Por: Sergio Iglesias
Ahora que llega el final de año, y con él las tan temidas listas de los mejores discos de 2016, no podemos olvidarnos de un trabajo que debería aparecer en los ranking de todo aquel que tenga un mínimo gusto musical. “Love, Peace & Chicken Grease” de The Empty Bottles es, sin duda, uno de los mejores discos que se han realizado en este año tan fértil en lo que a buena música se refiere.
Los alicantinos han sabido captar perfectamente la esencia del sonido americano en todas sus vertientes, desde el blues y el rock sureño, presentes de una u otra forma a lo largo de los doce temas, pasando por el jazz, el funk o la psicodelia propia de los mejores Cream.
El disco está editado por Rufus Recordings y Black Stone Label con la colaboración de Discos Elepé y cuenta con un excelente artwork, obra del diseñador Mik Baro, que ha sabido plasmar en las ilustraciones todo lo que se puede escuchar en él.
Insisto en que nos encontramos ante una auténtica joya en la que The Empty Bottles han sabido diferenciarse de todos esos imitadores o sucesores del rock sureño de Black Crowes (Dirty York, Blackberry Smoke…y tantos y tantos más) para dar un paso adelante y obsequiarnos con un disco prácticamente perfecto que, sin embargo, no renuncia a la influencia del grupo de los hermanos Robinson.
Un viaje por la Norteamérica profunda que arranca con el “Dig my grave” donde se puede percibir, al igual que en la balada “Crow of thorns”, esa mencionada influencia de los cuervos negros, casi inevitable en la mayoría de grupos que comenzaron a hacer rock americano a partir de los 90 o los 2000.
El viaje continúa por las penitenciarias de los Estados Unidos, donde casi podemos ver a los reos picando piedra al ritmo de “Rosie” o, un poco más adelante, de “Misery”, con un acentuado poso de blues que se mantiene constante a lo largo de todo el disco, incluso en pasajes más soul como“Wasted days”, que cuenta también con unos preciosos coros gospel.
Pero los alicantinos no se quedan aquí y también se atreven con el country en “Goodbye” o “No place to hide”, la psicodelia, de nuevo intercalada con el blues, en “Joe D. Grinder” o los arreglos jazz de “Ruby, come to me”, evidentes en el sonido de la batería y el teclado y que también se repiten en la instrumental “The Dude”, una composición con claros toques funkys.
Para concluir, The Empty Bottles dejan el árido rock de “Killer boots” y una apoteosis final que, bajo el título de “Road dogs”, recoge en una sola canción todo lo anterior. La banda encuentra en este tema un lugar donde lucirse tanto instrumental como vocalmente y donde cada uno de los componentes del grupo tiene la oportunidad de brillar con luz propia demostrando lo buenos músicos que son y terminando en un punto tan alto que, al concluir, sólo podemos pensar en cómo tiene que sonar en directo. Así que, promotores del Estado, dejen de buscar lejos de aquí lo que tienen delante de sus ojos y dennos la oportunidad de disfrutar en vivo de esta banda.
Lo dicho, un trabajo perfecto en el que no falta ni sobra nada y otro ejemplo más de lo bien que se pueden hacer las cosas aquí.