Por: Sandra Sánchez
Das al play al nuevo disco de Diego Vasallo y automáticamente golpean tu cabeza dos palabras que conforman un nombre propio, Tom Waits. Pero vayamos por partes. Estamos ante "Baladas para un autorretrato" y pocas veces un título describe tan certeramente su contenido. Encontramos en este trabajo, editado por Subterfuge, ocho temas intensos e íntimos, en los que pareciera que el artista se abriera en canal y expusiera su vida, sus cicatrices, sus culpas, sus miedos y sus anhelos. Al escucharlos, cada uno de ellos nos obliga a prestarles atención. No quieren ser ruido de fondo, te sacuden para que atiendas a sus letras. Porque se trata de uno de esos discos, escasos, por otra parte, en los que prima la letra, la poesía para ser exactos, sobre la música. El sonido es el justo (y suena perfecto) para acompañar, adornar y enriquecer las letras, lo que Vasallo nos quiere contar.
El propio músico, que presenta estos días además del disco el libro de poemas ilustrados "Al margen de los días" (Harpo Libros) comenta que estas canciones vinieron "de ningún sitio, como siempre lo hacen". Se inspiran, no obstante, en una historia real, la de la fallida expedición de Sir John Franklin y los 128 miembros de su tripulación desde Inglaterra al Ártico, en 1845. Cuando la tragedia (todos perdieron la vida) trascendió se escribieron numerosas baladas en su memoria. Las baladas que nos presenta ahora Diego Vasallo son las de su propia vida, las que aparecen ocultas en los recovecos de la memoria y las que le asaltan abiertamente diciendo aquí estoy yo ("soy el canto olvidado en un verso suelto, soy el solitario que no sabe estar solo..."). En las letras el artista se expone y quién sabe si también a través de ellas se expía; mediante la introspección descubre que los matices importan ("el timbre apagado de la voz de las derrotas") y se centra en los detalles, otorgándoles el máximo valor.
Ruido en el desierto, la canción que abre el disco es un blues de secano, sin florituras y a quemarropa. Y como decíamos al principio, te hace pensar al instante en Tom Waits. A ello ayudan muchas cosas, el sonido desnudo, las letras crudas y poéticas a la vez y la voz profunda y arenosa, de Vasallo.
Waits ha sido referente claro a la hora de dar forma y contenido a este disco, al igual que las primeras grabaciones de Elvis Presley en Memphis. Esta última influencia está bastante presente en "Se me olvida", mientras que "Que todo se pare" se hermana con alguna de las baladas poéticas que Loquillo cantó años atrás. Hay amor y pérdida en "Todo lo bueno", búsqueda en "Mapas en el hielo" ("persigo trampas y quimeras esparcidas por el mundo"), descreimiento en "Fe para no creer", con unas fantásticas guitarras que nos trasladas a Nueva Orleans al momento...
"Baladas para un autorretrato" se grabó en Santander, en los estudios Moon River, de Fernando Macaya, quien junto a Vasallo lo produjo y buscaron y consiguieron dar al disco una pátina de sonido oscuro, gastado, "sucio". Los músicos con los que contaron son de primera: Además de Macaya (guitarras, mandolina, banjo...), Toño López (batería y percusión), Pablo Fernández (guitarra acústica, piano, ukelele...), Goyo Chiquito (contrabajo) se suma la colaboración de Quique González (piano y armonio y cuya presencia sobrevuela también de algún modo el disco), de César Pop (acordeón) y de Iván González (armónica).
"Se me olvida" es un tema melancólico y romántico, desnudo y tremendamente austero; y es el encargado de cerrar este álbum tranquilo y apacible, que se va haciendo más amable a medida que avanza, a pesar de contener infinitos mensajes potentes a los que dar vueltas ("la culpa es sólo del color con que se mira", "las penas mojan, las gotas duelen", "enséñame a contar futuros de dos en dos") y te deja con muy buen sabor de boca. Es un disco con alma y a la vez muy terrenal; contiene, en definitiva, canciones que se confunden con la vida misma.