Por: Javier Capapé
(2011-2014)
Tras “Viva la Vida” no hubo parón para el cuarteto inglés, más bien llegó el derroche de energía, la explosión multicolor. La revolución romántica de Delacroix se transformó en el art pop de vanguardia. La portada y el concepto artístico grupal se tiñó de graffitis y llegó “Mylo Xyloto”, un título impronunciable desprovisto de significado donde todo era posible. En “Mylo Xyloto” se combinaban todo tipo de sonidos, texturas y colores. Un cajón desastre, un cóctel sin complejos, un maremagnum musical bajo el concepto o la premisa del “todo vale” (siempre que se le pueda aplicar una capa de spray). “Mylo Xyloto” es ya puramente un álbum pop, aunque también se rescatan joyas de gran calidad, algunas de ellas ya clásicos de la banda. Eso sí, también hay temas muy prescindibles, casi rozando la parodia. Un contraste total entre canciones vibrantes y delicadas pero con un nivel nada desdeñable y otras que parecen sacadas de un disco menor, con demasiado bombo, pero poca “chicha”. “Hurst like Heaven” engancha, “Charlie Brown” nos desborda con su optimismo, “Us against the world” emociona y “Don’t let it break your Heart” nos muestra como el pop vitalista pero exquisito puede llevar muy lejos a la banda. Sin embargo fueron otros los temas que usaron como singles bastante menos afortunados, ya que su calidad era bastante cuestionable. Me refiero a “Every Teardrop is a Waterfall” (demasiada fanfarria que dice poco y suena manida), “Paradise” (desaprovechadas estrofas enturbiadas por un estribillo facilón) o “Princess Of China” (¿no debería haber estado esta canción mejor en un disco de R&B?). Aún con todo esto el disco tiene momentos que asumen ciertos riesgos como ocurre con las serenas “Up in flames” (aquí sí que saben aprovechar la contundencia de las cajas de ritmos que no abandonarían para sus siguientes trabajos) o “Up with the birds”, un ejercicio de estilo que cierra con delicadeza un álbum desbordante de color, como diciendo: “seguimos siendo aquellos tipos serios que saben hacer temas profundos como antaño”.
“Mylo Xyloto” fue seguido de una gira por todo lo alto con estadios llenos y alegría desbordante en cada concierto. Un derroche de optimismo y vitalidad, pero donde empezaban a echarse de menos algunos temas dominados por las seis cuerdas. A pesar de todo, los conciertos contaron con una buena combinación de bases enlatadas y músicos tocando en directo, que al fin y al cabo es lo que se espera de un concierto más allá del espectáculo ofrecido. Los temas de “Mylo Xyloto” sobresalían de entre todos los demás como queriendo reafirmar que el grupo estaba en un momento muy optimista y querían ofrecer su cara más alegre, despojarse de ese halo de seriedad y profundidad que les había acompañado y apostar por un cambio más luminoso, tal y como comentan en el documental que acompañaba al disco en directo “Live 2012” que reflejaba aquella gira mastodóntica.
Pero a la luz le siguió la oscuridad. El ascenso seguido de la caída materializada en la ruptura sentimental de Chris Martin con la que había sido su mujer los últimos diez años. Esta ruptura marcó un proceso creativo que volvió a los tonos más fríos, a la reflexión calmada y a la asunción de la dureza de los cambios. Coldplay volvían a vestirse de azules y a ofrecer la versión más seria de sí mismos. Desaparecían los grafittis y daban paso a un espíritu en lo musical y en lo estético que recordaba a sus primeros discos. Así nacía “Ghost Stories”, un disco sereno y reflexivo, y a la vez dulce y delicado. Contenía canciones en apariencia sencillas, pero muchas de ellas con una base muy elaborada que actualizaba su sonido acústico del principio con una base programada, apoyando la mayoría de los temas en una sutil caja de ritmos. La apertura con “Always in my Head” no podía ser más clara: una despedida y a la vez un agradecimiento por todo lo vivido. Ese era el tono del disco, el fantasma de la ruptura merodeaba continuamente, pero se intentaban exorcizar esos fantasmas y transformarlos en algo de lo que aprender. “Magic”, con esas reminiscencias a Sting en la forma de cantar, o la belleza semi acústica de “Ink” ponían los pelos de punta. En un tono sereno se mantenía “True Love” hasta llegar a la gran sorpresa del disco. Un tema que sirvió como carta de presentación y que dejó a más de uno descolocado. Era “Midnight”, una canción con una base enigmática que nos hacía desear sumergirnos en su interior. Chris Martin mutaba esta vez hacia parajes más propios de Bon Iver, con una estructura que giraba más hacia el “disco” en su parte final, pero sin perder un ápice de misterio y misticismo. Sin embargo éste no era el verdadero cambio de rumbo que algunos deseábamos para la banda. Tal vez se quedó en una experiencia puntual, pero igualmente reconfortante para todos sus seguidores que mirábamos atónitos hasta dónde podían llegar Coldplay. El disco seguía con una más prescindible “Another’s Arms” y la sencillez acústica de “Oceans”, para afrontar la recta final con el único tema enérgico del disco “A Sky Full of Stars” preludio de lo que vendría con la continuación de “Ghost Stories”. Este tema era perfectamente bailable, esperanzador y luminoso, un contrapunto necesario para la carga melancólica del conjunto global del disco. Y para terminar una especie de nana: “O”, un regalo cargado de sutileza que ponía fin a un disco muy diferente a sus entregas previas, pero cargado de gemas para todo aquel que se dejaba seducir por él.
(El presente)
Y así llegamos hasta el momento presente. Coldplay anunciaron la continuación de “Ghost Stories” en forma de contrapunto colorista a su disco más íntimo. “A Head Full of Dreams” llegaba sólo un año y medio después de “Ghost Stories” y como bien anunciaron sus protagonistas conformaba un universo totalmente opuesto a su predecesor. Volvía la luz y el color y nos contagiábamos de optimismo con su primera escucha. El disco podía remitir a “Mylo Xyloto”, pero esta vez cambiábamos los grafittis por el collage pop con reminiscencias orientales. La luz a través de un kaleidoscopio multicolor. Un auténtico caramelo pop que podría indigestar a los más puristas y que les valió numerosas críticas. El disco contenía temas mucho menos reflexivos y optaba por una bomba en la que las guitarras pasaban a un segundo plano y dominaban los sonidos emparentados con el R&B. De hecho contaban con la colaboración de Beyoncé en unos de sus temas principales y las bases pregrabadas se apoderaban de la mayor parte del álbum. Aún así, y tras disfrutar de su presentación en directo con una revisión de estos temas, admito que el disco es bastante notable y se pueden rescatar temas que se convertirán en clásicos, si no lo han hecho ya. “A Head Full of Dreams” es un canto a la vida que puede recordar a “Viva la Vida” en los coros centrales y peca de ser una imitación de sí mismos, pero al final convence seguida de una acelerada “Birds” llena de ruidismo de fondo que engancha hasta su final entrecortado. “Hymn for the Weekend” suena a himno, pero Beyoncé aleja demasiado al grupo de los patrones del rock (como la mayor parte del disco, la verdad). Le sigue un tema de factura impecable muy en el estilo de las baladas rotundas de Chris Martin. Hablo de “Everglow”, una delicada balada que supone uno de los puntos álgidos del disco y que desemboca en otro canto vitalista como es “Adventure of a Lifetime”, más bombo y platillo para botar y desbordarnos de confeti. Con “Fun” la cosa se ralentiza, pero se queda en tierra de nadie, como “Army of One”, la verdaderamente prescindible de la colección, un traspiés que vendrá seguido de un final suave a la vez que mágico: “Amazing Day” nos desborda de vida desde la perspectiva calmada que dan los años de pasos firmes, un tema que redondean con la fantástica “Up & Up”, éste sí, el himno del disco, la mejor despedida para una colección de canciones que nos deja un buen sabor de boca gracias a este regalo final.
Si a todo esto le añadimos que en directo el espectáculo está en perfecta comunión con el espíritu del disco, tenemos a buen seguro el triunfo para las masas que celebrarán la aventura de la vida y olvidarán por unas horas sus altibajos. Porque este disco y su directo te dejan con ganas de salir a gritar bien alto que, como reza a frase final del LP, “creemos en el amor” (“Believe in LOVE”): una auténtica declaración de intenciones del grupo en un momento álgido que será difícil de repetir.
Antes de empezar a desgranar sus discos adelanté que Coldplay habían llegado a una posición muy alta en el Olimpo del rock de estadio. Habían sabido transformar su propuesta hacia algo más accesible pero con la suficiente calidad como para seguir convenciendo tras una sólida carrera a las espaldas. Algunos dicen que Coldplay tienen pinta de estar despidiéndose en lo más alto, cuando han sido reconocidos por la mayoría de la corriente mainstream y parte de la más purista. La cuestión es que si Chris Martin, John Buckland, Will Champion y Guy Berryman deciden poner punto y final a su carrera habrán dejado el listón muy alto, con sus más y sus menos, pero conscientes de haber hecho un buen trabajo y haber acercado el rock a la masa más pop. Conscientes de los riesgos que con esto han asumido, perdiendo gente por el camino, pero sumando también reconocimiento y firmeza. Coldplay han sido dueños de su propio timón, han virado hacia donde ellos han considerado en cada momento, han recibido críticas y alabanzas por ello, pero ante todo han sabido crecer y vivir, contagiando a todos una energía colorista que necesita la música. Porque la música es pasión y a Coldplay eso es algo que no le falta.