Por: J.J. Caballero
Cuando escuchas un disco que ya viene con la etiqueta virtual de “sonido garage” puedes pensar varias cosas. Primera, que lo que incluye ya lo has escuchado cientos de veces y no crees que pueda sorprenderte demasiado; segunda, que a una banda que tiene referentes como los de The Parrots siempre hay que darle una oportunidad; y tercera, que la psicodelia sigue siendo algo realmente confuso y seductor. Al término del viaje sonoro concluyes que efectivamente hay un poco de todo lo que pensaste al principio, y te alegras de incluir un disco como "Los niños sin miedo" en tu discoteca reciente.
Los madrileños son mucho más solicitados fuera que dentro de España, no olvidemos que fueron una de las sensaciones del último South By South West y han girado en repetidas ocasiones por Europa siendo incluidos en carteles de cierto prestigio. La evolución y afianzamiento de su sonido son patentes en la producción del álbum, a cargo de un Paco Loco que cada vez resulta más imprescindible en el definitivo rodaje de bandas incipientes (y no tanto), y a los acordes clásicos de temas como "Let’s do it again" o "E. A. Presley" –sí, el título habla de quien todos sospechamos- se suman los aires americanos de "Too high to die", inundando otros pasajes de tonos alucinógenos y más desenfadados, caso de "The road that brings you home" y su aire de Iggy Pop, sin que ello signifique que los Stooges fuesen un grupo psicodélico. Por la actitud, en cambio, sí que podríamos hablar de la incursión en terrenos glam –Marc Bolan, no lo niegan, es uno de sus grandes iconos-, aunque sin ínfulas de trascender el terreno de lo amateur. Por eso Diego García, el cantante, sigue desafinando y gritando a placer sin importarle ceder protagonismo al bajista Álex de Lucas en un corte con estribillo en español: "No me gustas, te quiero", impregnado de la sofisticación de la Velvet Underground. No, no es ninguna exageración si se apura la escucha en el contexto adecuado.
Las drogas, el sexo, la diversión y la apología de la embriaguez, aparte de ser temas recurrentes en cualquier banda de rock que se precie en algún momento de serlo, los llevan a construir un discurso homogéneo centrado en unos ritmos concretos y una forma de hacer casi inconfundible. Sus homenajes culturales a la época que los vio nacer como músicos oscilan entre los fondos de pantalla de "Windows 98" (energía psychobilly sin domesticar), la inocencia de fantasmas como "Casper" o las neuronas perturbadas de "Jamie Gumb", la verdadera mente enferma detrás del bozal de Hannibal Lecter, explicada con las guitarras más distorsionadas del álbum. Un todo incluido al mínimo coste posible, el que supone hacer canciones directas, mucho más trabajadas de lo que aparentan y el continuo peregrinaje al altar en el que muchos seguimos rezando a 13th Floor Elevators o The Electric Prunes. Ya se sabe, la fe mueve montañas, y también hace girar discos muy valiosos.