Por: Kepa Arbizu
Hablar de Richmond Fontaine es en buena medida hacerlo de Willy Vlautin. Algo que no debe de ser visto como un desprecio al resto de integrantes que junto a él componen la banda de Portland, pero es indudable que además de su ya de por sí papel hegemónico bajo las labores de cantante, guitarrista y compositor, su capacidad como escritor, no solo letrista ya que en su currículum también aparecen varias novelas, supone uno de los destacados alicientes de la ya de por sí valía musical del grupo.
Resulta paradójico enfrentarse a un nuevo disco, en esta ocasión este “You Can't Go Back If There's Nothing To Go Back To”, sabiendo que a priori significa el punto y final a una carrera. Aunque pensándolo bien, ese hecho le confiere un significado ceremonial que desde luego a un conjunto de estas características le sienta de maravilla, tanto por su imaginario lírico como sonoro. Y es que los norteamericanos han labrado a lo largo de veinte años un recorrido excelso por unas carreteras flanqueadas por el sonido tradicional y el empuje rockero. El colofón, con estas nuevas composiciones, no podía ser mejor ni más relevante.
Producido bajo su hombre de confianza John Morgan, el álbum se sitúa y se establece sobre unos parámetros muy determinados, que adoptarán matices y detalles pero que tendrán al folk-country-rock como elemento gravitatorio a lo largo de todas las canciones. Una homogeneidad que no se manifiesta como un problema gracias, en buena medida, a la imposición de un ambiente emotivo e íntimo que se sobrepone a cualquier atisbo de monotonía.
Como siempre en esta banda, y en cualquier proyecto en el que esté implicado Vlautin, el peso narrativo de las canciones tiene una importancia capital. Con su habitual forma de recrear relatos breves bajo una sobrio costumbrismo dirigido a calibrar milagros y miserias de la clase media, en esta ocasión elabora un común denominador encaminado a fotografiar el complicado regreso a estadios vitales dejados atrás, o lo que es lo mismo, la difícil (imposible) tarea de rectificar sin consecuencias. Un discurso fácilmente entroncable con eso tono nostálgico y melancólico del que se nutre la música de estos estadounidenses.
Desde el inicio, con la instrumental y bucólica, pero penetrante, “Leaving Bev's Miners Club At Dawn” nos encaminan hacia la tesitura estilística que va a predominar en todo el disco, una muy relacionada en definitiva con esos grupos que inauguraron el sonido americano en esta última época como Uncle Tupelo, Son Volt o Whiskeytown, tal y como desprenden con nitidez “Let's Hit One More Place”, “Don't Skip Out On Me” o “Tapped Out In Tulsa”. Manteniendo esas mismas constantes, “Wake Up Ray” o “Whitey and Me” adoptarán un tono entre desgarrado y épico que les acerca de alguna forma a Bruce Springsteen. Optarán por todavía una mayor desnudez, pero orientada a manifestarse con sobriedad, en “Three Brothers Roll Into Town” o en la que significa el cierre del trabajo “Easy Run”, sujeta solo con el apoyo del piano.
Richmond Fontaine se despiden con un disco que compendia con exactitud y talento su papel ejercido en el sonido de raíces, al que aportan de forma destacada la no tan habitual sobresaliente capacidad narrativa. Les deseamos un buen viaje, nosotros nos quedamos con sus exquisitos discos, entre los que el actual tendrá un lugar privilegiado, sobre todo por contenido pero también por su valor sentimental.