Kafe Antzokia, Bilbao. Sábado, 17 de septiembre del 2016
Por: Kepa Arbizu
Una cierta dosis de incertidumbre casi siempre resulta un elemento atractivo a la hora de afrontar lo que nos puede deparar un concierto. En el caso de Daniel Romano ese sentimiento no viene propiciado por el desconocimiento acerca de su propuesta, sino por la decisión adoptada en su último trabajo, "Mosey", por salirse, o mejor dicho la ampliación, de su hasta ahora visión clásica del country. En esta última grabación nos ha sorprendido con un sonido más barroco y trufado de diversos géneros (pop, chanson, psicodelia...). A pesar de haber visto recientemente al canadiense en el Azkena Rock derrochando actitud eléctrica, la particularidad que encierra siempre el formato festival seguía dejando en suspense la manera en que plasmaría sobre las tablas su nuevo “aspecto”.
La formación elegida para su actuación el sábado en el Kafe Antzokia bilbaíno, un quinteto que incluía guitarras (steel, acústica y eléctrica), batería y bajo, era una pista lo suficientemente elocuente como para, ahora sí, intuir que la postura adoptada iba a ser contundentemente rockera, como a la postre así sucedería. Por si merodeaba todavía alguna duda al respecto, un inicio con "Valerie Leon", una de las canciones de su reciente disco (al que no prestó una especial atención) en la que con más rotundidad se visualiza ese nuevo registro, aquí sonó concisa y directa aunque sin abandonar ese tono entre naive y vintage que tiene originalmente.
El detalle de que un Daniel Romano con aspecto "formal" se presentara flanqueado por una banda en la que cada integrante parecía asumir una representación del arquetipo de músico norteamericano, se puede extrapolar como la escenificación de que si bien es cierto que en su música es imposible opacar los latidos de intérpretes míticos como Hank Williams o Gram Parsons, su contexto se ha expandido de manera evidente, a base de en buena medida a la (alta) influencia, cuanto menos por lo visto en directo, de Dylan. Todo eso se representa en que su estilo indudablemente americano derrocha intensidad y emoción, como demostrará rápidamente con "I Had To Hide Your Poem In a Song", "Hunger Is a Dream You Die In" o con otros matices en la intima y sentida "I’m Alone Now". En el melancólico honky-tonk, reconvertido en airado y fiero, "Strange Faces", asistimos a una curiosa forma de acabar el tema, ya que tras algo similar al juego de la sillas todos intercambiaron sus instrumentos. Un momento anecdótico pero que, con intención o sin ella, marcó el despegue definitivo del concierto hacia su aspecto más sublime.
Tras un breve impás con adelgazamiento de la banda incluido para sonar más acústicos e íntimos, llegó el momento de subir definitivamente la tensión de la actuación, sobre todo propiciado tras acumular temas tan brillantes como "(Gone Is) But A Quarry of Stone", soberbia en su crudeza con un Romano desgañitado; la emotiva "You’d Think I’d Think", de nuevo tirando de raíces; la agresividad de la escalofriante "Dead Medium" y la finalización de este selecto compendio de temas con "Runner", intrigante, oscura y rotunda canción que parece representar una adaptación de los sonidos de los Apalaches Para despedir la noche optó por buscar el contraste y se decidió a interpretar su lado más delicado y romántico. En él pudimos disfrutar también de la manifestación más clara de los hasta ahora atinados y delicados coros ejercidos por Kay Berkel, magistral contrapunto en la preciosa "A New Love (Can Be Found)" o en el medio tiempo "I’ Gonna Teach You", dos composiciones por las que se filtraron evidentes aromas country.
La actuación de Daniel Romano fue breve, poco más de una hora, y sobria, casi ninguna palabra más allá de los rutinarios agradecimientos, pero de un contenido soberbio. Una concisión, ayudada por una sala pequeña que recogía de forma efectiva ese ambiente, que estuvo impregnada tanto de fuerza como de sensibilidad. Toda una demostración de que cada vez el canadiense, al margen de sus diferentes transformaciones, procesa su genialidad de una manera más personal y emocionante, todo bajo un contexto claramente marcado por el (country) rock. Quien haya tenido la suerte de vivirlo lo almacenará en su interior, el que no, debería de remediarlo en cuanto surja la oportunidad.
La actuación de Daniel Romano fue breve, poco más de una hora, y sobria, casi ninguna palabra más allá de los rutinarios agradecimientos, pero de un contenido soberbio. Una concisión, ayudada por una sala pequeña que recogía de forma efectiva ese ambiente, que estuvo impregnada tanto de fuerza como de sensibilidad. Toda una demostración de que cada vez el canadiense, al margen de sus diferentes transformaciones, procesa su genialidad de una manera más personal y emocionante, todo bajo un contexto claramente marcado por el (country) rock. Quien haya tenido la suerte de vivirlo lo almacenará en su interior, el que no, debería de remediarlo en cuanto surja la oportunidad.