Por: J.J. Caballero
La parte menos visible de la hermandad Robinson, que comandó a los Black Crowes durante más de veinticinco años y que parece haber entrado en otra de sus habituales fases de stand by, ya ha grabado cuatro discos nada desdeñables y poco celebrados para los méritos que atesoran. Como guitarrista ha dado muestras sobradas de habilidad y conocimiento, quizá demasiado circunscrito al campo del southern rock en el que sigue impartiendo clases, y como cantante parece encontrar su sitio definitivamente en este "Flux", puede que su álbum más completo hasta la fecha, o al menos en el que demuestra más claramente que es en sus seis cuerdas donde reside la verdadera esencia del sonido de su banda de toda la vida.
Tras girar con la más reciente formación de Bad Company, vuelve al redil con una nueva colección de canciones con la marca habitual, para no despistar demasiado al oyente, elaborando los arreglos de guitarra con la misma precisión y acompañándose de otros expertos en la materia, como es el caso de Charlie Starr (Blackberry Smoke), que le echa una mano en los punteos de "Music that will lift me", un tema que sabe a rock sureño tradicional y que podría servir de compendio general del sonido no solo de este disco, sino del propio autor. Sucede lo mismo con "The upstairs land" y "Shipwreck", dos buenos medios tiempos prácticamente confundibles con cualquier otro facturado por los Cuervos Negros. Es ahí donde se podría encontrar el punto de reproche a un trabajo quizás demasiado correcto, en la excesiva inclinación por recrear lugares y ambientes donde ya ha estado durante demasiado tiempo. Dentro de ello, sin embargo, encuentra espacios para oxigenarse en el bonito piano de "Everything’s alright" y el potente rock setentero de "Eclipse the night", aliviando un camino trillado en aires progresivos y algo más folkies, que son los que le proporciona una gran canción titulada "Life". Vida nueva para un traje antiguo que aún no huele a naftalina.
Las ideas preconcebidas funcionan a medias con cualquier disco de Rich Robinson, y así nos podemos encontrar con saludos sonoros a Rush como concepto de rock americano tradicional ("Ides of nowhere"), sonrisas de medio lado a Tom Petty y su eterno corazón de blues ("Time to leave"), gestos funky algo más inesperados como los harían unos bien educados Led Zeppelin ("Which way your wind blows") y giros de timón no demasiado bruscos hacia los dominios de los Allman Brothers ("Astral"). Todo, en general, con un tono algo más oscuro del utilizado hasta ahora, y con la conciencia bien tranquila por no apartarse demasiado del guión establecido. En esta ocasión el bueno de Rich ha conseguido un pellizco de emoción extra, sobre todo con canciones preciosas como "For to give", pero sabe perfectamente a lo que se dedica y cómo hacerlo con la mayor efectividad. Los que lo escuchamos también lo sabemos, de ahí que solo le pidamos que siga haciéndolo así de bien.