Por: Kepa Arbizu
Fotografías: Lore Mentxakatorre
Como si de una premonición se tratase, la desaparición de la lluvia del paisaje vitoriano fue el anticipo de lo que iba a convertirse en una jornada pletórica. Y lo fue ya desde el principio, con la aparición de los andaluces The Milkyway Express y su sonido americano marcado sobre todo por el rugir del blues rock. La banda se mostró huracanada, con una fuerza que nos trasladaba a esas largas carreteras calurosas o a la mala vida destilada entre tugurios oscuros. Trotaron con “Hi Hi” y encolerizaron con la épica de “Hot & Dry”. Si hubiéramos tenido la suerte de disfrutar de ellos a otro horario y con mayor cantidad de público sin duda hubieran puesto patas arriba (más todavía) el recinto.
Lo de Radio Birdman iba a convertirse, hasta ese momento, en el concierto del festival. La dupla Rob Younger y Deniz Tek afilaron sus particulares características para mostrar un set en el que ese punk personal y elegante de la banda, en el que hay cabida para el garaje e incluso el sonido surfero, optó por su manifestación más eléctrica y rotunda. Bajo los imposibles movimientos, una suerte de pasos ye-yes deslavazados, de su siempre sobrio cantante, dispararon una artillería de temas que arrasaron a un público entregado, que no dudó en lanzarse al pogo o “surfear”. Desde el esbelto inicio de “Crying Sun", pasando por los estribillos poperos de “Do the Pop” o la más oscura “Alone in the Endzone”, el desarrollo de la actuación desembocó en una catarsis de himnos ampliamente coreados entre los que atronaron “New Race”, “Aloha Steve & Danno”, “Hand of Law”, “What Gives?” e incluso la versión de The Stooges “T.V. Eye”.
Sin tiempo para estabilizarse tras el apabullante espectáculo vivido, era el momento de los también australianos The Scientists. Su papel a priori para la mayoría era el de una de esas actuaciones de tránsito hacia momentos más especiales, pero los de Kim Salmon fueron poco a poco haciéndose con los espectadores que se habían acercado. Quizás sin la visceralidad de antaño, sin embargo interpretaron de manera muy notable esa desestructuración y posterior retorcimiento del blues, encajando a la perfección temas como los siempre geniales “Swampland” o “Blood Red River”, la rasposa majestuosidad de “This Is My Happy Hour”, la acelerada “We Had Love” hasta su adaptación del pop de Nancy Sinatra “You Only Live Twice”.
Y si lo hasta ahora visto en la jornada había sido sorprendentemente brillante, llegaba el tramo más emocionante y esperado para la mayoría, primero representado en la cita con la historia por medio del regreso de 091, inmersos en su gira “Maniobra de resurrección”. Y desde luego que no defraudó. Liderados bajo uno de esos frontman, José Antonio García, con una pose sobre el escenario envidiable, y la siempre solvente guitarra de Lapido, no solo retomaron con maestría sus éxitos inmortales sino que los facturaron bajo un aspecto más compacto e intenso que nunca. En esa ecuación se incluyeron desde sus composiciones más directas (“Este es nuestro tiempo” , “Zapatos de piel de caimán” , “Sigue estando Dios de nuestro lado” o un largo etcétera) como aquellas con una vena más emotiva (“Esta noche” , “La noche que la luna salió tarde”). Un éxtasis colectivo logrado por los granadinos en el que no pudieron faltar las populares “Qué fue del siglo XX” o “La vida qué mala es”.
Sin prácticamente solución de continuidad hicieron acto de aparición ante los presentes los icónicos The Who. Si este tipo de grupos siempre cuentan de antemano con ese punto favorable por su papel esencial en la música popular, todavía mucho más cuando se les siente con tantas ganas y en un estado de forma envidiable, tal y como fue el caso. Los molinillos de Pete Townshend, la manifestación más espectacular de su auténtico arte con las seis cuerdas, y la extraordinario garganta, además de sus volatines con el micro, de Roger Daltrey se expandieron ante nuestros ojos para hacer un somero repaso a uno de los repertorios más variados y geniales que ha dado el rock and roll. Eso quiere decir que atacaron la salvaje “My Generation”, emocionaron con “Behind Blues Eye”, sonaron pegadizos en “I Can See for Miles”, dieron rienda suelta al éxtasis vocal en “Love Reign O’er Me” o se postraron majestuosos por medio de “Baba O’Riley”. Genios y geniales.
Tras el auténtico terremoto emocional y musical vivido hasta ese momento era necesario despejar la mente, y una de las mejores opciones pasaba por desconectar con la pachanga-karaoke que tiene montada Marky Ramone alargando el legado de los Ramones. No esconde demasiados ni sutiles análisis lo ofrecido, cualquiera que tenga a mano un “grandes éxitos” de los de Queens acertará repertorio y podrá hacer el ejercicio de imaginar un sucedáneo de lo que en él se escucha (sí, han acertado, tocaron, para solaz de los allí reunidos, “Rockaway Beach", "I Don't Care", "Surfin' Bird" "The KKK Took My Baby Away" o "Blitzkrieg Bop").
Ya con la madrugada encima y esa sensación de nostalgia que trae consigo el final de los dos días, el turno era de Supersuckers. No es nada fácil ocupar este lugar en eventos de este tipo, y más cuando lo vivido ha tenido tanto empaque; la audiencia suele estar cansada, o similar, y puede complicarse acertar con la tecla exacta. Bajo ese ambiente algo lánguido en principio salieron al escenario los estadounidenses y curiosamente la decisión de presentarse por encima de cualquier otra cosa como un amable y divertido grupo de country-rock fue el detonante para salir triunfantes. Alejados de esa vena punk supieron aun así insertar en ese sonido de raíces andanadas directas (“Let’s Bounce”, “I Want the Drugs”) en un contexto que dejó delicias como “Must’ve Been High”.
De esta forma acababan dos jornadas que como siempre en Vitoria son sinónimo de buen rock y que centrándonos en lo ocurrido el sábado, uno de los días más emocionantes que se recuerdan por estos lares, dejó para la posteridad actuaciones de bandas míticas, ya de un amplio reconocimiento en sus respectivos ámbitos, como son The Who y 091, pero que no pueden enmascarar a otras, en este caso Radio Birdman, que pese a no contar con esas letras doradas en el imaginario colectivo ofrecieron un espectáculo atronador digno de entrar en el libro de ilustres del festival. Nos vamos, pero volveremos para corear otra vez ¡Larga vida al rock and roll!