Por: Sergio Iglesias
Después de ver cómo empezó este "annus horribilis" para los amantes del rock y de la música en general (me acabo de enterar de que acaba de fallecer Prince), reconforta ver que todavía queda algún referente vivito y coleando. Por ese motivo (entre otros muchos más) es una alegría escuchar el nuevo disco de Iggy Pop.
Para esta aventura, "la iguana" de Detroit ha unido fuerzas con otro tipo que también tiene muchas papeletas para convertirse en una leyenda futura, el inquieto Josh Homme.
La primera duda era saber quién se contagiaría de quién en este peculiar matrimonio y la respuesta es clara: El antiguo líder de QOTSA ha cogido la esencia del mejor Iggy Pop de los 70, el que grabó con Bowie “The Idiot” y “Lust for life”, y lo ha pasado por su batidora para dotarlo de un carácter único e inclasificable, con temas que bien podrían haber estado incluidos en aquellas “Desert Sessions” que el propio Josh Homme grabara entre 1997 y 2003 junto a compañeros como Brant Bjork, Jesse Hughes o Mark Lanegan entre otros muchos. Aquellas famosas sesiones se grabaron en el estudio que tiene en el parque nacional de Joshua Tree, en pleno desierto californiano y en este mismo lugar se han registrado los temas de “Post Pop Depression”.
El disco arranca con “Break into your heart”, ¿una amenaza o una declaración de intenciones? La cuestión es que, efectivamente, este tema entra de lleno en el corazón del oyente y nos da muestras de lo que vamos a encontrar a lo largo de todo el disco: un sonido árido y en el que percibimos que nuestro reptil favorito se encuentra en una forma increíble.
Continúa Iggy Pop con “Gardenia”, una sensual canción con clara vocación de single y en la que reconocemos la influencia de su amigo David Bowie, que inmediatamente nos retrotrae a la etapa de Berlín, la época en que eran uña y carne y de la que salieron los anteriormente mencionados trabajos, que supusieron el renacer de Iggy tras la separación de The Stooges.
“American Valhalla” es un tema árido con una letra dura y, una vez terminado, en nuestra cabeza todavía resuenan esas palabras susurrantes que repite al final de la canción: “I´ve nothing but my name, I´ve nothing but my name...”.
La influencia de Josh Homme la percibimos inmediatamente en “In the lobby”, donde el sonido de las guitarras se adueñan de todo. Esa influencia no nos abandona y la volveremos a encontrar posteriormente en el riff y la introducción de “German days” (stoner puro), o en “Vulture”, esa inclasificable canción donde Iggy Pop parece contagiarse del ambiente desértico y se convierte en un gran jefe indio americano.
Menos clara, aunque también presente, está la mano del Eagle of death metal en “Sunday”, donde de nuevo aparece la sombra de Bowie, que aún se hace más alargada en “Chocolate drops”, el tema que da paso a un final apoteósico con “Paraguay”, una canción que suena a despedida y a reproche, en el que recita duros versos que parecen reflejar su hartazgo ante un mundo y una industria que, tal vez, no ha sido justa con él y con todo lo que ha hecho a lo largo de medio siglo.
Terminada la escucha del disco no podemos evitar ese sentimiento de desazón ante lo que puede ser la última gran obra de Iggy Pop, el músico engullido por su personaje, el cantante que cayó y se levantó tantas veces, el creador del raw power, que fue fuente de inspiración para tantos que vendrían después.
Sea como sea, lo que está claro es que este “Post pop depression” pasará a formar parte del legado de este auténtico icono del rock al que parece que, en estos tiempos de pérdidas, muchos quieren enterrar antes de tiempo. Pero los entierros, no nos olvidemos, son para los mortales, no para los supervivientes. Y esta iguana, como decíamos al principio, sigue vivita y coleando.