Teatre Tívoli, Barcelona, lunes, 10 de octubre de 2016
Texto y fotografías: María Solano Conde
Una adaptación de “Yerma” impidió a Manel tocar en el Teatre Tívoli de Barcelona hace un par de años. Guillem Gisbert recordaba con su característico humor catalán que el decorado incluía hasta un pequeño río. Pese a su versatilidad, imaginamos que no les resultaría del todo sencillo presentar sus canciones en medio del arroyo en el que las seis lavanderas de la obra de García Lorca pasaban la mañana cantando y chismorreando. Aparte del peligro que correrían los instrumentos, claro.
Sin embargo, Manel pudo sacarse esa espinita por partida doble. Tras agotar casi a la velocidad de la luz las entradas para el 11 de octubre, apostaron por una segunda fecha el día antes. Y la jugada les salió fantástica.
Las colas de gente que a las nueve en punto de la noche aún esperaba para entrar al recinto o se demoraba en el puesto de merchandising (y en el bar) hicieron que el trémulo comienzo de “Les cosines” sonase veinte minutos más tarde de lo previsto, pero qué duda cabe de que la espera valió la pena. Así, fueron desgranando poco a poco un repertorio que estaba monopolizado por el flamante “Jo competeixo” (2016) y “Atletes, baixin de l’escenari” (2013), sus últimos trabajos. Algo antes del ecuador de la noche llegó “Boomerang”, la primera concesión a “10 milles per veure una bona armadura” (2011), que el público aprovechó para levantarse y bailar. Y con ella llegaron también las lágrimas de emoción de los asistentes más sensibles.
Tras “Benvolgut”, los cuatro músicos abandonaron sus instrumentos para los pertinentes agradecimientos y un amago de despedida. Mientras, el respetable se dejaba la voz pidiendo un poco más. Ya se sabe que mientras unos capitulan y otros disimulan, ellos compiten. Y eso hicieron, apenas unos minutos después de su retirada, con “La bola de cristall” y la aludida “Jo competeixo” (“la del rap”, como la llama un colega).
Este primer bis seguía sin ser suficiente para los asistentes, que se desgañitaban al grito de “que ve l’Amor!”. Y el amor y la magia, efectivamente, llegaron de la mano de “Teresa Rampell”, que de nuevo puso a todo el mundo en pie, para acabar el espectáculo con “Sabotatge”. Ahora sí, cae el telón del Tívoli; aunque parte del público, móvil en mano, aprovecha el encendido de las luces y los decorados de principios del siglo XX para los selfies de turno. En el fondo, una bonita forma de no relegar al olvido la belleza de aquella noche.