Por: Javier Capapé
Hace ya un par de semanas que el último documental sobre The Beatles abandonaba las carteleras de los cines de medio mundo. Un documental dirigido por Ron Howard que tan sólo pudo verse en pantalla grande del 15 al 22 de septiembre de este 2016. Una estrategia fácil pensada para mejorar las cifras de ventas cuando se lance posteriormente en DVD. Sea cual sea el motivo por el que la película sólo ha estado en cartel una semana lo que ha conseguido es que miles de fans acudamos a verla a nuestro cine más cercano, tal vez pensando que lo que nos iba a ofrecer era algo que no podía esperar para ser visto hasta su posterior comercialización, pero nada más lejos de la realidad.
“Eight Days A Week: The Touring Years” no cuenta nada nuevo. Al menos nada que no sepamos ya sus incondicionales, pero no por eso es un mal documental. Sabe combinar perfectamente imágenes de archivo disfrutadas por todos en ocasiones anteriores con nuevas declaraciones que permanecían “inéditas” o tomas en directo de algunos shows o presentaciones televisivas con imagen restaurada y calidad indiscutible. Pero cierto es que aquel que en su día se empapase de las horas y horas de metraje de los documentales que acompañaban a los míticos volúmenes de su “Anthology” a mediados de los noventa no encontrará en esta hora y media nada que le haga revolverse de emoción en su asiento. Tal vez pueda entusiasmarse de nuevo viendo interpretaciones frescas y descaradas de sus primeros tiempos, tal vez se enternezca viendo declaraciones de un grupo de amigos que parecía que estaban “unidos para siempre”, tal vez se le escape alguna lágrima al revivir su última presentación en directo en la azotea de las oficinas de Apple en 1969 o incluso sienta rabia cuando vuelva a observar cómo se mascaba el desplome del coloso mientras grababan el documental “Let It Be”, pero a parte de esto, de servir de vehículo para revivir emociones encontradas, quizá el espectador pueda sentirse decepcionado por no encontrar ningún “caramelo” ni sorpresa oculta a pesar de lo que se nos pudiera hacer creer antes de su lanzamiento en las campañas de promoción de la cinta: “The band you know, the story you don’t”. Precisamente el subtítulo que rezaban sus carteles promocionales no puede estar más equivocado. Conocemos cada uno de los pasos de los "fab four" que aparecen en el documental y sí, nos hubiera gustado encontrar algo que no conociéramos.
A pesar de todo esto el documental también contiene momentos más que interesantes. Se vislumbra mejor que nunca la unión y sincera camaradería de los cuatro en sus primeros años, como el humor permitió que resistieran la presión y ataques de la prensa, como comenzaron a preocuparse por perder el rumbo o la credibilidad si sus directos no servían para apreciar su música y como eran unos profesionales en el estudio, trabajadores incansables buscando siempre lo mejor en sus grabaciones. También es interesante ver como la actividad que exigían los años sesenta para una estrella de la música no se limitaba exclusivamente a eso sino también a realizar miles de entrevistas e incluso películas, como hicieran The Beatles. De esta forma podemos ver como lo que empezó siendo algo entretenido en el caso de la experiencia con el rodaje de “A Hard Day’s Night” terminó como algo mecánico y de lo que los cuatro de Liverpool acabaron hastiados como pasó con su segunda película “Help!”.
Otro elemento a destacar de la película son sus entrevistas, no tanto con los miembros del cuarteto (de los que se incluyen imágenes de archivo de Lennon y Harrison y entrevistas actuales de McCartney y Ringo Starr) sino las que se realizan a seguidores de la banda como Whoopi Goldberg, que revive con emoción la vez que pudo verles en directo, o Elvis Costello, que argumenta su pasión por el cuarteto en momentos clave como la gestación de uno de sus discos más representativos: “Revolver”. Precisamente de este disco se habla con mayor profundidad que de otros ya que fue el último que presentaron en directo, cuando ya ninguno de los protagonistas se creía la rutina de las giras y optaron por la que reiteradamente se dice que fue su gran pasión: grabar en estudio. Y es que es aquí donde Ringo, Paul, George y John brillaban de verdad, donde consiguieron no sólo dar rienda suelta a la experimentación para inventarse todas las vertientes del pop-rock actual sino donde trabajaban libremente, dando lo mejor de sí mismos, como si los estudios 1 y 2 de Abbey Road fueran su hábitat natural. Así queda reflejada con mimo la gestación de temas trascendentales en la música del siglo veinte como “Tomorrow Never Knows”, “Help!” o “Lucy in the Sky with Diamonds”.
Se agradece la aparición de rótulos que indican las semanas que permanecieron en las listas de éxitos todos sus álbumes (y eso que no hacen referencia a sus singles, todavía más exitosos), cifras inimaginables para ningún otro artista y mucho menos a día de hoy. Hay que destacar también por lo curioso de los documentos algunos momentos casi imposibles como ese público enteramente masculino entonando al unísono “She Loves You” antes de que The Beatles salgan al escenario de Manchester (¿será un montaje de la época?) o el episodio en el que el público blanco y afroamericano se mezcló de forma pacífica en Florida por exigencias del propio grupo para asistir a un concierto en Jacksonville.
Insisto, no hay nada nuevo para aquellos que somos seguidores del cuarteto más allá de poder revivir una vez más escenas de sus años más alocados de conciertos y actividad frenética entre disco y disco, pero sí podremos disfrutar de imágenes conmovedoras, interpretaciones con una calidad de sonido e imagen como nunca antes habíamos visto con los de Liverpool e incluso momentos que nos provocarán un nudo en la garganta por ver el sufrimiento del grupo que luchaba contracorriente al no apostar por más presentaciones en directo ante el gran público. Podremos corroborar como con The Beatles se asistió al inicio de los “grandes conciertos” en estadios, para lo que tuvo mucha culpa su tour norteamericano de 1965 (interesante ver cómo explican la preparación de la gira y el personal con el que contaban en la misma). Precisamente de esta gira y de su famoso concierto en el Shea Stadium de Nueva York se recogen imágenes restauradas y muy mejoradas para deleite de todos aquellos que conocíamos el mítico concierto y que harán las delicias de aquellos que no lo conozcan, aunque dudo que haya muchos de estos.
Precisamente el verdadero motivo por el que merece la pena ver este documental y por el que Ron Howard habrá demostrado hacer algo coherente con él es porque constata de una forma humilde y sincera como debido a sus maratonianas giras, Paul McCartney, John Lennon, George Harrison y Ringo Starr pudieron abandonar algo que no les permitía estar cómodos ni ser fieles a lo que ellos sentían, para dedicarse enteramente al trabajo en estudio, que en definitiva es lo que mejor sabían hacer los cuatro amigos. Sus discos oficiales junto a sus numerosos singles y otras grabaciones de diversa índole les situaron como lo que verdaderamente son: el grupo de pop-rock más grande del siglo veinte, aquellos que inventaron todo lo que había de depararnos la música de la segunda mitad de ese siglo, aquellos a los que les encantaba regalarnos las mejores canciones que pudieran llegar a nuestros oídos, esas que son inmortales, que unen generaciones, que arrancan una sonrisa siempre que escuchamos un acorde, algo de lo que sólo estos cuatro músicos pudieron presumir. Y si para conseguir esto había que dejar a un lado las giras… bienvenido sea. Esta es, en definitiva, la historia que nos quiere contar esta película, el motivo por el que se nos presenta: más que un canto a la música en directo, que podría parecer el verdadero leit motiv del documental, es una defensa a la creación de este universo sonoro en el estudio, el verdadero hogar de The Beatles.