Por: J.J. Caballero
Escuchar un disco de las características y objetivos de "Ouroboros" puede devenir en experiencia mareante o viaje sonoro introspectivo y enriquecedor. Ray Lamontagne, uno de los songwriters más interesantes de la hornada contemporánea, se vuelve a desmarcar con un trabajo prácticamente conceptual, basado en los grandes elepés de los setenta y con un carácter fundamentalmente psicodélico (entendido a su manera, eso sí) desdibujándose en cada uno de los cortes. Que son únicamente dos, divididos en las correspondientes secciones, más que nada por poner títulos a sus disquisiciones. Ahora es cuando se entienden las comparaciones, más odiosas que nunca, con el "Dark side of the moon", con el que comparte ciertos ambientes y la base de los cuadros instrumentales.
La sombra de Pink Floyd se alarga y distribuye a lo largo y ancho del minutaje de un álbum grabado de puertas adentro, en una especie de exploración interior y producción brumosa, de la que se encarga parcialmente el gran Jim James –de paso aporta a los músicos de su banda, My Morning Jacket, para que las piezas queden mucho más firmemente fijadas-. Si escuchamos "Supernova", la entrega de Lamontagne de hace un par de años, y cotejamos la información sonora allí contenida con esta reciente, los puntos de conexión y distensión acabarán siendo casi los mismos. Aquí se abunda algo más en los toques bluesy que se apuntaban allí y en "Hey, no pressure" se detenta la autoridad de Led Zeppelin en parte de la discografía del norteamericano. Es más evidente aún en la costumbre, interesante pero repetitiva, de enlazar las guitarras que incorpora en "The changing man", uno de los mejores tramos de un recorrido discursivo que mantiene la ambientación sin grandes sobresaltos ni picos que eleven el tempo de las canciones, si es que esa palabra encaja en el actual perfil de su creador.
Es el propio autor el que proporciona las indicaciones pertinentes para disfrutar de la música que contiene "Ouroboros": “lock the door, draw the shade” (elocuentes versos escritos para "In my own way") y distribuye el material caprichosa pero coherentemente en un intento por que su obra cobre el sentido que debe. Lo consigue con irregular intensidad y requiere durante quizá demasiado tiempo la paciencia del oyente, aunque a los oídos familiarizados con la delirante genialidad de Roger Waters no les resultará nada desagradable escuchar temas trabajados y brillantes como "A murmuration of starlings", mientras que a otros les atraerá mucho más volver al folk desmembrado de la primera parte de la discografía de Lamontagne, como sucede en "Homecoming", otra tormenta emocional musicada con pulcritud a la par que extrema frialdad. Como de nuevo este escritor de canciones concreta casi al final del disco, "Wouldn’t it make a lovely photograph" se pregunta si todo el asunto de la (presunta) tristeza que rodea a la mayoría de sus composiciones merece la pena si resulta ser el motor de unas postales sonoras tan magníficas. Después de todo, ¿a quién no le importa mirar dentro de uno mismo de vez en cuando y darse cuenta de que en el fondo la vida es eso? Solo hay que saber cómo contarla.