Por: Artemio Payá
En la estantería donde tengo los discos, hay un lugar preferente para todos los álbumes relacionados con las ramificaciones y raíces que rodean y se conectan con aquel maravilloso supergrupo llamado Crosby, Stills, Nash and Young. El currículo musical de estos tipos es de aúpa y solo mencionar los nombres de sus diferentes proyectos hace que me hiervan los tímpanos: Buffalo Springfield, The Byrds, The Hollies, Mansassas o sus inicios en solitario en los años setenta que son purita crema.
Es una pena que a todos les afectara profundamente la crisis de los cuarenta puesto que la década de los ochenta fue especialmente dura con ellos: se les consideraba caducos y sus trabajos estaban lejísimos de sus mejores momentos, por una parte por unas composiciones lastradas por su propia desconexión y por otra por intentar acercarse a un sonido que no era el que llevaban en sus tripas.
Pero si hubo alguien para el que fue especialmente complicada esa década fue para el bueno de Croz. Tristemente su ritmo de vida seguía montado en una nube de polvo blanco y acabo convirtiéndose en un habitual de las páginas de sucesos viendo su nombre al lado de heroína, cocaína, armas, borracheras o accidentes de coche que le hicieron pasar por la cárcel. Cuando ya se firmaba su obituario después de aquella década loca y de un trasplante de hígado en 1994, reaparece acompañando en giras a sus antiguos compañeros, pero lamentablemente no acababa de culminar su recuperación hasta hace un par de años que es cuando edita su primer trabajo en solitario en más de dos décadas.
Después de explicar en una decena de líneas una azarosa vida que da para tres tomos, nos plantamos en 2016 y tenemos nuevo disco de David Crosby. Grabado a pachas con Micheal League (Snarky Puppy) en los estudios propiedad de Jackson Browne en sus recovecos nos encontramos con un manojo de canciones reposadas, campestres, delicadas y con poco artificio. Es Croz al desnudo, vaciando su corazón y rasgueando la acústica acompañado casi únicamente por coros en los nueve cortes de “Lighthouse”. Destacan sus momentos dedicados al amor maduro de “Things we do for Love” o la romántica “Paint you a Picture”, aunque mis pasajes favoritos son cuando afila el cuchillo para acercarse a la actualidad política como “Somebody Other Than You”, en la que critica que no son los hijos de los políticos patriotas los que acaban en la línea del frente (las cosas no han cambiado claro), o en “Look in Their Eyes”, donde trata el tema de los refugiados.
Tenemos pues a Crosby de vuelta, puesto que es quizá este “Lighthouse” su mejor trabajo en solitario desde el lejanísimo “If i Could Only Remember my Name” y será altamente disfrutado tanto por fans del bigotudo californiano como por quienes quieran degustar un buen disco de folk acústico perfecto para un atardecer soleado de invierno.