Sala Ambigú Axerquía, Córdoba. Viernes 9 de diciembre del 2016
Texto: J.J. Caballero
Fotografías: Sergio Tejerina
Los que creemos que la música en directo es algo más que un bien necesario estamos de celebración cada vez que nos encontramos a gente con auténticas agallas encima de un escenario. Músicos que conocen su oficio y lo disfrutan, que se dejan la piel y ponen la nuestra de gallina y que saben lo que cuesta, incluso lo que vale, llegar a conectar con unas cuantas almas tan descarriadas como las suyas. En el caso de la voz –y sobre todo la presencia- que nos ocupa, los kilómetros recorridos y el sudor vertido quedan plenamente justificado en virtud de los efectos sufridos (mejor dicho, disfrutados) entre una audiencia sencillamente acongojada ante un volcán de tamañas dimensiones destructoras. No, no es poco lo que se nos vino encima una noche de viernes en un estrado escaso para un cónclave musical de estas características; pero mucho mejor, en las distancias cortas es donde se llegan a marcar las diferencias.
Aurora García, antigua líder de los fantásticos Freedonia y dueña de una garganta y unas maneras que le han permitido ponerse al frente incluso de proyectos afro beat, nunca será una estrella mediática. Tiene demasiada energía para malgastarla dando la cara en medios que nunca le hicieron mucho caso, y prefiere guardarla para el estudio y la escena, esta su espacio natural del que ojalá no saliera nunca para que nos pudiéramos sentir orgullosos de tener a una mujer de su perfil en nuestro nunca bien ponderado panorama musical. Ya ha grabado dos discos de impresión como capataz de The Betrayers, ambos cortados por casi idénticos patrones y abonados a la causa del soul como colchón de un rock potente en el que las bases rítmicas las imponen los coros (maravillosas las mínimas coreografías de las “traidoras” vestidas de riguroso negro) y los juegos de teclados que convierten en oro toda melodía que atacan. Es su herencia, la de todos los que amamos la música, y deben entregarla con el envoltorio que merece.
Desde el inicio, un largo instrumental con Aurora a la pandereta, ya se intuye el magma rítmico que se desboca en las contundentes ‘Bloody eyes’ y ‘Fire’ (el juego de palabras es fácil si escribimos que comenzaba el incendio) pero se retuerce en autoconfesiones de amor y odio como ‘If you could be me’ o la irresistible ‘Take me away’ (tal vez lo más cerca que han estado hasta ahora de conseguir un hit). De ahí deriva el rumbo hacia pasos más recientes, los de su álbum “Voodoo’, y sigue arrasando con sus gestos de guerra y desprecio, que en verdad es todo atractivo, cantando a unos sentimientos heridos pero orgullosos en ‘Ain’t got no feelings’ y ‘You can come back’. No es que quiera que vuelva alguien que ya no es bien recibido, sino que necesita su debida recompensa, por eso escribe ‘Pay me back’ y se divierte en la aproximación blues de ‘Steppin’. Cuando llega el momento de hermanarse con el público local lo hace a través de la persona de otra de la misma guisa, la inmensa Nita de Fuel Fandango, con la que canta originalmente ‘Get me down’ y a la que echa(mos) de menos en lo que podría haber sido un número realmente incandescendente. Pero como no se puede tener todo, lo mejor es abandonarse al perezoso swing de ‘Move on and on’ y responder como podamos ante el eterno reproche de amante despechada de ‘Who do you think you are’, perfectamente válido como dardo para todos aquellos que confunden un concierto en directo con un patio en el que exponer tus opiniones a gritos sin que a nadie le importen un pimiento. Orgullo y defensa del patrimonio ante todo.
La delgada línea que separa el amor del odio es traspasada con suma facilidad, y parece que lo hace a menudo, en ‘From love to hate’, y no es una mala manera de retirarse por la puerta grande mientras tensas la espera de los tres últimos temas que acabarán por coronar a la reina. ‘Walk to the stars’, con su latido funk y pulso de himno de cabaret solo es preludio de una brutal ‘Hey, hey, hey!’ con la que casi dan ganas de subirse a tocar palmas (y algo más) antes de marcharnos sin la menor intención de hacerlo entonando los compases de ‘Losin’ my mind’, que anuncia justamente eso, la locura de haber vivido en una burbuja de pasión desatada durante hora y media. Porque lo de esta banda y esta personalidad no debe caer en saco roto para nadie que tenga la oportunidad de verlos al menos por una vez. No hace falta haber escuchado a Aretha Franklin ni a Tina Turner, dos modelos obvios cuando se la ve y se la oye, para divertirse a raudales en uno de sus shows. Puro espectáculo, pura adrenalina, pura música. No se los pierdan, recuerden que el que avisa no es traidor.