Por: J.J. Caballero
La "Nueva dimensión vital" de Corizonas, la banda fusión de dos planetas sonoros distantes pero complementarios (Los Coronas, rock instrumental con toques fronterizos, y Arizona Baby, country-rock de graduación pop), cobra una nueva ídem con un sonido mucho más accesible y directo, si entendemos por ello unas letras mucho más claras en intención y connotaciones sociales y unos arreglos y producción que los incorporan definitivamente al mainstream hispano, sin que ello sea sinónimo de pérdida de calidad ni brillantez compositiva. Más bien sucede al contrario si repasamos las canciones que componen este nuevo álbum, y las razones son varias y variadas.
Llama la atención por encima de cualquier otra característica la explosión de guitarras que domina la mayor parte del disco, una de las especialidades de la entente grupal que mejor domina la fusión con vientos y cuerdas de procedencia latina, así como los aires orquestales de cortes como "Vivir y no pensar". No es tan fácil incluir chelos, theremines, fliscornos y steel-guitars (preciosa la de Jairo, Depedro para la mayoría) en las dosis justas para no perjudicar el talante de algunas canciones, y ellos lo hacen con pericia y excelentes resultados. Al respecto, es destacable el intento de mejicanizar a Tom Waits en una especie de corrido titulado "Para qué", una de esas canciones de hoguera sin grandes alardes técnicos que impactan por su sencillez y sonoridad. Es el lado vintage de un trabajo completísimo que se inicia con el mítico discurso de Charles Chaplin en “El gran dictador”, anunciando que a lo largo del disco hay más de una arenga camuflada. Aparte del citado fantástico arranque de "La cuerda que nos dan", se escoran hacia una cierta oscuridad e intentan navegar en varias direcciones con un mismo norte. Por ejemplo, en el tema que titula el álbum suena tremenda la trompeta de Yehven, y a la vez nos mueven sin ser conscientes en la escucha de algún punto perdido entre la frontera tejana a cualquier capital californiana en la que floreciese la psicodelia durante los sesenta. Aparte de que son capaces de firmar un perfecto himno power pop titulado "Todo va bien" con las mínimas armas disponibles para convertirlo en eso precisamente, un hitazo en toda regla.
Corizonas están en un punto en el que se deberían atrever a todo, incluso a hablar de la propia geografía en clave irónica, como hace Javier ‘El Meister’ Vielba (gran disco en solitario el suyo) en "Místicos en éxtasis" o caminar por terrenos contradictorios entre el pop sintetizado y el post-punk, que son los que transitan en "Trabalenguas", sin que nadie adivine por dónde les puede venir la siguiente inspiración. Es en un tema como "Las paredes bailan", sin ir más lejos, donde se intuye que estos músicos entienden su oficio como el arte de divertirse por encima de todo, y componen una melodía de jazz bailable que explica gran parte de sus influencias. Como las que vienen del pop clásico, el de toda la vida, que parece sencillo de tocar pero que no está al alcance de tantos, algo plenamente demostrable en "Yo quiero ser yo", otra referencia a las bandas que surgieron en España hace cincuenta años y que de no ser por lo que todos sabemos podrían haberse convertido en clásicos incluso para grupos foráneos a menudo de menor talento. Aunque a decir verdad, teniendo ya aquí algunos como Corizonas, no necesitamos mucho más. Están en la dimensión precisa, y seguramente pasarán a la siguiente sin demasiadas dificultades para ser escuchados y entendidos como merecen.