Sala Las Armas, Zaragoza. Sábado, 19 de noviembre del 2016
Texto y fotografías: Javier Capapé
Ariel Rot es sinónimo de maestría y elegancia. Pocos músicos como él pueden presumir de mantener con dignidad una carrera más que coherente siempre fiel a un sonido asentado en las raíces del rock clásico. El estilo que confiere a su guitarra es inconfundible y eso es algo difícil de conseguir. Por eso, cuando escuchamos su particular rasgueo a las seis cuerdas sabemos perfectamente que se trata de uno de los argentinos más queridos en nuestro país.
Ariel Rot presentaba el pasado sábado en Las Armas su último gran disco: “La Manada”. Había muchas ganas de verle de nuevo por Zaragoza, donde tiene un público fiel que ha sabido valorar cada una de las etapas en la vida musical de este artista imprescindible. “La Manada” es un disco brillante y el paso de su gira por la ciudad con una banda de lujo (las últimas veces que le habíamos visto por aquí había sido con la única compañía de sus guitarras y su piano) no iba a ser menos.
La noche arrancaba como lo hace este trabajo, con la contundencia de “Una semana encerrado”. Y para dejar claro que Ariel es un músico que no se aferra al pasado fueron presentándose más canciones de su última propuesta como si de nuevos clásicos se trataran: “Se me hizo tarde muy pronto”, “Solamente adiós”, con su sorprendente solo de guitarra final, o “Broder”, dieron paso a algunos de sus temas más emblemáticos como la fantástica “Hoja de Ruta”, reivindicando el papel del músico en la carretera, o “El Mundo de Ayer”, que sorprendió con su desgarrador y emotivo final. “Dos de Corazones”, “Lo siento, Frank” y “Adiós Carnaval”, con un guiño al mismísimo Bunbury en la presentación, hicieron las delicias de todos los presentes en la sala zaragozana, que una vez más destacó por su magnífica sonoridad. Todos pudimos apreciar que Rot estaba siendo comedido en las formas pero preciso en la ejecución. Una vez más se mostraba como un perfecto ejemplo del buen hacer, como alguien que ama su trabajo y sabe dar lo mejor a su público. Pero no todo podía ser perfecto. En uno de los temas más íntimos de la noche, “En el borde de la orilla”, las conversaciones de algunos de los allí presentes ensombrecieron la magia del momento y el propio Ariel tuvo que pedir silencio. La verdad es que yo no alcanzo a comprenderlo. Está bien que los conciertos sean una excusa para juntarse con amigos y disfrutar de un buen rato, pero no nos olvidemos de esto: a los conciertos se va a escuchar. Dejemos las charlas para las cervezas de después, por favor. Y esto mismo quiso decir Ariel al comentar que si era para eso podían ahorrarse la entrada. Claro, conciso y una vez más acertado.
Dejando atrás este lapsus, el concierto prosiguió con potencia regalando el clásico “Bruma en la Castellana”, con el que quiso acordarse de su coautor Moris, y la desenfrenada “Espero que me disculpen”, que se convertirá más pronto que tarde en otra de las imprescindibles en sus repertorios. “Vicios Caros” sonó una vez más sublime (tengo que reconocer que es de mis favoritas de su repertorio), combinando a la perfección sensualidad y crudeza. Y seguidamente atacó fuera de guión la emblemática “Confesiones de un comedor de Pizza”, con la que volvió a hacer malabares instrumentales y en la que Candy Caramelo también nos regaló un tremendo solo con el bajo.
El concierto iba llegando a su fin y como ocurre en “La Manada”, los primeros acordes de “Me voy de viaje” así lo presagiaban. Una canción que a pesar de su temática se convirtió en una fiesta gracias a sus coros desenfadados de los que participó todo el público. Y con toda la sala en el bolsillo Ariel juega bien sus cartas y comienza un “Rock and Roll en la Plaza del Pueblo” con aires blues que se transforma en rock acelerado y rinde así homenaje a sus compañeros de filas en Tequila, de los que también interpretó “Necesito un Trago”. La primera despedida vuelve a vestirse de homenaje, en este caso a Los Rodríguez. “Me estás atrapando otra vez” suena al clásico que es. Una de las canciones más conmovedoras del rock en castellano. Una joya que jamás nos cansamos de escuchar. Con esta maravilla retumbando en nuestros oídos la banda se despide brevemente para retornar con otro de los clásicos del argentino, esta vez con forma de milonga. Una intro sosegada que nos lleva irremediablemente a la “Milonga del Marinero y el Capitán”, uno de los emblemas musicales que Rot regaló a Los Rodríguez, y que los seguidores de Ariel hace tiempo que lo sentimos totalmente familiar en la voz de su creador. La fiesta termina con “Baile de Ilusiones”, un tema siempre acertado que descarga vitalidad y deja con ganas de más.
Las dos horas de show han pasado muy rápido y la contundencia de Ariel Rot, con su inseparable y desgastada telecaster, ha sido una vez más infalible. Esta vez no se ha perdido en momentos más acústicos. Tampoco se ha acercado al piano como hiciera en su anterior disco más íntimo “La Huesuda”, al que no se asoma como reivindicando que ahora está en un momento claramente más eléctrico. Además, hacía tiempo que no tenía una banda clásica de rock tan potente y precisa como ésta: con Mauro Mietta a los teclados con un aire muy cercano a Ronnie Wood en las formas, Toni Jurado a la batería, que nos regala su particular sentido del ritmo allí donde se enrola, además de poseer ese entrañable aire rocker, y con el carismático Candy Caramelo, que ha pisado todo tipo de escenarios y que sabe que su lugar al lado de Rot es para disfrutarlo de principio a fin y para mostrarle en agradecimiento su mejor versión.
Ariel Rot ha soltado a su particular “manada” y ha vuelto a demostrar que su forma de entender la música es necesaria. No podemos olvidarnos de este icono al que ya no se le puede decir que tenga cara de niño (sus gafas y desgaste le delatan), pero que sabe embelesarnos al ritmo de sus estupendas canciones. Como él mismo dijo antes de acabar la noche: “traigan a sus hijos a mis conciertos”. Efectivamente ellos tienen que saber lo que es el rock de verdad y no dejar que se nos olvide. Gracias maestro.