Sala Santana 27, Bilbao. Sábado 19 de noviembre del 2016
Por: Kepa Arbizu
Fotografías: Lore Mentxakatorre
El festival bilbaíno WOP, que este año celebraba su sexta edición, es uno de esos eventos que resultan entrañables. Y así es primero, y principalmente, porque su objetivo, sustentado por la asociación del mismo nombre, Walk On Project, está orientado a la investigación de las enfermedades neurodegenerativas; además el trato de sus promotores es realmente amable y lo más destacado, dentro del aspecto que nos atañe, es el sobresaliente elenco musical con el que suele contar para sus citas. Gracias a su dedicación hemos podido disfrutar de bandas como The Jayhawks, Cracker, Los Enemigos, North Mississippi Allstars y un altísimo número de nombres de prestigio y calidad.
Para esta ocasión, celebrada durante el sábado 19 de noviembre en la sala Santana 27, el cartel constaba de un exquisito menú confeccionado con la parte exacta de diversidad dentro de una linea musical muy determinada orientada, como es habitual, al rock and roll. En su confección hay que sumar también el buen tino para saber conjugar nombres míticos (091), otros con juventud pero con una solvencia ya demostrada durante estos años, Kurt Baker, y bandas nuevas que arrecian con fuerza. Este último aspecto fue representado por The Kleejoss Band, conjunto perteneciente a esa interesante e incipiente escena estatal que se está labrando alrededor del rock clásico de herencia sureña y setentera. Pero los zaragozanos no son un revival basado en confederadas y demás iconografía, lo suyo, estando inscrito perfectamente en esos parámetros, se expresa de maneras diversas. Siempre contando con una base sonora realmente rocosa, son capaces de echarse a los hombros riffs de AC/DC y Led Zeppelin (“Drowning), imprimir ritmos de rock and roll para atacar con rotundidad en “No Glam in Rock and Roll”, como imbuirse por las melodías contagiosas de “Plasticland”, un obituario a las tiendas de discos. Si la faceta musculosa ya había quedado más que sobradamente demostrada, tampoco renunciaron a hacer lo propio con medios tiempos como el emocionante y épico, con final apoteósico incluido. “River Sound Unleashed”. Rubricaban así, a base de calidad y potencia, el primer capítulo de lo que ya prometía ser una noche inolvidable.
El joven norteamericano Kurt Baker, bregado en diferentes formaciones como The New Trocaderos o The Leftlovers entre otras, se presenta ahora con su propio “combo”, en el que se encuentra flanqueado por integrantes de la escena leonesa, todo un perfecto tratado de adrenalítico power pop; es decir, una mezcla entre el espíritu pop y la energía punk. Precisamente esos son los fundamentos que alimentaron las píldoras en forma de temas que fueron soltando casi sin tregua. Composiciones instantáneas que tienen su origen en músicos como Elvis Costello (“Everybody Knows”), Ramones (“All for You”), Cheap Trick (”Baby’s Gone Bad”) e incluso en los The Jam más “negros” (“Rusty Nail”). Que lo suyo también mira hacia los sonidos más clásicos se evidencia en la decisión de versionar “Love Potion No. 9” o “Steppin’ Stone” de los Monkees. Pero todavía quedaba una sorpresa más: la aparición del mítico Dogo (Dogo y Los Mercenarios), que se acopló a la perfección a ese contexto para insuflar el sonido callejero y lascivo del que es uno de los mayores y mejores representantes por estos lares, dando vida a “Rock and roll caliente”, “Mala reputación” y “La cueva”. Tras la aportación del andaluz la banda volvió a sus temas echando el telón con “Don’t Steal My Heart Away”, finiquitando una actuación intensa y acelerada, como mandan los cánones para estos casos.
Sin ánimo de desmerecer a los anteriores, mucho menos contemplando el óptimo estado que manifestaron, el plato fuerte del festival recaía sobre una nueva parada de la “Maniobra de resurrección” que durante todo este año están llevando acabo los granadinos 091 con motivo de su reunión. A pesar de que un número importante de asistentes ya había tenido la suerte de poder verles en alguna otra estación de la ruta, las ganas de todos ellos seguían intactas. La introducción con la sintonía de Ennio Morricone “Man With a harmonica”, sumada a la instrumental “Palo Cortao”, ya con todos ellos de negro riguroso sobre las tablas, fue el anticipo de lo que se iba a transformar en una de esas actuaciones que, por suerte, tardan en dejar de resonar en la mente.
Empezar la auténtica sucesión de himnos que iban a llegar a lo largo de dos horas con, probablemente, el más significativo de ellos, “Qué fue del siglo XX”, es toda una declaración de intenciones y la ratificación de que su cancionero es compacto como pocos y no necesita de efectos de llamada para conquistar a sus seguidores. Con una fuerza, incluso desconocida en su carrera, y presencia envidiable, en la que tiene ver decisivamente la presencia de su cantante José Antonio García, un auténtico frontman de esos que es mucho más que la suma de sus características, dispararon una munición repleta de contundentes y emocionantes canciones que evidencian un estado de forma excepcional tal y como se desprende de las interpretaciones de, por ejemplo, “Zapatos de piel de caimán”, “Nada es real”, “Huellas”, “Este es nuestro tiempo”, “Sigue estando Dios de nuestro lado”,”El baile de la desesperación” o “La torre de la vela,” que supuso el primer, y falso, final. Antes de ese receso también dejaron paso a su faceta más nostálgica, ya fuera a base de medios tiempos (“Escenas de guerra” o “La noche que la luna salió tarde”) o directamente con ritmos pausados y bellos (“Nubes con forma de pistola”, “Un cielo color vino”).
La recta final de concierto, con un par de regresos al escenario, que comenzó con la preciosa versión acústica, solo con José Ignacio Lapido y “Pitos”, de “La canción del espantapájaros” , iba a aglutinar todos, o casi todos, los matices que trabaja la banda. Eso incluyó el “hit” “La vida qué mala es”, la pegadiza “La calla del viento”, el romanticismo contenido en “Esta noche” y el punto y final con la arrebatada “Fuego en la oficina”, auténtica exaltación colectiva y shock definitivo de los que se necesita tiempo para asimilar.
Una edición la de este año del WOP que sin casi ninguna duda a equivocarme se puede tachar de perfecta. Cada uno de los tres grupos aportaron su ingrediente, perfectamente elaborado, a una fiesta que tuvo todos los matices que puede ofrecer el rock and roll; desde la contundencia, pasando por la diversión hasta un envidiable poso lírico. No se puede negar, y sin ánimo de minusvalorar a los demás participantes, que 091 firmó una actuación que no solo despuntará en la historia de este evento en particular, sino en la biografía de muchos de los allí reunidos, por lo que solo queda poder celebrar haber sido uno de los afortunados.