Por: Kepa Arbizu
El desarrollo musical que ha seguido Luke Winslow-King a lo largo de su, hasta ahora, corta trayectoria ha sido bastante evidente, que no estridente. En sus inicios se situó en un ambiente cercano a un jazz-swing tradicional y delicado para ir cediendo paulatinamente presencia a unas representaciones más eléctricas y, por usar un término genérico, rockeras. Elementos que sin embargo siempre han sido integrados bajo esa identidad propia marcada por una destacada elegancia para abordar cualquier género por parte del compositor de Nueva Orleans. En este nuevo trabajo, “I'm Glad Trouble Don't Last Always”, asistimos al salto más llamativo dentro de ese continuo evolutivo, observando como adopta definitivamente el sonido blues, materializado bajo maneras muy diversas, como elemento vertebrador.
Si bien este álbum, como ya ha quedado explicado, se integra dentro de un camino lógico, hay en él una particularidad que le hace especial a la hora de entender la forma que toma definitivamente. Se trata de la salida del grupo, y por extensión de la condición de pareja del cantante, de Esther Rose, ejecutora de, entre otros cosas, deliciosos coros con capacidad para dotar de una especial dulzura al sonido global de la banda. El desarrollo de esa separación supone el germen del tono que desprenden estas canciones, que acaban estando “dedicadas” al poder creativo exhalado por ese sufrimiento. Resulta lógico entender por lo tanto que el género predominante elegido sea aquel que desde su creación glosa los sinsabores del ser humano.
El trabajo según se va desenvolviendo nos va a ir descubriendo, junto a todo un abanico de expresiones relacionados con los males de amores, las variables con las que Luke Winslow-King, apoyado por la soberbia guitarra de Roberto Luti, primordial a lo largo del álbum, se acerca al blues, resolviendo con sobresaliente esa determinación por llevar a su terreno planteamientos clásicos. Las representaciones más eléctricas, y por lo tanto aquellas más crudas y rugosas, se encuentran en temas como el homónimo, de musculosa base rítmica a lo North Mississippi Allstars, o la pantanosa, a medio camino entre Slim Harpo y Hound Dog Taylor, “Lousiana Blues”. Más curiosas, por aquello comentado de trastocar las convenciones, resultan “Esther Please”, de la que no hay que hacer mucho comentario respecto a su título, o “Act Like You Love Me”, transformadas a su antojo jugando con cadencias y ritmos.
Esencial en el resultado global del disco se manifiesta la incorporación de una tonalidad más romántica, más íntima, y que aparece muy ligada a una sonoridad cercana al soul. En ese ámbito resplandecen esos destellos a The Band que encontramos en “Oh My Way” o “Watch Me Go”, donde reluce el papel de los teclados. Menos majestuosa en su sentimentalismo pero también con fuerza emocional se presenta “Heartsick Blues”, en este caso marcada por las influencias del folk y un destacado manejo del violín. “No More Crying Today”, elegida, no parece que aleatoriamente dado su título, para cerrar el álbum, muestra una vena más "pop" y/o pulcra, lo que le puede unir con la manera de entender el género por parte de Robert Cray en ocasiones.
Habrá, con cierta parte de razón, quien eche en falta esa musicalidad más retro y delicada en este contemporáneo Luke Winslow-King, pero su trayectoria claramente ha apostado por, manteniendo sus cualidades y signos identificativos, dejar fluir todas sus influencias relativas al imaginario americano. En ese sentido, y a pesar de estar ante un disco netamente blues, también es el más heterogéneo, ya que su concepción del estilo aparece marcada por todo tipo de matices. No se trata por lo tanto ya de que estemos ante un excelente trabajo, que bastante es, sino de que tenemos delante a un músico con una trayectoria excelente y rotundamente personal.