Por: Kepa Arbizu
Fotografías: Lore Mentxakatorre
Ni las largas colas de espera, ni la salas abarrotadas, ni el altísimo ritmo de ventas de entradas son elementos demasiado comunes en los conciertos de rock que conforman la agenda musical. Quique González supone en ese aspecto una gratificante excepción, porque todo lo mencionado es parte del contexto habitual que le acompaña en su visita a las diferentes ciudades. Su actuación, con doble fecha, dentro de la gira de presentación de su excelente nuevo disco “Me mata si me necesitas”, en el Kafe Anztokia bilbaíno no fue una excepción.
Fotografías: Lore Mentxakatorre
Ni las largas colas de espera, ni la salas abarrotadas, ni el altísimo ritmo de ventas de entradas son elementos demasiado comunes en los conciertos de rock que conforman la agenda musical. Quique González supone en ese aspecto una gratificante excepción, porque todo lo mencionado es parte del contexto habitual que le acompaña en su visita a las diferentes ciudades. Su actuación, con doble fecha, dentro de la gira de presentación de su excelente nuevo disco “Me mata si me necesitas”, en el Kafe Anztokia bilbaíno no fue una excepción.
Con un ambiente complaciente, en cuanto a una audiencia totalmente entregada, el músico madrileño se presentó acompañado por esos Detectives que han rodado con él en su anterior gira (“Delantera mítica”) y participado en la grabación de su último trabajo. En su formación (Edu Ortega, Pepo López, Alejandro Climent y Edu Olmedo) solo cambia la aparición de David “Chuches” en sustitución de Ricky Falkner a los teclados y la incorporación de la, mucho más que, corista Nina, de la banda Morgan. Todos ellos constituyen siete piezas que, lejos de reproducir algún atisbo de saturación sobre el escenario, se manejan perfectamente imbricadas poblando de detalles el desarrollo instrumental a la vez que alcanzando notoriedad propia cuando la situación lo requiere. Una cercanía y habitualidad en el trabajo conjunto que tiene sus réditos en una conexión total y en la construcción de un sonido robusto y compacto.
Si ya el mencionado nombre con el que se hace llamar la banda evidencia el intento por trasladar un espíritu“noir”, en directo se añaden otros ingredientes para resaltarlo todavía más. Hablamos de los referidos al aspecto decorativo, como una indumentaria y ambientación dirigida a recrear esa atmósfera de los Estados Unidos de los años treinta, pero también, y se trata de lo esencial, la búsqueda, dentro de lo posible, de un repertorio que encaje en esas premisas, ya sea en su estilo musical como en las historias que contiene. Detalles que siempre son de agradecer, sobre todo cuando se hacen con sentido como es el caso, para dotar al espectáculo de nuevas connotaciones.
El concierto se iba a estructurar a base de ráfagas, o dicho de otra forma en pequeños conjuntos de canciones diferenciados. El primero de ellos consistió en un primer acercamiento a su reciente grabación, perfecto ejemplo de esa cada vez mayor cohesión entre un Quique González más romántico e íntimo con el más rockero, hoy en día integrados en un compensado y perfecto perfil. Huellas de todo ello dejó su capacidad para pasar de ese tono nostálgico (“Se estrechan en el corazón”) a la pegada de “Sangre en el marcador” o a la desnuda “Cerdeña”. En la evocadora “Charo”, la aclamada voz de Nina tuvo su primer momento, de varios, remarcable. Transcurrida la noche llegaría otro instante para volver a su actuales composiciones, en las que se pudo disfrutar esta vez de la enérgica “Relámpago”, el toque folkie irlandés con el que carga“Ahora piensas rápido”, el repunte de los elementos “bluesy” que contiene “No es lo que habíamos hablado” y, sobre todo, la sobrecogedora “La casa de mis padres”, que supondría un primer, y nada definitivo, final de la actuación.
Acertadamente, entre ambos sets dedicados al presente hubo un buen espacio para precisamente rastrear cuál ha sido el camino que le ha traído hasta aquí y de paso incorporarlo en la idea temática que desarrollaba el concierto. Quizás por eso “Kid Chocolate” dio la sensación de sonar más pantanosa que nunca, algo que fue evidente en la pegadiza “Tenía que decírtelo”, y una canción como “Dónde está el dinero” encajaba a la perfección en el desarrollo del show bajo esas trazas afiladas y crudas. En esa mirada a episodios pasados de su carrera hubo una dedicación especial en desgranar “Salitre 48”, que cumple su decimoquinto aniversario. De aquel trabajo se paseó por el rock clásico de “Tarde de perros”, contagió con el dinamismo que alcanza en momentos “Crece la hierba” y a la hora de emocionar se flanqueó únicamente del violín de Edu Ortega en “En el disparadero” al que se añadiría Nina para interpretar “De haberlo sabido”.
La recta final de la actuación, dedicada a los bises, supuso también una parte diferenciada y con entidad propia dentro del concierto, mucho más allá del habitual regalo de varios temas y saludos varios que suele suponer este momento. En este extracto aglutinó unas cuantas canciones que buscaban directamente conmover al público, para lo que cargó la munición con “Pequeño rock and roll”, “Su día libre”, “Kamikazes enamorados”, “Clase media” o la que supuso el colofón, la particular ranchera “Dallas-Memphis”.
Con su último disco, “Me mata si me necesitas”, Quique González había demostrado que vivía su mejor momento compositivo y creativo, logrando aunar de manera compacta y compensada los rasgos que su música trasmite. Un desarrollo que parece haber encontrado además la complicidad exacta por medio de su actual banda, tal y como transmitió en una actuación fiel reflejo de ese instante perfecto.
Con su último disco, “Me mata si me necesitas”, Quique González había demostrado que vivía su mejor momento compositivo y creativo, logrando aunar de manera compacta y compensada los rasgos que su música trasmite. Un desarrollo que parece haber encontrado además la complicidad exacta por medio de su actual banda, tal y como transmitió en una actuación fiel reflejo de ese instante perfecto.