia desbocada se quedaron en nada con la obra maestra que es “Get Away”. Si en el disco dejaba claro que era la mejor manera de poner la guinda final, en directo nos demuestra que hay pocos grupos que manejen tan bien la combinación de tempos, pasando de la calma a la tormenta de una forma totalmente natural y sobrecogedora. Aquí Steve Cradock nos llevó a lo más alto. Su guitarra soltaba chispas mientras cabalgaba de pedal en pedal de efectos como si de un baile de distorsión se tratase. Y Simon Fowler se entregaba hasta el final a base de melancolía y toques de armónica. El éxtasis. La auténtica razón por la que merece la pena estar delante de estos músicos.
“Moseley Shoals” había llegado a su fin dejando el nivel tan alto como lo es esta obra cumbre de la música británica de los noventa. Había que ver ahora qué nos deparaba el resto de la velada. Cuáles serían los temas elegidos para complementar a estos anteriores casi perfectos.
Seguidamente Simon Fowler se quedó solo en el escenario para ofrecer una de sus mejores interpretaciones de la noche. “Foxy’s Folk Faced” irrumpía con sutileza y abría así el camino para regalarnos algunas canciones clave de su otra obra de cabecera, el también fantástico “Marchin’ Already”. A ésta pieza entrañable le siguió “Better Day” con su emocionante estribillo y seguidamente otro de los himnos del grupo: “Profit in Peace”. Magia era la palabra perfecta para definir el momento a pesar de las carencias de algunos de sus miembros. Sin ser un concierto perfecto en su ejecución estaba resultando de lo más logrado en el plano emocional. “So Low” sirvió de puente para sumergirnos en otra de las canciones más acertadas de la noche. “Get blown Away” me dejó boquiabierto. La guitarra de Steve Cradock volvía a hacer de las suyas mientras Simon Fowler se entregaba coreando ese estribillo repetitivo. Claramente estaban ofreciendo sus mejores temas, pero el concierto estaba llegando a su fin como confirmaron con el reconocible pulso inicial de “Traveller’s Tune”, sellando así un cierre de altura.
Y así llegaron los obligados bises, que fueron breves pero intensos. De nuevo Simon y su acústica ofrecieron una interpretación correcta de otro clásico de su repertorio como es “Robin Hood”, enlazando con un guiño al “Live Forever” de Oasis como ya hiciera en su anterior gira. Y para terminar definitivamente, la tormenta y el descaro de “Hundred Mile High City”. Una canción que funciona perfectamente como inicio, pero que también es un acertado final. Con el sonido de la guitarra marca de la casa y con la demostración de la tremenda inspiración por la que pasó este grupo durante los últimos años del pasado siglo. De hecho no hizo falta adentrarse en su repertorio más reciente para redondear la velada. Ocean Colour Scene solamente atacó sus tres obras más inspiradas, las que ofrecieron entre 1996 y 1999. Y el público no necesitó nada más para ser feliz. 90 minutos escasos de euforia, que tal vez podrían haber sido más plenos si Oscar Harrison no hubiera estado ausente o si Simon Fowler hubiera estado más “presente”, pero igualmente, 90 minutos de felicidad y de echar la vista atrás que sirven como la mejor manera de recargar pilas y volver a este presente falto de grandes momentos musicales como éstos. Ojalá no perdamos nunca a estos grupos tan necesarios ni estas giras conmemorativas si se trata de celebrar las glorias de un disco eterno como “Moseley Shoals”.